Siempre me han sorprendido los arquitectos utópicos. Muchos de ellos sólo realizaron obras menores o, incluso, no llevaron a la realidad ninguna de sus obras. Sin embargo, en sus libros y dibujos, crearon mundos aparte, atractivos e imaginativos, obras que nunca vieron la luz pero que marcaron el camino a seguir. Uno de esos arquitectos, el francés «neoclásico» del XVIII Étienne-Louis Boullée tenía la especial «manía» de imaginar enormes tumbas o monumentos funerarios dedicados a personajes históricos. De entre todos ellos, está una de mis obras imaginarias favoritas: el Cenotafio de Sir Isaac Newton, una gigantesca esfera hueca de 150 metros de altura en cuyo interior luciría de manera perpetua un imponente «sol» artificial, a modo de homenaje a la figura que revolucionó la física, la ciencia y el mundo.