La caída de Prometeo

Pinus_longaevaEstoy leyendo estos días El legado de Prometeo, novela de Miguel Santander, pero no es ese Prometeo a quien quiero referirme hoy. De la novela ya comentaré en breve. Repasando el capítulo dedicado a la dendrocronología por Chris Turney en Huesos, piedras y estrellas, he recordado la chocante y triste historia del gran Prometeo, que no era sino un árbol. Un gran árbol, una maravilla, que acabó sus días de una forma estúpida.

Antes de seguir, queda aclarar que la dendrocronología es la ciencia que se encarga de realizar dataciones en el tiempo a partir de la «lectura» de los anillos de crecimiento de los árboles. Cuando se emplean técnicas de dendrocronología con árboles vivos, se suele tener mucho cuidado a la hora de extraer los testigos. Sin embargo, al protagonista de la caída de Prometeo no le salió nada bien cierto experimento. Chris Turney prefiere no mencionar quién fue el responsable de que Prometeo fuera talado, aunque la situación no quedó nada clara, pero no creo que sea problema decir que se trató del geógrafo Donald Rusk Currey quien en 1964, cuando sucedió todo, era todavía un estudiante de posgrado. Currey, que falleció en 2004, tuvo una larga y productiva carrera científica pero, por desgracia, se le recuerda también por haber tenido un mal día en el bosque.

Todo sucedió el 6 de agosto de 1964, cuando Currey se encontraba tomando muestras de cierto árbol muy prometedor para sus investigaciones climáticas sobre la pequeña Edad de Hielo. El taladro muestreador quedó encallado y no parecía haber forma de extraerlo. Posiblemente existían mil formas de arreglar el problema pero, sin pensarlo mucho, un guardabosques sugirió que si deseaba obtener una serie continua de los anillos del árbol… ¡lo mejor era cortarlo! Así, al poco, llegó el permiso del Servicio Forestal de los Estados Unidos para talarlo. Bien, ¿y dónde estaba lo sobresaliente del árbol que fue llamado Prometeo?

En cuanto el árbol cayó, quedó al descubierto su estructura de anillos y ¡horror! el pobre Donald comprendió lo que acababa de suceder. Ya no había remedio, acababan de terminar con el organismo vivo no clonado más antiguo conocido. Prometeo, o WPN-114 como estaba catalogado, había vivido más de 5.000 años. El más anciano de los árboles era un Pinus longaeva que vivió tan tranquilo en las montañas de Nevada durante milenios. Como no hay mal que por bien no venga, el propio Currey alertó sobre lo sucedido y, a raíz del incidente, parece ser que se facilitó el camino a una nueva legislación que, desde entonces, protege a todos los árboles de la misma especie. Son los Pinus longaeva todo un tesoro que sigue siendo utilizado, con mucho cuidado, en investigación dendrocronológica. Un pariente de Prometeo, conocido como Matusalén, que cuenta con unos 4.700 años de edad, es actualmente el sucesor del viejo WPN-114. Se encuentra tan protegido que ni siquiera se ha publicado su localización precisa, para evitar que sufra cualquier daño. Lo más triste de esta historia está en que Prometeo ni siquiera era un buen sujeto de estudio para obtener las muestras que deseaba Currey, pues para estudiar la pequeña Edad de Hielo era suficiente con acudir a árboles con solo algunos cientos de años de edad.

Imagen: Pinus longaeva, Griffith Peak, Spring Mountains, al sur de Nevada. Stan Shebs.