Ayer, en AXN, estuve viendo un rato el segundo episodio de Rose Red, típica mini serie televisiva construída sobre las siniestras historias imaginadas por Stephen King. No es gran cosa, pero al menos entretiene, aunque no me gustan mucho esas típicas historias de fantasmas y casas encantadas. Pero, a pesar de todo, un elemento muy interesante me mantuvo atento a la televisión. No era el guión, muy pasable, no eran los actores, porque tampoco me parece que sean nada del otro mundo… ¡era la casa! Me refiero al diseño de los decorados, magníficos, un verdadero laberinto de paredes, suelos y techos fantasmagóricos. El diseño general es muy bueno, pero sobresale el de la biblioteca, circular, con suelo de cristal y una cúpula magnífica. Por cierto, esa cúpula, ha sido «importada» de la realidad, pues se trata de la que puede contemplarse en el Arctic Club de Seattle.
Entre fantasmillas andaba la cosa cuando, por «chispazo» cerebral, me vino a la mente un lugar del mundo real que es incluso más grande, recargado, atractivo y fantástico: el Castillo Hearst, el colmo de la fantasía obsesiva. William Randolph Hearst fue el polémico magnate estadounidense de la comunicación que sirvió de modelo a Orson Welles en 1941 para realizar Ciudadano Kane. Al igual que sucede en la película con Xanadú, esa fantasmal «ciudad» construida a medida por Kane donde terminó sus días rodeado de recuerdos y soledad, Hearst llevó hasta el límite su obsesión por el lujo, el arte y su objetivo de crearse un mundo aparte.
A Hearts le sobraba el dinero, de eso no hay duda, otra cosa es que lo gastara en objetos con «gusto», porque el resultado de su obsesión es esteticamente, cuando menos, muy discutible. Eso sí, no será equilibrado ni refinado, pero sí es magnífico, monumental, fantasioso… como vivir en un cuento de hadas.
Localizada en San Simeon, California, la gran propiedad de Hearst está presidida por un castillo de extraña arquitectura. Actualmente es un monumento histórico, pues fue cedido al Estado de California en 1957 y puede ser visitado libremente. Comenzó a construirse en 1919, continuando las obras hasta 1947, aunque jamás se terminó puesto que la idea original de Hearst era todavía más grandiosa. Muchos de los edificios del complejo fueron diseñados por Julia Morgan, de San Francisco, aunque el propio Hearst modificó muchos de ellos varias veces, aunque dudo que ninguno de ellos quedara a su gusto, cosas del capricho. ¿Qué puede encotrarse el visitante de este lugar de fantasía? Pues, ni más ni menos, que una propiedad inmensa, con edificios vistosos, todos diferentes, recargados, un castillo con cientos de habitaciones, jardines inmensos, terrazas, el zoológico privado más grande del mundo, escaleras suntuosas, gigantescas piscinas con varios niveles, mármoles carísimos, obras de arte compradas en todos los rincones del planeta, mezcla personalísima de estilos arquitectónicos, desde una pequeña villa romana a una fachada de catedral española de estilo colonial…
Si las paredes hablaran, nos contarían las tórridas historias vividas entre esos incontables muros, nos hablarían de aquellas fiestas a las que Hearst invitó a las más brillantes estrellas de Hollywood, a políticos poderosos y empresarios en la cresta de la ola, de Winston Churchill a Cary Grant, todo el mundo que salía en los «papeles» de la época, pasó días de diversión en el Castillo Hearst.