Enrique Sanchís y su Triauto: el encanto de las tres ruedas

El "Triauto" de Sanchís.

Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de marzo de 2018.

Coches minúsculos para una época terrible

En la posguerra civil española, al igual que sucedió también en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial, la falta de medios de todo tipo fue, durante años, tan horrenda que sólo podía superarse con ingenio. La necesidad de contar con automóviles lo más baratos que fuera posible en su construcción hizo que florecieran los coches de pequeño tamaño. Así, lograron cierta fama microcoches con tres ruedas con tratamiento fiscal especial, considerados realmente como motocicletas, y coches con sólo dos plazas y un tamaño generalmente inferior a los tres metros de longitud que tomaron infinidad de formas. Con materiales de construcción escasos y caros, así como combustible racionado, eran una buena alternativa de movilidad.

Tras el conflicto, diversas empresas de armamento, se lanzaron a construir los coches más baratos y pequeños que fuera posible en una época de grandes carencias. Alemania, Francia y Reino Unido, por ejemplo, vieron nacer una floreciente flota de todo tipo de coches de minúsculo tamaño. Lo mismo sucedió en España, donde se fabricaron algunos modelos célebres bajo licencia, como el Isetta de origen italiano, dotado de un curioso sistema de portón de acceso frontal con volante articulado para facilitar la entrada a su interior.

Los microcoches españoles de los años cuarenta y cincuenta lo tuvieron muy complicado para prosperar pues, a la carestía de materiales y combustibles que se vivía en el resto del continente, había que unir el aislamiento al que estaba sometido nuestro país debido al régimen franquista, que llevó a la implantación de un duro modelo económico autárquico. En ese ambiente nacieron genialidades fruto de la necesidad como el Biscúter, conocido popularmente como “la zapatilla”. Originalmente ideado por el diseñador aeronáutico francés Gabriel Voisin, este modelo fue fabricado en España por la empresa barcelonesa Autonacional S.A. Era un “vehículo mínimo”, que cumplía con las extremas exigencias del mercado nacional de su tiempo: reducido hasta el límite, sin puertas ni ventanas, e incluso sin marcha atrás, con una mecánica simplificada gracias a ingeniosas innovaciones, se extendió como la pólvora por nuestras calles desde su introducción en 1953.

El Biscúter fue el más exitoso de los microcoches españoles de posguerra, pero no fue el único. Estuvo acompañado por una entrañable y abigarrada galaxia de modelos de todo tipo. Ahí quedó, entre muchos otros intentos, el también barcelonés coche AFA, bajo patente de 1943. Se trató de un vehículo que hundía sus raíces en un modelo anterior, de los años treinta que, por desgracia y a pesar de su innovadora propuesta, no logró prosperar. Llegaron más tarde diversas marcas de existencia efímera que a duras penas lograron sacar al mercado unas pocas unidades de sus atrevidos microcoches,  algunos de ellos alimentados incluso con gasógeno, ante la escasez de gasolina y otros combustibles derivados del petróleo.

Enrique Sanchís Tarazona
Ahora bien, si tuviera que elegir un precursor de todos ellos, no dudaría en mencionar cierto artilugio de tres ruedas que llamó mucho la atención de su tiempo, ¡allá por el año 1906!. Fruto de la mente de un genio hoy casi olvidado, Enrique Sanchís Tarazona, merece un grato recuerdo pues se adelantó en medio siglo a muchos de sus compañeros en el género de los microcoches.

El «Triauto» de Sanchís.

El asombroso Triauto de Sanchís

A la hora de redactar estas letras tengo ante mí los viejos impresos y planos de una máquina excepcional. Estos inéditos gráficos, que reproduzco parcialmente, duermen plácidamente en los estantes del Archivo Histórico de Patentes de Madrid, esperando mostrar sus cualidades a quien se quiera acercar a observarlos. Se trata de la patente española de invención número 39.110, otorgada a Enrique Sanchís el 15 de septiembre de 1906 para cierto “sistema de chasis para coches de tres ruedas”. El mismo personaje cuenta también con otras patentes bajo su nombre, haciendo un total de una decena, que van desde un “sistema de tranvías para viajeros con carriles de cualquier sección pero de superficie de rodadura cóncava en su llanta”, de 1896, hasta un “sistema de construcción de tabiques, paredes, cielo-rasos y otras partes de edificios”, que data de 1920. En total, más de dos décadas dedicadas a la invención, en las que alumbró todo tipo de artilugios útiles que mejoraban la fabricación de dirigibles, de los vehículos sobre raíles y hasta un extraño y curioso “sistema de vías mixtas de hormigón y acero colocadas en calles y carreteras para que marchen sobre ella toda clase de vehículos ordinarios”, que fue publicado en 1898.

Sanchís, de origen valenciano, era ingeniero de caminos y estaba adscrito al Ministerio de Obras Públicas en aquel comienzo del siglo XX. Su pasión por las máquinas rodantes, que venía de lejos como muestran sus patentes de finales de la anterior centuria, se acrecentó cuando fue enviado de forma oficial al Primer Congreso de Automovilismo que se celebró en París en 1902. Allí pudo contemplar los novísimos coches llegados desde diversos lugares de Europa y los Estados Unidos. Desde ese momento no dejó de soñar con construir sus propios coches a motor y contar con una marca propia, que con el tiempo llegó a ser una realidad bajo el nombre de la efímera fábrica que abrió en las cercanías de París, en Courbevoie: Sanchis-France. El propio Enrique comenta sobre el inicio de esa constructiva obsesión en la páginas de 1902 de la Revista de Obras Públicas:

solicité y obtuve del Ministerio autorización para asistir [al Congreso de Automovilismo] y estudiar de cerca los adelantos del transporte sobre carretera. Más tarde pude conseguir permiso (…) para seguir aquellos estudios en el extranjero, donde tuve ocasión de visitar en Inglaterra y los Estados Unidos algunas fábricas de la especialidad que, unidas a las recorridas en Francia (…) completaron mis impresiones sobre esta nueva industria.

Modelos «Triauto» en una exposición de automóviles.

Y, de esta forma, recorriendo las mejores fábricas de automóviles de su tiempo, Sanchís aprendió todo lo posible sobre automóviles a vapor, eléctricos y los novísimos coches a gasolina. Con todo ese conocimiento pudo presentar en el Salón del Automóvil de París de 1906 su Triauto, todo un precursor de los microcoches, diseñado y construido por el propio ingeniero y varios colaboradores y aprendices, contaba con un motor de cuatro cilindros, igualmente de diseño propio, estando dotado de una sola plaza y, como su propio nombre indica, tres ruedas, de la que la trasera era la única motriz. En la misma exposición también presentó otros modelos con cuatro ruedas y más plazas, que formaron parte también de otros certámenes automovilísticos y llamaron la atención en toda Europa. El sistema de bastidor-carrocería diseñado en ese tiempo por Sanchís era tan avanzado que no fue puesto en práctica por la gran industria hasta que Lancia lo empleó en uno de sus modelos allá por 1922 (en concreto en su modelo Lambda, con chasis monocasco). Sobre aquella aventura nos comenta la Revista de Obras Públicas, edición del 19 de julio de 1906:

Hace dos años, en 1904, fue enviado al extranjero por el Gobierno español un centenar de obreros, bajo la dirección de los ingenieros D. Enrique Sanchís y D. Miguel Mataix, el primero como Jefe de la expedición. La mayor parte de ellos se quedaron en Francia, en París especialmente, y los demás fueron a Bélgica con el Sr. Mataix. (…) Los obreros obtuvieron trabajo en [diversos talleres] de cerámicas, automóviles, tipografía, cajas de carruajes, fotograbados, ebanistería, etc. (…) A sus expensas, en horas extraordinarias, gastando algunos de su corto peculio  300 o 400 francos, han llevado a cabo 83 [proyectos]. Llama la atención, desde luego, la sección de proyectos de automovilismo. Son varios modelos, de 6 a 10 caballos, ideados y dirigidos por el Sr. Sanchís. (…) Los automóviles Sanchís son seis: 1º.- Triauto, para una sola persona, que ya figuró en el Salón del Automóvil de París. 2º.- Cuadraciclo con caja de distribución, para estafeta de correos o comercio. 3º.- Coche pequeño de cuatro ruedas con dos asientos, uno al lado del otro. 4º.- Coche ligero para tres personas. 5º.- Coche pequeño de carreras. 6º.- Chasis-bastidor o armadura para tres personas, de acero forjado, junto a un Motor Sanchís de seis cilindros. La base del sistema Sanchís consiste en hacer el bastidor y la caja formando un solo cuerpo de acero embutido o estampado.

Gráficos de la patente del «Triauto» de Sanchís.
Gráficos de la patente del «Triauto» de Sanchís.

Al contrario de lo que sucedería con los microcoches españoles de la posguerra, donde la carestía de medios era su principal razón de ser, con el afamado Triauto Sanchís nuestro ingeniero buscaba un objetivo que podemos considerar muy actual. Don Enrique pretendía crear un medio de locomoción urbano rápido, unipersonal, fácil de mantener, capaz de ser aparcado en cualquier lugar y, sobre todo, cómodo. No se aleja mucho de algunos modelos unipersonales actuales de vehículos eléctricos urbanos. El precio neto de su bastidor completo era de 1.600 francos y, claro está, fue mostrado con orgullo por el propio Sanchís y sus aprendices allá donde fueron. La prensa lo presentaba como un vehículo del futuro, y no les faltaba cierta razón, aunque finalmente no llegó a extenderse por nuestras calles como él hubiera deseado.

Enrique Sanchís continuó fascinado por los automóviles el resto de su vida, pero también por la navegación aérea. Además de sus diseños para dirigibles de finales del siglo XIX, estudió en 1913 las posibilidades de emplear uno de esos aparatos para cruzar el Atlántico. Junto a su labor como ingeniero, el éxito de su Triauto y el bastidor-carrocería, y su dedicación como ingeniero-director de las expediciones obreras al extranjero, fue la aviación el campo en el que dedicó el resto de sus esfuerzos. Y, pese a lo que pueda parecer ante tanta acción, todavía le quedaba cuerda para estudiar y diseñar aeronaves. A su modelo de dirigible de hidrógeno de 1908, con diversas innovaciones pero que no pasó de la fase de gabinete, se une ese mismo año, en diciembre, su diseño para un aeroplano, que vio la luz al año siguiente en París, de nuevo con ayuda de sus obreros-aprendices. La nave, un biplano de doce metros de ancho y dos hélices, fue probado en el verano de 1909 pilotado por el francés Léon Delagrange. Por desgracia, en una de las pruebas el avión resultó dañado y no se continuó con aquella aventura, dedicándose entonces don Enrique a su fábrica parisina de automóviles.