Dukas, el límite de la perfección

No hay que ser chapucero, pero ser muy perfeccionista, al parecer, tampoco es muy bueno. Al llegar esta mañana a casa, a la hora de comer, me encontré frente a frente con un repetidísimo episodio de Los Simpson, en el que la familia amarilla viaja al parque de atracciones Rascapiquilandia. No presté mucha antención, más podía el hambre y el tedio de ver otra vez algo tan manido, pero cierta escena me hizo recordar una patética historia. En la pantalla, aparecen Rasca y Pica, el ratón y el gato, sea quien fuere cada uno, porque no recuerdo a qué pérfido bichejo pertenece cada nombre. Los dos violentos dibujos parodian una película de Disney, en concreto Fantasía, de 1940.

Como música de fondo, al igual que en la película, suena una magnífica composición, que la mayoría de la gente asocia con del mago del cine de animación pero sin recordar que se trata de El aprendiz de brujo, obra de Paul Dukas.

Esta joya del compositor francés, un scherzo sinfónico, pura música programática basada en un texto de Goethe, da muestra de la maestría que llegó a alcanzar. Pero esta historia tiene un componente triste, patético como bien escribí antes. Paul Dukas falleció en 1935, no tengo claro si se suicidó, porque las biografías son un tanto confusas con respecto a sus momentos finales, pero poco importa. Quien, durante décadas, fue considerado un excelso artesano de la composición, que fue maestro de genios como Messiaen y que, además, fue impecable escritor y crítico musical, decidió quemar gran parte de su obra, en su mayoría inédita, poco antes de morir. Consideraba Dukas que su producción, salvo las escasas obras que han llegado a nuestros días, merecía desaparecer para siempre porque no era digna, su espíritu de perfección nos ha privado de obras que, con seguridad, serían consideradas actualmente como grandes composiciones. Como recuerdo de Dukas, el implacable perfeccionista, nada mejor que disfrutar con El aprendiz de brujo