Lulú

Laura Aikin interpreta a LuluAyer pasé la noche con Lulú. No se vayan los pensamientos por calientes ramas, porque la tal Lulú, en realidad, no es más que un pequeño pedazo de plástico circular con una láminilla de aluminio en su interior, vamos, un vulgar DVD. Pero ese simple objeto, más allá de lo que materialmente valga, contiene una obra maestra, mi ópera favorita, Lulú, de Alban Berg. Hay quien, al escuchar la palabra ópera, sale corriendo o, automaticamente dice: …eso es un rollo. Vale, no seré yo quien les intente quitar la idea, pero al menos espero que, en este caso, descubran otro «tipo» de ópera y, sobre todo, una historia sórdida, ardiente y trágica.

Lulú, interpretada en la versión de anoche por Laura Aikin, era una puta, asumiendo aquí todos los sentidos que se deseen para esa palabra, pero los «malos» de la trama siempre resultan ser los hombres y con toda la razón. Sí, ella es manipuladora, se vende, miente y engaña, asesina y, finalmente, acaba siendo presa de Jack el Destripador, pero ella es así, una criatura seductora que lo único que hace es buscar algo, no sabe qué, explotando la debilidad suprema de muchos hombres y todos sabemos a qué me refiero. Explotada desde niña, por su padre, por todos los hombres que se han cruzado en su camino, ella no es, ni más ni menos, un monstruo creado por ellos durante años.

Acompañemos una histora tan «fuerte», como se dice hoy día, con la música sin igual de Alban Berg y descubriremos una obra sin par. Desde luego, esto no es la típica ópera wagneriana, ni mucho menos. La puesta en escena, que suele ser surrealista e incluso futurista en muchos de sus montajes, viene a remarcar una trama que, incluso tras haber pasado tantas décadas, no ha perdido su fuerza ni lo más mínimo.

Durante mucho tiempo, e incluso hoy, la otra ópera que compuso Berg, Wozzeck, ha sido más difundida y, sin duda, es una obra maestra, llegando a ser una de las óperas más importantes del pasado siglo. Pero Lulú es especial, tiene algo que la distingue de las demás obras de Berg. Una lástima que se trate de una composición inacabada, pues Alban murió prematuramente en 1935, sin haberla terminado, en la época en que, a sugerencia del violinista Louis Krasner, compuso la que sería su última obra completa, el Concierto para violín a la Memoria de un Ángel. Por cierto, el ángel era Manon Gropius, hija del arquitecto Walter Gropius y Alma Mahler. No es que Berg acogiera el encargo con muchas ganas, pero la muerte de la jovencita Manon a causa de la polio, hizo que se dedicara de lleno a ello. No podía imaginar Berg que también sería algo así como su propio Requiem, pues fallecería muy poco después.

Así quedó Lulú, inacabada, escandalosa por su tema, maldita. Una obra que es tan rica musicalmente como Wozzeck, pero casi olvidada durante mucho tiempo, presa de la censura. Lulú, la seductora jovencita, recogida en la calle por un hombre maduro de alta posición, se rodea del lujo y las compañías de la alta sociedad. Berg se basó en varias obras de Frank Wedekind, quien a finales del siglo XIX había escandalizado a las gentes «de bien» con sus denuncias sociales, lo que le hizo caer en las garras de las tijeras censoras una y otra vez, acusado de inmoral. A aquellos hipócritas no les faltaba razón, desde su estrecho punto de mira naturalmente, poque no podían concebir la existencia de tal monstruo, una mujer viciosa, pero a la vez infantil, sin ninguna moral, capaz de ejercer tal poder sobre los hombres que éstos morían, literalmente, a sus pies, víctimas de su propio deseo, sin moraleja, sin enseñanza, puro y simple juego de pasiones y deseos encaminados a la perdición, sin conciencia. En Lulú no hay ni rastro de remordimiento ni de arrepentimiento, simplemente, conduce a la destrucción de todas las personas que la rodean, porque ella es así, porque así la han moldeado, hasta que termina por caer, de nuevo, en el oscuro mundo de la calle, destruida por otro monstruo.

Sin duda, una memorable noche, con Lulú…