¿Qué puede pensar quien escuche a alguien afirmar con rotundidad lo siguiente?
Hago descarrilar trenes porque me gusta ver morir a la gente. Me gusta escuchar sus gritos.
Sin duda, todos pensaríamos que se trata de un loco, y no nos equivocaríamos. Por desgracia, el loco había llevado a la práctica sus macabras fantasías en diversas ocasiones. Asesinos en serie los ha habido de todo tipo, cada cual con sus manías y obsesiones, métodos terribles para provocar dolor y muerte pero, en mi opinión, si hubiera que buscar a un asesino en serie fascinante, por lo brutal y singular de sus crímenes, no dudaría en girar la vista hacia el húngaro Szilveszter Matuschka, que fue el siniestro individuo que pronunció tan desasosegante frase.
La pesadilla comenzó el último día del año 1930, cuando a punto estuvo un ferrocarril de salir volando en Viena por culpa de algo muy extraño: alguien había dañado la vía a propósito, con la intención de hacer descarrilar al tren. No fue sino un ensayo por parte de Matuschka para perfeccionar su técnica homicida. Durante meses la policía de media Europa enloqueció ante la imposibilidad de dar caza a la persona, o grupo, que se encontrara detrás de diversos descarrilamientos. Tal y como narraba Max Haines en su colección de crímenes famosos:
El saboteador se había vuelto más sofisticado. Había colocado bombas caseras en las vías con una línea que llevaba hasta un montón de arbustos. Desde su guarida, había hecho explotar las bombas, haciendo saltar al tren de las vías. Ahora las policías de tres países, Austria, Suiza y Alemania, coordinaban sus esfuerzos para aprehenderlo. Los detectives pronto aprendieron que tenían un astuto adversario en sus manos. Pudieron rastrear los elementos encontrados en la guarida del saboteador.
Y fue, precisamente, el análisis de los materiales empleados para cometer los crímenes lo que llevó, tras una rocambolesca investigación, a dar con el autor. Matuschka, a primera vista, no parecía un asesino y, sin embargo, había logrado hacer descarrilar un tren el 12 de septiembre de 1931 con el resultado de 22 fallecidos y más de un centenar de heridos, muchos de ellos muy graves. Ésta y otras terribles acciones convirtieron al «descarrilador» en todo un personaje público, los periódicos siguieron con interés los juicios a los que fue sometido y el criminal disfrutó de ello, pues gustaba de realizar descripciones detalladas de sus fechorías.
Matuschka, en uno de los juicios a los que fue sometido.
Tras su arresto, el 10 de octubre 1931, Matuschka, héroe de la Gran Guerra, acomodado industrial y padre de familia, inofensivo según sus vecinos, se mostró como un verdadero monstruo. Afirmó haber sido guiado por una entidad maléfica y que sentía gran placer viendo cómo descarrilaban trenes. Pero no era el estruendo mecánico lo que le llamaba la atención, lo que verdaderamente animaba sus acciones era la gran excitación sexual que conseguía cuando, desde las cercanías, contemplaba a los pasajeros retorciéndose de dolor entre los hierros. La sangre, los gritos, los mutilados, todo ello constituía para Matuschka el más bello de los cuadros, llegando él en ocasiones a entrar en el interior de los trenes descarrilados simulando ser una víctima más, mezclándose con los infortunados viajeros.
Revista Crónica, Madrid, 25 de noviembre de 1934:
Aunque fue sentenciado a muerte, logró que la pena fuera conmutada por cadena perpetua pero, y éste es el final misterioso de la historia, desapareció en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando logró escapar de prisión.
La Época, Madrid, 26 de junio de 1935: