Eduardo Benot, el político inventor

Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de octubre de 2015.

Hace sesenta años, cuando estas cuestiones parecían del dominio de la utopía, contemplando la bahía de Cádiz, que el flujo y reflujo del mar llenaba y vaciaba dos veces al día, la alta mentalidad de Benot, ingeniero y poeta, concibió el proyecto de utilizar aquella inmensa fuerza. En teoría era fácil: un dique que cerrase la entrada a la bahía, en el que irían alojadas unas turbinas que movería el agua del mar al llenar la bahía durante la creciente y verterse de nuevo durante la vaciante. Veinte mil caballos de fuerza calculaba Benot que podrían obtenerse en aquella ensenada, productores de riqueza en la región gaditana. Hace sesenta años la ciencia no había realizado los considerables progresos de las últimas décadas y la industria se encontraba en mantillas. Acometer el estudio de esa magna obra era tropezar con obstáculos técnicos insuperables. Gramme aún no había inventado su máquina dinamoeléctrica. La producción mecánica y el transporte de electricidad eran desconocidos. Boneta resolvió esas dificultades recurriendo al aire comprimido para transformar y transportar la energía obtenida de las mareas…

Fragmento de un artículo de Eduardo Ortega Núñez,
publicado en la revista Madrid Científico en abril de 1923.


Un repaso a los orígenes profesionales y la educación formal de nuestros políticos actuales, y en general los de épocas recientes en nuestro país, nos descubrirá un mundo de entendidos en leyes o, por resumir, gentes “de letras”. No son muy comunes los científicos y, mucho menos, aquellos que hayan dedicado parte de su tiempo a la invención. Es más, ya no sorprende a nadie que haya en nuestra historia reciente gran cantidad de políticos que simplemente han sido eso toda su vida, sin salir muchas veces de las vecindades profesionales en actividades relacionadas con sus propios partidos. Sin embargo, en nuestra historia podemos encontrar algunos raros casos de inventores metidos a políticos o, más raro todavía, políticos con inquietudes orientadas a la invención, y menos en el caso de aquellos que hubieren logrado obtener patentes de invención. Bien, el caso que hoy nos ocupa podría considerarse como uno de los más sobresalientes en el escaso territorio de los políticos inventores.

Juan de la Cierva, padre del autogiro, o Narciso Monturiol, creador del singular submarino Ictíneo, tuvieron cierto recorrido en lo que a carrera profesional en la política se refiere, pero si hubiera que buscar un ejemplo de político inventor en España, no dudaría en señalar a Eduardo Benot Rodríguez.

El hombre de los mil y un oficios

Hay quien dedica su vida profesional a la fontanería, a construir muebles, a trabajar en una factoría o a infinidad de otras ocupaciones, pero por lo general la vida ya es lo suficientemente dura como para intentar tener dos, tres o cuatro trabajos a la vez y, para colmo, en ámbitos completamente diferentes. A Eduardo Benot parece que aquello de “el que mucho abarca poco aprieta” no iba con él. Repasemos someramente la vida y aventuras de este asombroso e ingenioso personaje. Veamos, esta voluntarioso gaditano nacido en 1822, y fallecido en Madrid prácticamente en el olvido allá por 1907, fue muy conocido como político, pero también se ganó la vida como escritor y cultivó igualmente los campos de la lingüística, la lexicografía, la filología así como la matemáticas y la ingeniería. ¿Eso no es pasarse un poco? ¿Acaso puede alguien sobresalir en tantas áreas tan diversas? Benot no es que fuera un gran genio en todo ello, pero logró alcanzar la excelencia en casi todo lo que decidió emprender.

Y, todo ello, a pesar de contar con una salud más frágil que el cristal fino. Benot vivió sus primeros años en Cádiz, en el seno de una familia culta de curioso origen. Su padre, de origen piamontés, había llegado a España en tiempos de la Guerra de la Independencia y, su madre, era una poetisa nacida en una familia acomodada. Aquel ambiente le aseguraba al pequeño Eduardo una vida sin penurias económicas y favorable al crecimiento intelectual. Una pena que la enfermedad le acosara cada poco tiempo, en diversas formas de manifestarse, incluso llegando a tener graves crisis convulsivas. Creció Benot en ese mar de ventajas y penurias, vigilado por un médico personal puesto a su cargo por la familia, devorando todo tipo de libros incluso a pesar de serle prohibido el exceso a la hora de acercarse a los libros, pues padecía también de la vista. Siendo un adolescente, se atrevió a enviar artículos políticos a un periódico local. Las semillas de lo que iba a ser su vida adulta fueron alimentadas con aquellas lecturas y letras escritas en su niñez.

Benot comenzó apenas iniciada la veintena de edad una prometedora carrera como profesor de filosofía y de lógica en su Cádiz natal, concretamente en un lugar tan emblemático como el Colegio de San Felipe Neri, que fuera en su tiempo sede de las Cortes que promulgaron la Constitución de 1812. En ese lugar desarrolló una intensa labor intelectual, se dedicó al estudio y difusión de la filosofía y la literatura junto a un grupo de amigos y participó de una intensa vida social entre lo más granado de su entorno gaditano. También probó suerte como poeta, pero no llegó demasiado lejos en ese empeño.

En lo que sí destacó fue en su labor como filólogo y lingüista. Publicó obras seminales que se adelantaron a su tiempo y que han encontrado eco en todo el mundo, llegando su influencia incluso a nuestros días. Alumbró obras sobre la estructura y origen de las lenguas, sobre gramática, diccionarios especializados, así como libros acerca de la enseñanza del francés, inglés, alemán o italiano, idiomas que, además, dominaba.

Todo un genio, sin duda, que no perdía el tiempo y que dio a luz también obras sobre literatura y un sin fin de artículos periodísticos y políticos. Publicó completos estudios sobre Cervantes y Shakespeare e incluso fue autor de obras dramáticas y libretos para zarzuela. Miembro muy activo de la Real Academia de la Lengua desde 1887, cabe pensar que con tanta actividad intelectual bastaría para llenar plenamente la vida de cualquiera, pero nada más lejos de la realidad. Hay otro ámbito que se convirtió en capital para Eduardo Benot: la política.

Y no se vaya a pensar que se trató de un político de segunda fila, nada de eso. En estas escasas letras apenas puedo siquiera resumir brevemente los cargos y actividades que llegó a desarrollar, es algo para pasmarse. Miembro del Partido Republicano desde su juventud, su combativa actividad le lleva a formar parte de gran cantidad de acciones políticas, sobre todo desde la Revolución de 1868. Llegó a ser Diputado al Congreso, y más tarde Secretario del mismo, tiempo en el que pasó a vivir en Madrid. Colaboró con Pi y Margall en varias iniciativas políticas, fue también Secretario del Senado, autor de discursos célebres en toda Europa, como el de contestación a la abdicación de Amadeo de Saboya, posteriormente Secretario de la Asamblea Nacional, Ministro de Fomento en la Primera República y redactor de un contraproyecto de Constitución Federal enfrentado al ideado por Emilio Castelar. En fin, esto comienza a aburrir un poco, ¿no es cierto? Impresiona su labor política, tanto como la docente e intelectual. Y, si se revisan las actas de las diversas cámaras, así como los periódicos de la época, se puede comprobar que no era un “político florero”, de esos que sólo aparecen para levantar la mano en las votaciones, nada de eso, su trabajo fue prolífico en forma de artículos, leyes, propuestas e iniciativas, siempre a la vanguardia del progresismo de su tiempo. En 1901 llegó a ser presidente del Partido Republicano Federal, postrero puesto que desempeñó en el ocaso de su vida.

Pasión por la ciencia experimental

Siendo Ministro de Fomento, encontramos a Benot como gestor implacable. Al llegar a ese puesto encontró una administración anquilosada y caótica. Su enfado tu monumental y sus decisiones no dejaron indiferente a nadie. Reorganizó los sistemas de pago, luchó por dignificar a los maestros, creó leyes contra el trabajo infantil, redactó las primeras leyes de protección de la mujer trabajadora y, además, fue el impulsor de la fundación del Instituto Geográfico y Estadístico. Sus mayores esfuerzos fueron encaminados a mejorar la formación de los niños y jóvenes, a fomentar los estudios científicos y a proteger a las mujeres. Lástima que tan encomiable esfuerzo no encontrara demasiado eco, en una sociedad anquilosada y una clase política poco receptiva a tan “avanzadas” ideas.

Hasta ahora ha quedado clara la inclinación de Benot por las letras y la política, pero el hambre de conocimiento de este polifacético gaditano fue mucho más allá. Como autodidacta de asombrosa capacidad, trabajó por dotar al Colegio de San Felipe Neri de un gabinete científico de primer orden. Allí desarrolló una intensa labor matemática, geográfica y astronómica. Tal fue el ardor de su trabajo, que aquel gabinete llamó la atención de sabios europeos e incluso fue el germen de la electrificación de la ciudad de Cádiz. Sencillamente, era un tipo genial que nunca se cansaba de aprender y de enseñar. En el Observatorio de Marina de San Fernando enseñó matemáticas, física y ciencias naturales durante años.

Ahora bien, más allá de ser profesor respetado, tanto de letras como de ciencias y matemáticas, Eduardo Benot desarrolló una labor inventiva sobresaliente que se adelantó a su tiempo, sobre todo en un tema muy actual: las energías renovables. En 1881 vio la luz un asombroso estudio de casi mil páginas dentro de las Memorias de la Real Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales de Madrid que se titulaba Movilización de la fuerza del mar. Aprovechamiento de los motores irregulares como las mareas y las olas por el intermedio del aire comprimido, cuyo autor era nada más y nada menos que, tal y como reza en el mencionado libro: Eduardo Benot Rodríguez. Individuo correspondiente a la Academia Española, Corresponsal de la Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales, Honorario de la Academia de Bellas Artes de Cádiz, ex-jefe de Sección del Observatorio de Marina de San Fernando, ex-secretario del Senado, de la Asamblea Nacional y del Congreso, ex-ministro de Fomento, etc. ¡Un currículum impresionante!

Si deslumbrante es tal presentación de Benot, más lo es su desarrollo de ideas acerca del uso de la energía de los mares que despliega con envidiable maestría a lo largo del cerca de millar de páginas de esa memoria. Recordemos, ese trabajo fue desarrollado entre 1860 y 1880, por lo que puede considerarse pionero a nivel mundial, si acaso emparentado lejanamente con la labor de otro contemporáneo, el catalán José Barrufet y sus experimentos del “marmotor” para aprovechar la energía de las olas en Barcelona, allá por 1885.

Las actividades inventivas y experimentales de Benot ya habían encontrado fruto en diversas patentes. De 1879 datan las patentes españolas numeradas como 227 y 275 por un “cartucho de papel inflamable para armas portátiles” y un “sistema de armas portátiles, de recámara móvil e independiente” respectivamente. Ya en 1881, año en el que se publica su memoria sobre la energía de los mares, se le concede la patente número 1882, por “un nuevo policilíndrico para comprimir gases según la ley logarítmica”. Finalmente, en 1885, logra la patente número 5359, por “una barra micrométrica diferencial”. Resulta curioso leer en los expedientes de esas patentes que, en el casillero destinado a mencionar la ocupación profesional del inventor, se cita que se encuadra dentro de la categoría de “diputados, senadores y políticos”. Ciertamente, estamos ante un intrépido político-inventor.

La energía mareomotriz, la que puede extraerse de las mareas, así como la procedente de las olas del mar, ha sido profusamente estudiada a lo largo del siglo XX. Son muchas las experiencias prácticas llevadas a cabo para conseguir centrales eléctricas comerciales basadas en ese tipo de energías renovables, como por ejemplo la célebre central mareomotriz de Rance, en Francia. Esa central pionera fue construida en 1966, pero ya casi un siglo antes Eduardo Benot veía claro que podría ser una buena idea el “domar” las mareas para generar electricidad.

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Gráficos de la obra de Benot sobre energía de las mareas.

Y, no se crea que se trató simplemente de una divagación al modo “en el futuro esto será así…” Nada de eso, la memoria que presentó Benot no sólo impresiona por su tamaño, sino por su minucioso contenido. Comienza con un estudio profundo de las mareas a nivel mundial, las diversas teorías acerca de su explicación vigentes en la época y una descripción de varios casos prácticos, desde los que se refieren a las mareas en el Mediterráneo, hasta las propias de los Grandes Lagos norteamericanos, así como una pormenorizada serie de detalles sobre la amplitud y el poder dinámico de las mareas en las costas españolas. Estudia igualmente la salinidad de los mares, el poder de las olas y diversos fenómenos marinos.

Hasta aquí puede ser interesante como obra teórica, pero no olvidemos que Eduardo Benot, además de filólogo, literato y político era, además, un científico experimental de primer orden. Por ello, no sorprenderá comprobar que en su memoria sobre las mareas dedique cientos de páginas a detallar el uso del aire comprimido para aprovechar la energía de los mares. Y, nuevamente, nada de teorías, porque las descripciones que ahí podemos encontrar van desde estudios de motores hidráulicos hasta cálculos detallados sobre piezas necesarias para construir una central mareomotriz, incluyendo cálculos de costes económicos, gráficos de rendimiento, estudios de sistemas de inmersión y esquemas minuciosos de ingeniería. En definitiva, Benot alumbró la tecnología mareomotriz casi un siglo antes de que se pusiera en práctica.