Faraday, Colladon y el exceso de prudencia

La prudencia es una virtud importante, pero ya se sabe, todo con exceso es malo. Seguramente eso es lo que pensó Jean-Daniel Colladon al enterarse del éxito de Michael Faraday logrando generar energía eléctrica a partir de campos magnéticos variables en el tiempo.

El exceso de prudencia hizo que Faraday fuera mundialmente reconocido como físico y Colladon apenas aparezca en algunas esquinas de la historia de la ciencia. Hacia 1831, Michael Faraday, antiguo encuadernador trocado en físico experimental, inventó la dinamo, haciendo girar un disco de cobre entre los polos de un imán permanente. Todo un éxito que revolucionó el mundo y que hizo famoso a Michael, que llevaba mucho tiempo tras la idea… claro que, Colladon siguió el mismo camino tiempo antes pero las cosas no le salieron como esperaba.

Todo el asunto era una especie de carrera. Desde que Oersted había demostrado que una corriente eléctrica produce también un campo magnético, físicos de todas partes se afanaron en intentar demostrar que lo contrario también era posible, esto es, que se podían generar corrientes eléctricas a partir de campos magnéticos. Fracaso tras fracaso, experimento tras experimento, llegó Faraday, solucionando el asunto elegantemente, a pesar de no tener una profunda formación matemática, su intuición y capacidad para “ver” espacialmente los experimentos, lograron dar sus frutos.

Faraday se percató de que, utilizando dos solenoides, uno arrollado sobre el otro, pero aislados entre sí, mientras uno estaba conectado a un galvanómetro y el otro a una pila, no sucedía nada especial. Lo interesante venía cuando, conectaba y desconectaba la pila. En cuestión de breves instantes, el galvanómetro se movía. Eso indicaba que estaba por el buen camino, que una corriente variable, que generaba un campo magnético también variable, pues pasaba de cero al estar desconectado a un valor determinado al conectarlo, inducía una corriente eléctrica, muy breve, en el otro solenoide.

Lo que para otros no hubiera sido más que una simple curiosidad o, peor todavía, un contratiempo inexplicable, incitó a Michael para desarrollar otros experimentos. Ese fue el caso de la genial idea de mover un imán en las cercanías de una bobina conectada a un galvanómetro. Como no podía ser de otro modo, el campo magnético variable así generado1, “incitó” corrientes eléctricas en el circuito, de tal forma que el indicador cobró vida. Eso sí, al cesar el movimiento del imán, la aguja volvía a marcar cero.

Vale, algo tan sencillo tuvo que haberse visto antes… ¿o no? Hacia 1820 Ampère ya andaba con la idea en la cabeza, pero no logró concretarla. Así se llega al caso de Colladon, que tuvo la solución delante de las narices antes que Faraday sin darse cuenta… hasta mucho más tarde. El físico suizo Jean-Daniel Colladon, otro converso a la ciencia física pues originalmente estudió leyes pero cambió de orientación al sentirse fascinado por los experimentos de Ampère y Fourier, con los que trabajó, además de dedicarse más adelante a la ingeniería, es el protagonista de este «fallido» experimento.

El caso es que, lleno de pasión y guiado por el afán del descubrimiento científico, se propuso, como hicieron tantos otros, atacar de lleno el problema de la, entonces todavía teórica, generación de electricidad a partir de campos magnéticos. Total, que se montó un buen laboratorio, muy bien equipado y se puso manos a la obra. Puede que fuera cuestión de suerte, o exceso de precaución, pero el hoy casi olvidado Colladon casi se convierte en el héroe de la inducción electromagnética si no hubiera sido por un simple muro. Su montaje experimental era prácticamente igual que el de Faraday. Tenía un imán, una bobina y un circuito. La bobina estaba conectada a un galvanómetro, que “despertaría” en el momento de detectar el paso de corriente eléctrica. Ahora bien, ese medidor contenía en su interior otro pequeño imán móvil, con lo que, acertadamente, pensó el físico suizo que podría verse influenciado por el campo magnético del imán objeto del experimento. La solución era sencilla, alejó el galvanómetro del campo de acción del imán, más concretamente alargó el circuito hasta que el medidor se situó en otra habitación, al otro lado de un muro. Asunto resuelto… por desgracia. Cuando Colladon introducía el imán en las cercanías de la bobina, con el movimiento del mismo, se generaban pequeñas corrientes inducidas en el circuito, que hacían moverse a la aguja del galvanómetro. Lástima que el medidor no estaba a la vista, porque se encontraba en otra estancia. Cuando el físico iba a mirar la aguja, estando el imán totalmente quieto, la lectura en el galvanómetro no mostraba nada interesante, ya que sólo se generaban corrientes inducidas cuando el imán se movía en las cercanías de la bobina.

Mala suerte, el muro impidió ver a Colladon lo que para Faraday, que no se molestó en ser tan prudente para proteger su propio galvanómetro, saltó a la vista desde el principio. No creo que haya que imaginarse la cara que se le quedó a Colladon cuando se enteró, tiempo más tarde, del éxito de Faraday, animándose a volver a realizar el experimento, aunque esta vez sin muro de por medio, para darse cuenta de lo cerca que había estado de convertirse en el exitoso pionero de la inducción electromagnético mundialmente aclamado.

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1En rigor, habría que decir «variación del flujo magnético en el tiempo», pero creo que para fines explicativos sencillos, lo de «campo magnético variable» es más que suficiente.

–> Lectura interesante al respecto de este artículo: Breve reseña histórica del electromagnetismo. (PDF). Por Oscar Alejos Ducal, del Área de Electromagnetismo de la Universidad de Valladolid.