
Es conocido que los motores utilizados actualmente en nuestros coches son bastantes sensibles a la calidad del combustible utilizado. Me refiero a posibles daños en los sistemas de inyección o en las estructuras del propio motor debido al uso inadecuado de gasolinas de baja calidad. Por eso, la calidad de los combustibles se suele cuidar mucho. Y eso por no hablar del tan sensible catalizador.
Pero hay máquinas que se «tragan» lo que en ellas se meta. Casi no son sensibles a nada, simplemente con que pueda entrar en combustión, lo queman y generan energía. Hace décadas se inventó el llamado motor de pistones libres, o free-piston engine en inglés. Se aplicó en algunas centrales eléctricas y camiones, pero se pensó en un uso a gran escala para el mundo del automóvil. Eso nunca llegó, pero no deja de ser curioso que, en tiempos en los que los combustibles eran de calidades regulares, tirando a malas, los ingenieros pensaran en una máquina capaz de utilizar cualquier combustible. Y lo lograron, de manera óptima. El motor de pistones libres puede funcionar con gas, gasolina, gasóleo, aceite vegetal… vamos, prácticamente con cualquier cosa. Pero tiene un grave problemas para los tiempos que corren: es mucho más contaminante que los motores convencionales. Otro de sus inconvenientes, o ventaja según se mire, es que la potencia que ofrece, a través de una turbina de gas asociada, es tan descomunal que exigiría incluir reductoras de gran tamaño en el coche.
Pero no todo está perdido, dada la crisis actual del precio del petróleo… ¿porqué no fabricar coches con un motor que se adapte al combustible más barato en cada tiempo? Y da igual cual sea, desde aceite de girasol a etanol. Por eso, se están realizando esfuerzos para adaptar este monstruo mecánico a las normativas ambientales. Puede que en un tiempo el motor de pistones libres renazca, sobre todo asociado a motores eléctricos en vehículos híbridos.