El enterrador, la telefonista, su marido y el cadáver…

Tiene guasa el título, no en vano lo he colocado en recuerdo de cierta película de Peter Greenaway. La historia que viene a cuento de tan extraña cabecera viene de lejos y guarda lejanos parecidos, en cuanto al ambiente surrealista, con dicha película.

A pesar de que los detalles del asunto no se conocen con la precisión deseada, a grandes rasgos sí se puede dibujar cómo surgió en la mente de un tipo de lo más airado la genial idea de crear la primera centralita telefónica automática realmente práctica de la historia. Almon Brown Strowger, ciudadano estadounidense nacido en 1839 que, tras haber tenido diversos oficios e incluso haber luchado en la Guerra de Secesión, se convirtió en empresario, más concretamente en propietario de un negocio funerario. Allá por el 1o de Marzo de 1891, la Oficina de Patentes de los Estados Unidos le concedió la patente número 447.918, que describía una centralita telefónica totalmente automatizada. ¿Cómo llegó el señor Strowger a desarrollar tal invento? Naturalmente no era ningún tonto y, además, había sido mecánico y maestro, conocía bastante bien la tecnología de la época y era muy curioso. Por si esto fuera poco, dicen que se trataba de un hombre irascible y cabezota, que no dudaba en lograr lo que se proponía.

patente

La centralita automática nació de una de esas ideas raras que se le metió en la cabeza tras una sospecha que, más tarde, lograría confirmar. Si bien los detalles de la historia, tal y como mencioné, no se conocen con seguridad, a brocha gorda sí se ha logrado reconstruirla, aunque siempre cabe la duda de que se trate de una «batallita» contada por el propio inventor basada en un incidente real. Almon recibía los avisos acerca de personas fallecidas en su «jurisdicción» por diversos medios, uno de ellos era el recién nacido teléfono. Al parecer, un empresario funerario rival, que vivía en la misma ciudad, estaba casado con la telefonista local. Con el tiempo, Almon empezó a sospechar que la señora del enterrador vecino estaba desviando en su beneficio las llamadas que recibía con avisos de clientes que, originalmente, iban encaminados a Strowger. Cabreado y dispuesto a descubrir si le estaban robando clientela, terminó por descubrir un día que, efectivamente, la telefonista estaba desviando las llamadas. Al parecer, había fallecido un amigo suyo y la familia había llamado por teléfono a Strowger para que se ocupara de los detalles del funeral pero… la llamada la recogió el otro enterrador. A partir de ahí, Strowger se juró a sí mismo que nunca más le iban a robar un cliente de esa manera y, tiempo después, nació el primer modelo de centralita automática descrito en la mencionada patente.