De la terquedad de Golgi y la persistencia de Cajal

microEstos días se cumple un siglo desde que Santiago Ramón y Cajal recibiera el Premio Nobel de Medicina, puede que haya pasado los últimos tiempos demasiado desconectado del mundo, pero me parece que pocos se han acordado que, salvo en el caso deSevero Ochoa -a quien todavía recuerdo entrañablemente en la única vez que me encontré con él, caminando por Gijón hace muchos años y, para colmo, reconocido oficialmente como Nobel estadounidense, también en la categoría de Fisiología o Medicina- no hay más que un desierto en relación a ese galardón y la ciencia española. Ni un solo Nobel de física, ni de química ¿no es síntoma de algo? Eso, por no hablar del desconocimiento general patrio sobre la historia de la ciencia española, mientras algunos se rasgan las vestiduras redactando y volviendo a redactar una y mil veces proyectos de «leyes para memos históricos»1. Una cosa es la memoria, la historia, y otra muy diferente la querencia por un pasado brumoso surgido de una especie de nostalgia de lo «no vivido». Mientras tanto, la mayoría de los científicos españoles de los últimos dos siglos yacen en el más profundo de los olvidos como si la ciencia no fuera parte de eso que tantas veces en mayúsculas llena la boca de burócratas, la CULTURA.

En fin, al menos el nombre de Cajal resuena por doquier, aunque esos mismos gerifaltes que se prodigan en grandes discursos sobre la CULTURA ni siquiera sepan por qué Cajal es «famoso» o, lo que es peor, no tengan ni idea de lo que es una neurona. Recuerdo con cariño las horas que en la facultad ocuparon las prácticas de laboratorio con microscopios ópticos en histología o biología celular, al descubrir al otro lado de los finísimos cortes de las preparaciones incluidas en parafina, más allá del aceite de inmersión, teñidos por medio de complejas técnicas, los mundos de las células, las mismísimas neuronas apareciendo al ajustar el micrométrico como bosques enmarañados formando el tejido nervioso… Cajal y Golgi, como muchos otros histólogos y biólogos celulares, aparecen en el recuerdo cada vez que se realiza una preparación con un microtomo para destinarla al microscopio.

El bueno de Camilo Golgi, que compartió el Nobel con Cajal aquel 1906, no sin cabrearse por ello, era un tipo de lo más curioso, alguien a quien la cabezonería pudo más que el sentido común. Cómo entender sino que, teniéndolo ante sus narices y habiendo desarrollado la técnica que propició su descubrimiento, no cayera en la cuenta de que el sistema nervioso no era una red «difusa», en realidad compuesta por unidades celulares discretas, las neuronas.

La historia tiene su miga. Como de Cajal se han realizado incluso series de televisión, creo que para «celebrar» el centenario de aquellos gloriosos días en que la histología se desarrollaba, estará bien recordar al partenaire de Cajal en Suecia, el insigne Camilo Golgi. El trabajo capital de Cajal sobre la «textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados» había sido realizado en gran parte utilizando las técnicas de tinción de tejidos ideadas por Golgi, he aquí el origen del enfado y la confusión que el propio Camilo se ocupó en mantener largo tiempo.

Golgi fue un gran científico, de eso no cabe la menor duda. Aquel italiano inquisitivo y curioso en extremo cuyo padre, médico rural, seguramente tuvo mucho que ver en el desarrollo de su vocación médica, decidió explorar la ignota frontera de la mente humana y, en concreto, se mostró decidido a desentrañar los enigmas de su soporte físico, el tejido nervioso. Lejos de mostrarse de acuerdo con muchas de las extravagantes teorías de la época acerca del origen de las enfermedades mentales, pronto tomó la decisión de realizar investigaciones encaminadas a aclarar si las lesiones en el sistema nervioso podrían ser las causantes de tales males. Aprendió a utilizar con maestría los microscopios de la época y se centró apasionadamente en la investigación histológica.

En verdad, el ambiente en el que se movía el voluntarioso Camilo no era nada propicio para verse animado a investigar. Estaba empleado como médico en una clínica de beneficencia y, de laboratorio, nada de nada o, al menos, no contaba con algo mínimamente digno. Esto no detuvo su decisión de explorar los mundos de los tejidos biológicos así que encontró la solución perfecta, construyó su propio laboratorio en casa. Tal dedicación comenzó a dar frutos pronto. En aquellos años de la década de los setenta del siglo XIX no se contaba con técnicas muy depuradas en cuanto a la tinción de tejidos, algo vital a la hora de poder desentrañar su estructura. Poco a poco, los pioneros de la histología habían ido desarrollando sistemas de tinción, pero eran muy imperfectas cuando se aplicaban al tejido nervioso. Golgi, tras meses de probar todo tipo de ideas sobre la tinción, logró algo muy útil, a saber, añadiendo nitrato de plata a muestras de tejido nervioso endurecidas durante días en bicromato potásico, se desarrollaba la reacción cromoargéntica que hacía destacar a la vista del microscopio la estructura del tejido tanto tiempo «fantasmal». Este paso fundamental en el proceso de tinción del tejido nervioso fue reconocido ampliamente por sus colegas europeos, para satisfacción del italiano que veía así cómo aparecían estudios de todo tipo publicados en revistas científicas de todo el mundo basadas en su técnica.

Ahora ya se disponía de la tecnología para desenmarañar la brumosa estructura del tejido nervioso, sólo era cuestión de observar y tomar notas… Muchos lo intentaron, pero no era tan sencillo como se pensó al principio. La técnica de tinción cromoargéntica de Golgi se mejoró pronto, pero el sistema nervioso seguía sin desvelar sus secretos. Golgi y muchos otros histólogos se empeñaron en lograr tal objetivo pero nunca pensaron que quien lo lograra fuera un español. En los años finales del siglo XIX, hablar de España con relación a temas científicos era poco menos que mentar una caverna oscura, en Europa nadie imaginaba que algo original en materia científica pudiera surgir del tal sitio así que, cuando Cajal apareció para iluminar la, por tanto tiempo negra cueva, no fue reconocido su genio hasta pasado cierto tiempo de adaptación porque, claro está, «una idea tan genial no puede venir de…»

Aunque Golgi había derribado con su técnica muchas de las premisas del reticularismo de Gerlach, teoría que planteaba la estructura del tejido nervioso a modo de red inextricable y difusa, vaya usted a saber si por cabezonería, por acomodación o porque le parecía, en el fondo, buena idea, siguió defendiendo la idea de la red continua, eso sí, afinando las descripciones. En realidad, a casi todos los histólogos les parecía una idea aceptable el tomar al tejido nervioso de ese modo, a fin de cuentas muchos estudios habían «demostrado» que la actividad nerviosa sólo podría explicarse planteando tal tejido como una red continua. Las formas de describir esa red eran múltiples, pero parecía haberse llegado a un consenso con respecto al problema fundamental… hasta que un español terminó con aquel caduco modelo.

A los escasos investigadores que planteaban la existencia de células nerviosas independientes no se les hacía demasiado caso, eran los que estaban «fuera de juego», en el campo de la histología nerviosa los reticularistas ganaban por goleada. Con los años, Golgi ocupó diversos puestos de importancia en labores docentes e investigadoras, recibió honores y desarrolló otros intereses, aparte de los histológicos, como la investigación del mecanismo de transmisión de la malaria. Pero había clavada una espina en su corazón de científico, aferrado a su tozudez al defender la teoría reticularista, tuvo que compartir a su pesar el Nobel de Medicina con Cajal quien, gracias a sus dotes de observación y, sobre todo, su mente abierta y su inquebrantable paciencia observadora, nacida de la perseverancia, había demostrado que las neuronas, las células que se conforman como elementos principales del tejido nervioso, no eran un mito sino que, al contrario, eran una realidad de vital importancia para comprender el funcionamiento de los organismos vivos. No sé qué molestaría más a Golgi, si el que un desconocido español le «fastidiara» sus creencias en el reticularismo o que, para colmo, el tesón de Cajal diera sus frutos sobre la base del empleo de las técnicas de tinción que él mismo había ideado.

Hoy, en las escuelas, cuando se enseña sobre el funcionamiento de las células, se cita al famoso aparato de Golgi, presente en el citoplasma celular y que, en honor a Camilo al haber sido pionero en su descripción, recibió ese nombre. Lástima que el italiano no pudiera verse reconocido por tal descubrimiento pues, hasta la llegada a mediados de los cuarenta del siglo XX de la microscopía electrónica, no se pudo verificar que el aparato de Golgi era real y no un artefacto ficticio aparecido durante la manipulación de las muestras, tal y como muchos plantearon durante años. Durante las primeras dos décadas del pasado siglo, Golgi se desmarcó poco a poco de la investigación histológica y centró su atención en diversos temas sociales e incluso se metió a político pero, lo que nunca cambió, ni tan siquiera en 1926, cuando falleció, fue su opinión sobre Cajal y la concepción del tejido nervioso desde el punto de vista celular. Aunque para entonces ya casi nadie pensaba que la teoría reticular fuera válida, Golgi seguía, cabezonamente, negando que Don Santiago tuviera razón.

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1 Dado que la frasecita ha creado diversos malentendidos, recomiendo que se lean los comentarios a este artículo.