Bien, hay quien me va a llamar pesado, pero no se preocupen, la lista de «prevoladores» termina, más o menos en este post. Ya aparecerá alguno más, pero tardará… Tras la historia de Abbas Ibn Firnas o la de Diego Marín, habrá quedado claro que no fueron los Hermanos Wright los «primeros» en volar con un aparato más pesado que el aire. Eso no les quita ningún mérito porque, aparte de los vuelos aerostáticos, el resto de pioneros no utilizaron motores eficaces y, para qué negarlo, eso de aterrizar no se les daba nada bien. Pero bueno, volar, lo que se dice volar, además de Firnas y Diego, otros muchos lo intentaron. Muchos eran locos sin remedio, saltando desde torres o montículos con capas o «paraguas», impactaban sin remedio contra el suelo, con lo que terminaron el el cementario antes de tiempo.
Pero muchos otros no tuvieron nada de locos, desde luego, Firnas no lo era, ni tampoco Diego, además, realizaron cálculos y estudios encaminados a llevar a buen término su sueño, no se lanzaron a «volar» sin más. ¿Voló Leonardo da Vinci? Sí, vale, todos sabemos que sus dibujos e ideas eran geniales pero poco prácticas para la época… ¿o no? Hay quien afirma que da Vinci realizó varios vuelos, pero la cuestión todavía no está nada clara así que, por el momento, habrá que esperar investigaciones históricas más profundas sobre el tema.
Otros «prevoladores» son más pintorescos. Eilmer de Malmesbury, monje benedictino inglés del siglo XI, es conocido como el «monje volador». Al tal Eilmer le fascinaban los números y las máquinas, así que, como además le encantaban los pájaros… el siguiente paso fue de lo más lógico para su pensamiento: construyó una máquina para volar como las aves. Según cuentan las crónicas, la antigua leyenda sobre Dédalo e Ícaro, era su favorita, así que, a modo de imitación, construyó unas alas montadas sobre una estructura de madera, de manera similar a un primitivo «ala delta» o una «cometa». El planeador era tosco y poco manejable pero, el monje volador, logró su objetivo, se mantuvo en el aire durante varios segundos, logrando recorrer varias decenas de metros con su invento. El aterrizaje fue brusco pero, al contrario que en el caso de Firnas, el monje no se lesionó.
Mucho más tarde, en 1638, el turco Hezarfen Ahmet Celebi, inspirado por las ideas de Leonardo da Vinci, realizó sus propios cálculos acerca del vuelo de las aves, sobre todo de las águilas. Realizó nueve intentos de vuelo hasta lograr, saltando de la Torre Gálata en Estambul, planear hasta el suelo, aparentemente sin problemas.
Desde el siglo XVIII, el deseo de volar se hizo imparable, muchos otros diseñaron naves más pesadas que el aire y las probaron, unos con mejor suerte que otros. La navegación aerostática restó importancia, al principio, a estos intentos, pero los aviones triunfaron. Muchos pioneros, casi olvidados hoy, aportaron sus ideas para llegar al lugar donde nos encontramos, como Alphonse Pénaud, que a finales del XIX construyó «ornitópteros» y otros vehículos voladores; Sir Hiram Maxim, prolífico inventor que, además de armas y máquinas para atrapar ratones, desarrolló un avión motopropulsado que, lamentablemente, no voló u Octave Chanute, el ingeniero ferroviario que ayudó a los hermanos Wright…
Mención aparte merecen dos aventureros sin igual. George Cayley, polifacético ingeniero que desarrolló motores, teorías aerodinámicas, helicópteros y aviones, barcos, tractores… Todo ello, sobre el papel, aunque pronto pasó a la acción. Demostró que las maquetas podían volar, que pequeños animales no perecían en las pruebas y que, por lógica, un humano podría elevarse por los cielos. Fue el primero en comprender que el aire que fluye sobre un ala fija y curvada crea una fuerza de sustentación. Finalmente, se decidió a probar sus modelos con pilotos humanos, logrando que muchos de ellos planearan a principios del siglo XIX.
Finalmente, aparece en este listado Clément Ader quien, además de ser pionero del vuelo con motor, llamó «aviones» a sus aparatos, por primera vez en la historia. Este ingeniero francés, genial e intrépido, perfeccionó muchos aparatos eléctricos, como el teléfono o el micrófono. Al igual que otros pioneros, Ader sentía fascinación por el vuelo de las aves. Su primer planeador, construido en 1873, no era más que una especie «ala delta» recubierta con plumas de oca. Más adelante, construyó aviones propulsados por pequeñas máquinas de vapor. Logró volar durante unos segundos con un aparato de unos 300 kilogramos de peso y 14 metros de envergadura en 1873. Lamentablemente, aquel «monstruo» era incontrolable, por lo que algunos años más tarde, a bordo del Avion III, voló durante más tiempo. Sin embargo, nunca logró controlar sus aparatos y sus aventuras fueron prontamente olvidadas.
Más info en: List of early flying machines.
Imagen: Avion III de Ader.