En 1535 nació un italiano muy imaginativo, Giambattista della Porta. Lo de «italiano» es un decir, porque en aquella época la península itálica se hallaba dividida en diversos reinos y demás piezas de puzzle geopolítico. En realidad, según la fuente que se consulte, el año exacto en que llegó al mundo cambia, pero todos se ponen de acuerdo en que nació cerca de Nápoles, donde viviría gran parte de su vida.
En su larga vida de octogenario, un mérito para la época, se dedicó a mil y una actividades. Pertenecía a una familia acomodada, no en vano su padre llegó a estar al servicio de Carlos V, así que los dineros no fueron nunca un problema en su vida. Aunque no tuvo formación universitaria, su inquieto espíritu le hizo interesarse por todo lo que le rodeaba. Se dice que un tío suyo, Spadafora, fue durante algún tiempo su maestro, siempre desde el punto de vista informal, mezclándose lo mítico con lo real, aprendiendo, a su vez, de los grandes personajes que visitaban las propiedades de la familia. Hoy diríamos que aprendió por su cuenta, mezclando lo imaginario con lo científico, todo un espíritu libre. Eso sí, cuando quiso ir más allá, procuró aprender de algunos sabios reconocidos de la región napolitana, como Antonio Pisano o Doménico Pizzimenti, que tradujo obras de Demócrito.
Así que, ya tenemos la masa para hacer el pan. Un chaval inquieto, versado en historia y ciencia, conocedor de los mitos, católico firme pero con cierto carácter «reformador», cosa que, con el tiempo, le metió en líos con la Inquisición, que prohibió algunas de sus obras… Bien, ¿qué resulta de todo ello? Una obra maestra: La Magia Natural.
Se trata de un conjunto de volúmenes que tratan de todo tipo de temas, óptica, alquimia, matemáticas, meteorología… una mezcla curiosa, rara y atractiva en su forma y contenido. Ese fue su primer libro, el más famoso, con muchas ediciones a sus espaldas, toda una maravilla de papel. Naturalmente, escribió otras monografías muy conocidas, como De humana physiognomonia, o De refractione optices, entre otras, pero la Magia Natural tiene algo diferente, por lo que se le recuerda todavía hoy.
A la hora de publicarse aquella Magiae naturalis, el niño prodigio ya había crecido, acumulando con los años toda clase de datos, libros e historias curiosas. ¿Qué mejor que un libro para exponerlas todas juntas? Construyó, así, una especie de «enciclopedia» de la divulgación científica y del conocimiento en general, de la época. En los diversos libros que componen esta magna obra, pueden encontrarse temas tan dispares como la observación astronómica con primitivos telescopios, trucos para que una mujer se mantenga bella, técnicas de fabricación de todo tipo de lentes, la tecnología de extracción de metales, recetas de cocina, cómo fabricar venenos, decripción de cacharros de todo tipo, como destiladores o aparatos de alquimistas, se muestra cómo fabricar gemas artificiales, lo sorprendente de los imanes (para la época)…
Además, en sus escritos, no es nada oscuro ni complejo, va directo al tema, con claridad y pasión, explica las raíces de cada asunto, contando historias desde la época de los griegos hasta chismes que oía en su región, todo ello salpicado de buen humor. Pero, no se vaya a pensar que se trata de una simple colección de recetas de todo tipo sin valor alguno, en realidad, se trató de algo revolucionario. Primero, por la forma nueva de presentar el conocimiento, sin la gravedad acostumbrada y, segundo, porque plantea en sus escritos nuevas tecnologías que, andando el tiempo, serían de uso común. Por ejemplo, se interesó por los telescopios y les ayudó a ganar fama, en un tiempo en el que sólo se consideraban casi como un juguete. Construyó y explicó cómo montar cámaras oscuras, precursoras de la fotografía y, además, levantó un museo propio que sería la semilla de lo que hoy son nuestros museos públicos.
Y, antes de que se me pase, de entre toda la extensa obra del «mago» della Porta, destaca un curioso librillo, De furtivis literarum. ¿De qué trataba? Pues ni más, ni menos, que de criptografía «avanzada», bueno, para entonces era «lo más» en cuanto a códigos secretos y cifrado. Su vida transcurrió entre cardenales y políticos, entre su pasión por la alquimia y la óptica, las máquinas y las matemáticas… un personaje inagotable que, como al parecer, le cundía mucho el tiempo, entre otras «nimiedades» publicó obras acerca de neumática, ingeniería militar, remedios curativos y tuvo tiempo de formar sociedades científicas, que toparon con la Inquisición… El que es considerado como uno de los mejores criptógrafos del renacimiento, hubiera disfrutado como un niño, de haber sabido que, unos cinco siglos después de su tiempo, su intuída fotografía sería una realidad, que herederos de sus telescopios orbitarían la Tierra y que, la creación y ruptura de códigos en Internet seguiría siendo tan apasionante como el descifrado de cartas entre embajadas de su época.
Más información en: The Works and Life of John Baptist Porta