Viento negro

imgEn el horizonte se barrunta algo oscuro y nafasto. En la tierra, seca como el barro cocido, hinca las rodillas un hombre joven con semblante de anciano. Harapientas ropas, manos heridas, ánimo de difunto. Nada parece quedar en este campesino de los años de abundancia, cuando sus propiedades producían lo suficiente como para mantener a una floreciente familia, alegre y llena de vida. Ahora, al acercarse el muro del viento negro, unos ojos vacíos miran con rabia la cruz de madera nacida en el lugar donde el más pequeño de su estirpe habitará por siempre, incapaz de soportar la gran prueba que ha convertido los campos en un desierto estéril.

El calendario ha quedado mudo en pleno 1936, nos hallamos en un lugar perdido de las Grandes Planicies de Norteamérica. Tras la Gran Depresión, miles de agricultores han tratado de extraer de sus campos cosechas mayores, año tras año, comprando maquinaria, endeudándose peligrosamente con los bancos. Pero el terreno ha muerto, nada puede ya nacer en tan vacía matriz. Ya no hay remedio, el hombre derrotado levanta de nuevo su mirada hacia la línea donde la tierra se confunde con los cielos. El muro de polvo se acerca sin misericordia alguna, ha llegado la hora de partir hacia nuevas tierras, camino de una esperanza a la que llaman California. La familia ha reunido lo poco que en su propiedad resta. Los bancos se han quedado con la tierra y ya no se puede mirar atrás, porque el dolor y la angustia son lo único que existe en el presente, que ya es pasado. La cruz queda como testigo, una solitaria tumba en medio de un cuenco de polvo que ve cómo se alejan sus antiguos moradores, para no regresar jamás.

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Esta triste estampa, que he tratado de describir brevemente con el mayor sentimiento del que mis torpes dedos son capaces de teclear, quiere llamar la atención simplemente a la expresividad de unas caras, de unas imágenes que impresionan. Los registros fotográficos son lo suficientemente claros como para no necesitar añadir nada más. Las desastrosas sequías que asolaron gran parte del interior de Norteamérica en diversas oleadas en los años treinta del pasado siglo, marcaron la vida de miles de campesinos. Ocho años de sequía son demasiados y, para unas personas duras pero endeudadas por la crisis del 29, la situación se convirtió en el fin de su mundo. Cada año tenían que producir más para pagar la deuda, hasta que la tierra se negó, secándose, permitiendo que las grandes tormentas de «viento negro» acabaran con su modo de vida. Lo que se conoció como dust bowl, la cuenca de polvo, es considerada como uno de los desastres naturales más graves en toda la historia de los Estados Unidos. La sequía arruinó las cosechas, obligó a emigrar hacia lugares más prometedores a miles de familias e hizo cambiar los planteamientos de una agricultura anticuada.

Archivo fotográfico del dust bowl:
Dust Bowl Photographs

Más información:
NASA explains «Dust Bowl» drought

Fuentes de la imágenes que acompañan este artículo:
Superior – Dorothea Lange – Photographer of the People
Inferior – NOAA Photo Library, Historic NWS collection