El Laboratorio Eléctrico de Mónico Sánchez

Este post corresponde a una versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja en su edición correspondiente al mes de abril de 2013.

monico_sanchez_2Una de las notas más simpáticamente interesantes de la actual Exposición de Medicina e Higiene es la presencia en ella del maravilloso aparato Sánchez, que, si como experimento científico es admirable, lo es todavía más desde el punto de vista de su utilidad terapéutica. Adoptado en la Gran Guerra por el ejército francés, bien conocido dentro y fuera de España, el aparato Sánchez ha sido el centro de la Exposición.

Don Mónico Sánchez, autor y constructor de tan notabilísimo invento, siente el orgullo de su origen, y ni su larga estancia en Norte América, ni el triunfal paseo de su invento por Europa, le han inducido, como con triste frecuencia ocurre, a disfrazar su españolísimo apellido, ni a montar las fábricas de sus aparatos fuera de su patria. Un simple enchufe en la red de alumbrado de cualquier población, trátese de corriente continua o alterna, basta para que el aparato produzca electricidad a la tensión de 80.000 voltios y con frecuencia de siete millones. La electroterapia ha dado un gran avance con este aparato.

Mundo Gráfico, miércoles 14 de mayo de 1919.

Una mirada al interior de las cosas

La física de finales del siglo XIX vio nacer multitud de revoluciones que han dado forma a gran parte de la avanzada tecnología de la que hoy podemos disfrutar. Una de esas revoluciones comenzó en 1895, cuando Wilhelm Conrad Röntgen descubrió los rayos X. El hallazgo fue casual, como sucede en tantas ocasiones. Röntgen se hallaba experimentando con tubos de vacío y descargas eléctricas de alto voltaje. Su objetivo original se centraba en investigar la fluorescencia producida por rayos catódicos pero se encontró con cierto tipo de nueva radiación invisible que era capaz de atravesar la materia e impresionar placas fotográficas. Como desconocía qué eran aquellos misteriosos rayos, los llamó X, nombre que ha perdurado hasta hoy. Röntgen alcanzó la fama muy pronto y en 1901 se le concedió el premio Nobel de Física. Los aparatos de rayos X se extendieron por doquier pero eran voluminosos y caros. Si alguien diseñaba una máquina portátil, a buen seguro que encontraría también fama y fortuna. Bien, alguien lo hizo, pero para conocerlo no hay que mirar muy lejos, simplemente habrá que viajar a cierto lugar de La Mancha.

Un paseo por el tiempo en el Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas nos descubrirá a un personaje inquieto que atendía al nombre de Mónico Sánchez Moreno. Suya es la patente número 41887, de 1907, sobre “un aparato al que se da nombre de Puente Wheatstone-Sánchez”. Entre 1909 y 1911 logró patentar otras máquinas, tal y como aparece en las patentes numeradas como 46537, 49075 y 51029, sobre aparatos de rayos X portátiles y generadores de alta frecuencia. En efecto, fue Mónico Sánchez el genio eléctrico que revolucionó el mundo de la radiología hace ahora un siglo pero, ¿quién era este casi olvidado personaje?

De Piedrabuena a Nueva York

Mónico Sánchez Moreno vino al mundo en Piedrabuena, Ciudad Real, en el seno de una humilde familia, el 4 de mayo de 1880. No puede decirse que hubiera nacido en un lugar y en un ambiente muy propicios para la invención, pero la obstinación de Mónico logró convertir la adversidad en una ventaja. Desde muy temprano se sintió fascinado por la electricidad. Era la época de la conocida como guerra de las corrientes y, por muy alejado que se encontrara La Mancha de Nueva York, sí llegaban noticias sobre las batallas de ingenio y de altas finanzas entre Edison y Tesla, entre J.P. Morgan y George Westinghouse, ente la corriente continua y la alterna. De aquella guerra salió vencedora la corriente alterna de Nikola Tesla, que es la que actualmente se emplea en la distribución eléctrica en todo el mundo. El nacimiento de la era de la electricidad tenía lugar en aquellos momentos en Nueva York. Era el lugar indicado para quien quisiera se alguien en el mundo de los aparatos eléctricos pero, ¿cómo saltar de La Mancha a la Gran Manzana para seguir los pasos de Tesla y compañía? Era un sueño, puede decirse que toda una quimera porque, para empezar, Mónico no tenía ni idea de hablar inglés y sus conocimientos de electricidad eran puramente intuitivos, no formales.

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Mónico Sánchez, a la izquierda, con su máquina de rayos X.

Sin embargo, donde muchos otros se hubieran retirado, nuestro protagonista apostó por su propio futuro, ¡y salió vencedor! Con algunos ahorros el joven Mónico Sánchez se matriculó en Madrid en un curso a distancia que ofrecía una institución británica. No sólo aprendió los rudimentos de la tecnología eléctrica sino que también aprovechó para aprender inglés. Sus progresos llamaron tanto la atención de sus maestros ingleses que le facilitaron toda la ayuda necesaria para conseguir trabajo en una empresa eléctrica de Nueva York. Así, Mónico puso rumbo a América, donde llegó con el cambio de siglo.

No sólo se convirtió en poco tiempo en un empleado modelo sino que aprovechó también para continuar sus estudios matriculándose en 1903 para estudiar ingeniería eléctrica. Cuatro años más tarde, con el título ya bajo el brazo, pasó a trabajar en una empresa de equipos telegráficos. De aquel entonces data la primera patente de las citadas al principio de este artículo, una máquina pensada para la métrica precisa de diversos parámetros eléctricos como la resistencia o el aislamiento.

Una máquina de rayos X en miniatura

Mónico Sánchez continuó sus estudios en la neoyorquina Universidad de Columbia, perfeccionando sus conocimientos sobre tecnología eléctrica. Todo ello le sirvió para conseguir empleo como ingeniero jefe en una industria que diseñaba y fabricaba aparatos para radiología y electromedicina. Fue entonces, a partir de 1908, cuando logrará dar forma a sus ideas para construir una máquina de rayos X y de corrientes de alta frecuencia muy especial. El aparato fue exhibido al año siguiente en una muestra de tecnología eléctrica en Nueva York y despertó el entusiasmo de los asistentes.

Acababa de nacer el conocido como aparato Sánchez. Se trataba de una máquina de rayos X portátil, toda una revolución que cambió el panorama del diagnóstico médico para siempre. ¿Y dónde estaba la novedad de semejante aparato? Debe pensarse en que la tecnología de rayos X de principios del siglo XX no era muy práctica para aplicaciones a gran escala. Por una parte se debía contar con un generador eléctrico capaz de crear corrientes de alto voltaje. Por otro, el montaje completo de las máquinas siempre era voluminoso y pesado, con varios cientos de kilos de peso en total. ¿Quién iba a pensar en mover semejantes monstruos? Naturalmente, el coste de fabricación y el tamaño de aquellas máquinas de rayos X hacía que sólo se pudiera disponer de ellas en grandes hospitales. Llegó entonces el aparato Sánchez para cambiarlo todo. Donde hasta entonces sólo había grandes máquinas fijas, ahora se podía llevar un sistema de rayos X donde se deseara. La nueva máquina se podía desplegar en apenas unos minutos, ocupaba el espacio de una maleta de viaje relativamente pequeña y no llegaba a la decena de kilos de peso. Toda una maravilla que, además, sólo necesitaba ser enchufada a la red eléctrica para funcionar, sin tener que preocuparse por tener a mano un generador.

El regreso a La Mancha

La máquina de rayos X de Mónico Sánchez fue todo un éxito instantáneo. En pocos meses comenzaron a llover los pedido y el ingeniero manchego pasó de ser empleado a tener su propia compañía. Sus primeros modelos se fabricaron en los Estados Unidos, pero Mónico deseaba regresar a su tierra para crear una gran fábrica. Y, así, hace ahora un siglo, en 1913, nació el Laboratorio Eléctrico Sánchez. Se trataba de una gran fábrica instalada en Piedrabuena que, además de crear empleo, sirvió para que llegaran al pueblo grandes mejoras. Por ejemplo, se construyó un sistema de conducción de agua potable y una central eléctrica, todo ello pensado tanto para alimentar la fábrica como el propio pueblo. Mónico soñaba con crear una especie de universidad para formar especialistas en electricidad y electroterapia allí mismo, pero nunca llegó a ver cumplida esa parte de su sueño.

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Mientras tanto, Europa cayó en las sombras de la Gran Guerra, pero curiosamente eso supuso todo un golpe de suerte para Mónico Sánchez. Si hasta entonces había vendido sus aparatos portátiles de rayos X a médicos de toda Europa y América, pasó en 1914 a ser también el proveedor del ejército francés. Decenas de novísimas ambulancias fueron equipadas con aparatos Sánchez, con lo que en plena guerra se tenían a mano sistemas portátiles de rayos X para el auxilio de los heridos. Piedrabuena se convirtió en el más puntero centro de investigación en radiología de su época. Todo parecía marchar bien, el futuro era brillante y Mónico comenzó a diseñar máquinas de electroterapia.

Pero todo se torció con el comienzo de la Guerra Civil. El Laboratorio Eléctrico fue cayendo en el olvido, más que nada por la interferencia de las autoridades de la época y a la competencia de nuevas tecnologías que mejoraban el aparato Sánchez. Mónico no se recuperó de aquella crisis y, aunque continuó diseñando todo tipo de aparatos novedosos, no volvió a la primera línea del mercado de aparatos radiológicos. Con su fallecimiento, a finales de 1961, acabó la historia de su Laboratorio Eléctrico, que cayó en el olvido desde entonces.

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