Conciertos extraños

Al hilo del artículo de ayer sobre Juan García Castillejo y su electrocompositor de los años cuarenta, y mientras estaba escuchando de fondo una sinfonía de Alfred Schnittke (me encanta, sus texturas caóticas son deliciosas), me he puesto a divagar sobre conciertos extraños. Por alguna razón vino a mi cabeza cierto concierto en el que un paisano mío, Claudio Prieto, introdujo un elemento muy actual en un concierto «clásico». Claro que, ese término poco tiene de útil en la música contemporánea, pero la etiqueta sigue ahí, como esa otra de «música culta» que nunca me ha gustado.

Veamos, por seguir un poco el hilo de esas elucubraciones, algunos ejemplos sobre esos conciertos extraños. El introducir objetos «ruidosos» a modo de instrumentos, o al menos como elementos puntuales en una composición, es algo que viene de lejos. Erik Satie introdujo en 1916 diversos objetos ruidosos, como máquinas de escribir o bocinas modificadas, en su composición para ballet titulada Parade (la cosa era sobre todo idea de Jean Cocteau y a Satie no le hacía demasiada gracia). Hacia la mismos época Charles Ives también experimentó con el uso musical de máquinas de escribir, algo que llegó al extremos con una divertida composición titulada, precisamente, La máquina de escribir (vídeo), obra de Leroy Anderson.

La obra que mencionaba de Claudio Prieto introducía un elemento muy actual. Se trata de Mensajes, composición de 2001 para voz y orquesta que, hasta donde sé, es la primera en la historia en la que se integra como instrumento un grupo de teléfonos móviles. Prieto tuvo como maestros en su paso por la alemana Darmstadt a György Ligeti y Karlheinz Stockhausen, quienes también experimentaron con elementos extraños en concierto. Ahí está, por ejemplo, e Poema sinfónico para 100 metrónomos, de Ligeti.

Por su parte, Stockhausen llegó al extremo de emplear una localización espacial como elemento clave de un concierto en su Cuarteto para helicópteros y cuerdas. La cosa es complicada de montar, hace falta un cuarteto de cuerda y cuatro helicópteros. El conjunto interpreta un fragmento de una de las óperas de Stockhausen, con cada músico volando en un aparato diferente, mientras el sonido se registra y se filtra electrónicamente para ser emitido a la sala de conciertos.

Ahora bien, si se quiere llegar a un extremo, usemos el silencio como la esencia principal de una composición. No hay sonido, no se escucha nada y, sin embargo, la composición 4´33´´ de John Cage, el maestro de los «pianos preparados», es célebre. En ella lo único que se escucha es el silencio, a lo largo de sus cuatro minutos y treinta y tres segundos de duración. Y, sí, se programa en conciertos. Por cierto, para completar esta pequeña colección de músicas extrañas (simple selección personal entre cientos de rarezas que hay por ahí) nada mejor que otra composición de Cage. Se trata de un concierto que durará más de seis siglos, cuya descripción dejo en manos de El baúl de Josete, que ya se encargó en 2010 de mencionarlo de forma magistral.