
Los hoy tan comunes preservativos han tenido una historia muy larga y azarosa. Parece que ya se utilizaban «apéndices» similares hace más de dos milenios aunque, claro está, los objetivos de este sistema protector han variado con el tiempo. Al principio, la idea era sobre todo útil para proteger zonas sensibles en ambientes poco propicios. No es que se tratara de «preservativos» en el sentido actual de la palabra, pero aquellos protectores pénicos, como los que todavía se utilizan en algunos lugares, bien pudieron servir de inspiración a sus descendientes de látex. En la mitología griega ya se cita un curioso antecedente del preservativo. El rey Minos, promiscuo donde los hubiera, recibió una maldición de Parsífae, de tal modo que cada vez que eyaculaba en el interior de una mujer, no era semen lo que aparecía sino todo tipo de peligrosas criaturas, desde serpientes a escorpiones, que se comían desde el interior a sus amantes. ¡Vaya imaginación tenían aquellos griegos! La cazadora Procris decidió acostarse con el temible Minos, pero como conocía el peligro que corría, pensó «blindarse» tomando una pócima mágica preparada por la Circe, la hechicera, hermana de Parsífae, que debía ser algo así como un «veneno» profiláctico y, por si fuera poco, protegió su vagina con piel de cabra1. ¿Inventaría ella el preservativo femenino? Pasando el tiempo y descendiendo de la morada de los dioses y los hérores, los terrenales humanos habían aprendido, ya hacía mucho tiempo, a protegerse, precariamente eso sí, contra algunas enfermedades venéreas a través del uso de tripas de vejiga e intestino de animales, convenientemente preparadas a modo de «capuchón». Especialmente perseguidos eran los «protectores» manufacturados con vejigas natatorias de esturión.
Como por lógica se pensará, proteger, lo que se dice proteger… Vale, sí, tenía sus fallos, pero no por ello se olvidó la idea. Los modelos a elegir, según la época y el lugar variaban mucho, como el pintoresco modelo utilizado hace siglos en China, confeccionado con papel bañado en aceite. Durante mucho tiempo la única utilidad que se le encontró al preservativo fue la de profiláctico contra las enfermedades de transmisión sexual, pese a fallar más que una escopeta de feria. Ahora bien, su uso como anticonceptivo tenía menos predicamente. Esto se debía a la extendida idea del aura seminalis, que enseñaba la inutilidad de todo tipo de barrera física a la hora de evitar la preñez en la mujer porque, claro está, el esperma posee una especie de «energía» capaz de fecundar a distancia por medio de sus emanaciones aéreas. Hay que ver lo que se llega a maquinar con tal de no querer ver que el uso de papelitos y vejigas era un coladero. En fin, que como todo cambia, a partir de que a Malthus le diera un pasmo al pensar que si la población seguía creciendo, aquí no iba a caber nadie más, se decidió apoyar a gran escala el uso del preservativo como anticonceptivo, olvidándose prácticamente de su lado profiláctico hasta que el SIDA volvió a cambiar las cosas.
Ya desde mediados del XIX existieron modelos de preservativo que eran «similares» a los actuales, fabricados a partir de un proceso de vulcanización, sí, como los neumáticos. Pero claro, eso de ponerte «ahí» algo sintético no daba muy buena espina al principio, así que todavía perduró el uso de las vejigas un tiempo. Curiosamente, cercano ya el siglo XX, la centuria en la que se empezaron a fabricar a escala industrial, un empresario dedicado a la ropa impermeable decidió emplear parte de su material en lograr un preservativo de una pieza, suave al tacto y… ¡¡con garantía de cinco años!! Las llamadas hojas inglesas2, creadas por aquel industrial, llamado McIntosh -no, Apple todavía no existía- se fabricaban para ser lavables, vamos que tras cada uso… bajo el grifo y como nuevo3. Eso sí que es obsolescencia. Por cierto, no he utilizado el término condón, porque hay tanto lío en cuanto a su origen que pocos se ponen de acuerdo.
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1 Póntelo, pónselo. Historia y lecciones de las innovaciones: El preservativo. Por André Giordan. Mundo Científico, 167, Abril de 1996.
2 Utilizadas también como material quirúrgico y fabricadas a partir de hojas de caucho en láminas.
3 De nuevo, gracias a André Giordan, cabe citar un detalle poco conocido, a saber, que las hojas inglesas venían con un curioso accesorio, el Verifior, dedicado a verificar que el invento no estaba «picado», además de secarlo y enrollarlo para el próximo uso.