Comentaba Ricardo Becerro de Bengoa, en su obra El Libro de Álava, de 1877, la siguiente cuestión sobre Rivabellosa o, como él refiere, Ribabellosa, pueblecito alavés cercano a Miranda de Ebro:
Lugar doblemente célebre por un hecho histórico y por otro científico. El primero fue la reunión de las Juntas generales de Álava el 11 de Octubre de 1463 en la que se discutió y aprobó el famoso cuaderno de las Ordenanzas; y el segundo fue la realización del propósito que el eminente físico y sabio astrónomo Warren de la Rue concibió en su observatorio inglés de Kew, de estudiar las protuberancias o llamas que se observan alrededor del Sol en los eclipses para determinar si eran una ilusión óptica, o si pertenecían a la Luna o al Sol.
Trasladóse este ilustre hombre a Ribabellosa con ocasión del eclipse del 18 de julio de 1860, situó su observatorio en una altura inmediata, y allí con su aparato fotoheliográfico, obtuvo magníficas pruebas fotográficas, que demostraron que dichas protuberancias de hidrógeno incandescente pertenecían al Sol. Creo que el ayuntamiento del pueblo debía conmemorar estos dos hechos recordándolos en dos inscripciones grabadas en dos piedras que se incrustasen en la fachada de la casa del municipio.
Desconozco si el tiempo ha concedido el deseo de ver en la realidad las dos piedras conmemorativas propuestas por Becerro de Bengoa. El empeño de Warren de la Rue, químico y pionero de la astrofotografía, no puede considerarse como mera curiosidad científica. En su época se desarrollaban gran número de discusiones acerca de la naturaleza de nuestra estrella y fueron, precisamente, las técnicas de fotografía solar ideadadas, entre otros, por en ingenioso Warren, las que abrieron el camino para avanzar en el conocimiento de la heliofísica.
Entre los testigos, junto con científicos de todo el mundo que acudieron a España persiguiendo imágenes e impresiones del eclipse de 1860, se encontraban los lugareños que, seguramente, contemplaron con gran curiosidad las artes y modos de tales sabios. Entre los que vivieron el hecho con especial atención podemos encontrar a un niño de apenas ocho años, Santiago Ramón y Cajal, célebre padre de la neurociencia, que recordó así la vivencia1:
…el eclipse de Sol del año 60 había sido anunciado por los diarios y fue esperado por la gente con gran impaciencia. Muchas personas, protegiendo los ojos con cristales ahumados, se precipitaron hacia colinas donde podían observar el espectáculo con comodidad. Mi padre me había explicado la teoría de los eclipses y yo lo había entendido bastante bien. Sin embargo, me quedaba un resquicio de duda. ¿Y si la Luna se olvida de seguir el curso calculado? ¿Es posible que la ciencia, que no puede explicar cosas que podemos ver y tocar, pueda predecir un fenómeno que sucede tan lejos de la Tierra (…)? Es justo reconocer que Diana, la Luna, no necesitó ninguna advertencia. Llegó la hora anunciada y los cálculos se cumplieron con exactitud. Durante el eclipse, la inquietud llena toda la naturaleza, como me hizo observar mi padre. Para animales y plantas, acostumbrados a la alternancia regular de luz y oscuridad, el eclipse es una especie de contradicción, como si de repente las fuerzas naturales que gobiernan su vida fallaran. Para mí, el eclipse del 60 fue toda una revelación. Comprendí que el hombre (…) tiene en la ciencia un instrumento poderoso de previsión y dominio.
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1 Como no he tenido acceso a la versión original en castellano, me limito aquí a realizar una traducción muy personal partiendo del siguiente artículo en inglés:
Cajal on Solar Eclipse
Lazaros C. Triarhou, Manuel del Cerro.
Eur. Neurol. 2008;59:108-111
Fuente bibliográfica original:
Ramón y Cajal, S. Mi infancia y juventud; Saenz de Roble, F. (ed.)
Obras Literarias Completas de Santiago Ramón y Cajal, Ed. 4. Madrid, Aguilar, 1961, pp 43-45.
Quiero dar las gracias a Muxfin por la pista. 😉