Clarke, más allá del monolito

Me enteré ayer por la noche, no tenía pensado escribir nada hoy, pero el personaje merece un recuerdo, aunque sea breve. Hoy glosan sus obras medios de todo el mundo, así que no aburriré con esbozos biográficos ni listados de obras ni nada parecido. Prefiero rendir homenaje al padre de HAL 9000 con alguna reflexión personal y una anécdota. He de comenzar diciendo que Arthur C. Clarke nunca me gustó como escritor y, sin embargo, es uno de los autores que más me han atraído y por los que más interés he sentido. Tal afirmación, aparentemente contradictoria, responde a una explicación muy sencilla. Siempre me ha parecido que, desde el punto de vista literario, las novelas de Clarke no tenían gran cosa que mostrar, pero precisamente esa falta de interés por la forma y la estética, que a mí no me suele hacer gracia si no hay nada más detrás, importaba poco, porque lo bueno de Clarke son sus ideas. He ahí la cuestión, como maestro de la ciencia ficción hard, puede que sus tramas fueran previsibles o incluso simplonas en algunas ocasiones, pero no importa, porque lo que siempre busqué en sus letras era la ciencia que está en el fondo. Así, sus descripciones de máquinas, tecnologías e incluso biologías extrañas son geniales. Es más, Clarke tenía la buena manía de completar muchos de sus libros con apéndices técnicos llenos de referencias. No es normal encontrar una novela que, al terminar, contenga diez o veinte páginas en las que el autor comente dónde y cómo llegó a tal idea o la bibliografía que ha manejado. Por eso, considero que Clarke, por las ideas «futuristas» pero factibles que ha alumbrado, debe ser considerado uno de los pensadores, incluso filósofos, más importantes del siglo XX. La literatura se la dejo a otros, más me importa el contenido que la forma y en esto el viejo Arthur gana al resto con gran diferencia.

Las cosas suceden de formas extrañas. Hacía mucho que no releía fragmentos de alguno de los numerosos libros de Arthur C. Clarke que tengo en mi biblioteca, pero el pasado día 17, cuando me encontraba escribiendo el artículo sobre la maqueta LEGO del Discovery One, decidí repasar unas cuantas hojas de 2061 y de El Especto del Titanic, los libros de Clarke que más a mano tenía. Mientras releía las notas al final de los dos libros, pensé que hubiera estado bien conocerlo en persona pero, siendo ya tan mayor, no parecía posible que tal cosa pudiera realizarse… ¡a no ser que me diera la locura de viajar a Sri Lanka! Al día siguiente, me encontraba de viaje en un pequeño pueblo palentino, Collazos de Boedo. Allí, estuve un rato con un pariente al que hacía mucho tiempo que no veía, un anciano que ya ha cumplido los noventa años pero que, a pesar de que no respira muy bien y tiene unas piernas que empiezan a rendirse, mantiene la cabeza plenamente en su sitio. Posiblemente por la lectura del día anterior, caí en la cuenta de que Clarke ya debía tener, por lo menos, la misma edad que el anciano que me acompañaba. Por la noche, el lector de feeds me lo confirmó, sin yo pedirlo, pues Clarke había fallecido ese mismo día, casualidades de la vida.

Bien, a modo de homenaje sencillo, recordaré aquí las conocidas como Tres Leyes de Clarke, que incluí en un capítulo dedicado a la ciencia ficción en Herejes de la Ciencia, puesto que me parecen de una lucidez cristalina1:

  • 1. Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, probablemente está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, probablemente está equivocado.
  • 2. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse hacia lo imposible.
  • 3. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

En cuanto al cine, por mucho que se hable de 2001, yo me quedaré siempre con 2010, película en la que, precisamente, aparecía el mismísimo Clarke como extra. ¿Quién está sentado en el banco de la izquierda, dando de comer a las palomas, frente a la Casa Blanca, mientras el Doctor Floyd discute con su jefe cómo convencer al presidente para subir a bordo del Leonov? 😉

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En fin, espero que ahora mismo el viejo Arthur haya podido comprobar personalmente qué hay más allá del negro monolito

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1 Originalmente publicadas en Hazards of Prophecy: The Failure of Imagination, ensayo que forma parte de Profiles of the Future (1962).