Agua en el aire

imgHay muchos lugares en los que se implora a los cielos para que llueva. En otros, la lejanía de los cursos de agua hace que sea poco apetecible pensar en la agricultura. Finalmente, siempre habrá quien desee tener una fuente de agua a su disposición, incluso si la geografía del lugar no es la más propicia. En lugares así y, en definitiva, siempre que se ha pensado en obtener agua de forma no convencional, han surgido personajes empeñados en sacar agua del aire de nuestra atmósfera.

Ciertamente, en el aire hay agua o, mejor dicho, vapor de agua, en concentraciones muy variables en el espacio y el tiempo. El contenido medio de agua en la atmósfera, medido en centímetros de precipitación equivalente, ha sido estimado en 2,2 en el mes de Enero y 2,7 en Julio. El valor cambia dependiendo de muchos factores, por ejemplo, la media en el hemisferio norte en Enero es de 1,9, mientras que en el sur es de 2,51.

Teniendo esto en cuenta, muchos científicos, aventureros o gentes necesitadas de agua, han pensado una y mil formas de extraer agua del aire. Conocidos son los casos del belga Achille Knapen, que diseñó gigantescos condensadores que semejaban palomares, huecos en su interior, llenos de cavidades, pensados con la intención de que en su cisterna interior se precipitara el vapor de agua que se debía condensar, al menos teóricamente, sobre la superficie de las paredes interiores del invento a modo de rocío. La experiencia no resultó muy práctica, aunque sí se recogía agua, las cantidades finales distaban mucho de lo ideal.

Sucedía ésto en los años treinta del pasado siglo, justo cuando otro pionero de los condensadores atmosféricos levantaba sus propias torres de condensación en Crimea. Se trataba de Friedrich Zibold y, según los datos que han sobrevivido de su aventura, se cuenta que su condensador de rocío era capaz de recuperar del aire cantidades considerables de agua aunque, como es lógico, siguiendo un régimen muy variable a lo largo del año. Sin embargo, experimentos recientes han determinado que la idea de los condensadores de rocío no era muy práctica2.

Al parecer, la idea de los pioneros no era mala, pero sí estaba mal llevada a la práctica. Un condensador atmosférico ideal vendría a ser una fina lámina en la que los intercambios de calor ambiental guarden cierta relación entre sí. Hay que tener en cuenta muchos factores: la conducción con el suelo, el viento, el equilibrio radiativo entre calentamiento diurno y enfriamiento nocturno. Aquellas torres de ladrillo llenas de agujeros fallaron porque, siendo condensadores pasivos que no eran alimentados con energía externa para el enfriamiento, ofrecían una pequeña superficie de irradiación y, en cambio, una gran superficie de contacto con el suelo. Además, su gran tamaño hacía que la inercia térmica diera al traste con la idea.

Para que un condensador atmosférico pasivo funcione bien tendría que parecerse a las praderas de hierba, considerados «modelos» para este fin, ofreciendo una masa mínima que permite un enfriamiento rápido por las noches por efectos radiativos. Hoy día, hay grupos de investigación que siguen empeñados en el desarrollo de grandes condensadores pasivos, pero se han alejado de las viejas ideas de las torres condensadoras y, ahora, se acercan más a «imitar» a la hierba, con grandes y finos paneles que constituyen curiosas trampas de rocío, en espera de lograr un condensador capaz de tener un rendimiento adecuado3.

Más información:
International Organization For Dew Utilization

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1 Contenido de agua precipitable en la atmósfera. Fuente: Sutcliffe, 1956. Citado en Barry y Chorley, Atmósfera, tiempo y clima. Omega, 1999.
2 Véase el artículo: Los pozos de rocío, un sueño reflotado. Beysens y otros, Mundo Científico 170 Julio/Agosto 1996.
3 Existen muchas empresas que venden condensadores que extraen agua del aire, pero claro, no se trata de condensadores pasivos, requieren aporte de energía para su funcionamiento. Véase, por ejemplo, Island Sky o AquaMagic.