Lámparas de Arco

Lámpara de ArcoAhora que las clásicas bombillas de filamento incandescente están a punto de ser declaradas proscritas por su elevado consumo, no vendría mal mirar hacia un pasado no muy remoto, antes de que todo el mundo asociara a Edison con la iluminación eléctrica. Sí, antes de la bombilla «clásica» también se iluminaban las calles, hogares y estancias con luz procedente de la electricidad, claro que, la tecnología empleada era muy diferente y, el resultado, algo fantasmagórico y no muy práctico.

Lámparas de aceite, candiles, velas… muchos han sido los métodos ideados para convertir la noche en día, aunque fuera sólo una leve y titilante luz la que iluminara una habitación, bastaba para conjurar las tinieblas nocturnas. Pero hacía falta más, había que iluminar de verdad la negrura y, para eso, se recurrió a la electricidad. Ya se sabe que triunfó la bombilla de incandescencia a finales del siglo XIX, sin embargo, durante las décadas anteriores, lo más moderno en cuanto a iluminación artificial tenía un sonoro nombre: lámpara de arco.

Tómese una fuente de energía eléctrica, fórmese un cirtuito interrumpido en una porción de su recorrido y, en ambos extremos del conductor seccionado, coloquemos dos electrodos de carbón. Si alimentamos el circuito con la fuente y acercamos lo suficiente los dos electrodos, aparecerá, en medio de un luminoso resplandor, un arco voltaico. Así de sencillo, no hace falta nada más para construir una lámpara de arco.

Aquí, no se trata de luz emitida por un material que entra en incandescencia al hacer pasar por su interior una corriente eléctrica, como sucede con los filamentos de tungsteno de las clásicas bombillas de Edison y otros. No, en las lámparas de arco, es el «salto» de la corriente eléctrica entre los dos electrodos el que genera un resplandor susceptible de ser empleado en iluminación.

Hoy día, todavía se utilizan lámparas de arco voltaico. Ya no emplean arcaicos electrodos de carbón, que debían ser repuestos cada poco tiempo porque se consumían, sino que se utilizan materiales más resistentes, como el ya mencionado tungsteno, introducidos en el interior de una cámara llena de algún gas noble, como neón o xenon, u otros elementos, como sodio. Los clásicos fluorescentes con vapor de mercurio a baja presión pueden considerarse herederos lejanos de las lámparas de arco. Lejos de las aplicaciones domésticas, las verdaderas lámparas de arco actuales, de muy alta intensidad y diseñadas concienzudamente utilizando materiales de alta resistencia, encuentran aplicaciones en la industria cinematográfica o en el tratamiento especial de metales y aleaciones.

Dedicadas ahora a trabajos especializados, las viejas lámparas de arco cuentan con una historia nada desdeñable. En los primeros años del siglo XIX, Sir Humphry Davy ya describió el fenómeno y experimentó con primitivos modelos, que perfeccionó con dedicación e incluso bautizó al invento con el nombre que ha perdurado hasta la actualidad, lámpara de arco. Así, ya se tenía una lámpara eléctrica funcional, pero faltaba lo más importante. ¿Cómo alimentarla? Si se deseaba iluminar un edificio con tales lámparas, habría que cablearlo, encontrar una fuente de energía eléctrica fiable y sería preciso contar con mantenimiento. Muy complicado, demasiado lío cuando con unas simples lámparas de petróleo se podía hacer algo similar, aunque mucho más sucio. Hacia 1870, la tecnología eléctrica había alcanzado la suficiente madurez como para poder ofrecer generadores fiables, redes de abastecimiento y sistemas de control adecuados. Restaba tiempo para que llegara la era de la electrificación masiva gracias a la corriente alterna, pero no por ello las lámparas de arco dejaron de extenderse. Su época dorada, la década de 1880, vio cómo la noche era iluminada en muchas ciudades con potentes lámparas de arco muy perfeccionadas, con electrodos de carbón mejorados, capaces de reglarse automáticamente mientras se consumían, gracias a mecanismos de relojería, con lo que el mantenimiento ya no era un problema. También, se mejoró mucho el problema del consumo gracias a nuevos diseños en los tubos de vacío que contenían a los electrodos.

Por desgracia para la lámparas de arco, su esplendor no duró mucho. Su brillante luz encontró un nuevo competidor. Hacia 1820, ya se había experimentado con lámparas de incandescencia, que fueron perfeccionadas con parsimonia por varios inventores alrededor del mundo hasta que, llegados a la década de los ochenta decimonónicos, llegó Edison y se apropió inteligentemente de sus predecesores para dar vida a la revolución del alumbrado eléctrico, protagonizado por lámparas de incandescencia y firmando la sentencia de muerte de las lámparas de arco.
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En la imagen, lámpara de arco empleada en alumbrado público hacia 1885.