
Los humanos llevamos siglos observando Marte. Desde tiempo inmemorial, uno de los puntos de luz más admirados y temidos de la bóveda celeste fue ese planeta. La llegada de los telescopios sirvió para acrecentar nuestro conocimiento sobre el planeta rojo y, de forma curiosa, fomentó el nacimiento de mitologías marcianas que soñaban con grandes civilizaciones extraterrestres.
En 1840, se inició la confección de mapas de Marte, a través de observaciones telescópicas, con el primero de ellos, el mapa de Madler. Años después, el astrónomo jesuita italiano Angelo Secchi, describió por primera vez la palabra “canali”, para referirse a un tipo de accidente geográfico marciano. Sacchi dibujó detallados mapas en los que creyó ver grandes mares y continentes.
Otro italiano, Giovanni Schiaparelli, se convirtió en el mayor experto en el estudio de Marte de finales de XIX. Sus mapas eran muy detallados y precisos, utilizando para describir las áreas con presencias rectilíneas, otra vez, la palabra “canali”. Además, los cambios en la coloración de grandes áreas marcianas se achacaron, “sin duda”, a modificaciones estacionales de la “vegetación” nativa.
Bien, “canali”, en italiano, no tiene porqué designar obras artificiales de ingeniería hidráulica, pero la traducción que se hizo al inglés fue muy distinta. Percival Lowell, excéntrico astrónomo, muy afamado en su época, llegó a la conclusión de que Marte contaba con una avanzadísima civilización capaz de realizar las más gigantescas obras hidráulicas para transportar agua desde las regiones polares al ecuador marciano. Aunque otros observadores, mejor preparados técnicamente, no vieron nunca los “canales”, la idea de Lowell llegó para quedarse. La gente se hizo a la idea de estar acompañados en el cosmos por unos “hermanos mayores” marcianos.
H.G. Wells y, posteriormente, Orson Welles, explotaron el negocio de la marcianomanía, que llegó a convertirse en histeria en los Estados Unidos, poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, la gran civilización “hidrológica” marciana, se difuminó en la nada cuando nuestros primeros emisarios, las sondas automáticas, llegaron a Marte. Pero las fotografías de Marte, con escasa resolución óptica, proporcionadas por sondas espaciales en los años setenta sentaron las bases para crear uno de los mitos más persistentes sobre Marte, me refiero al conocido caso de la “cara marciana”.
En una región del planeta rojo conocida como Cydonia, apareció algo sorprendente, algunas de las fotografías orbitales mostraban una gran montaña sobre la que parecía haberse esculpido un monumental rostro humanoide. A pesar de la escasa calidad de las imágenes, de las explicaciones de la NASA acerca de efectos ópticos y de las delirantes, y poco creíbles, teorías conspiranoicas acerca de culturas marcianas antiguas, la “bola de nieve” de la cara marciana creció sin medida durante años. Las incomparablemente mejores tomas de la sonda orbital Mars Global Surveyor, realizadas en 2001 sobre la misma zona, mostraron detalles de pocos metros y, para desilusión de algunos, poca apariencia semejante a un rostro. La cuestión pareció aclararse definitivamente, pues las nuevas fotografías, de alta resolución y alta calidad, hablan por sí solas. Aun así, los apasionados de los marcianos, han seguido calculando simetrías, mostrando áreas extrañamente uniformes y escudriñando los datos digitales a la búsqueda de fragmentos que no cuadren con algo «natural».
En torno a las miles de fotografías que tenemos de Marte, han surgido mitologías de todo tipo. En general, acompañando a los que vieron en la “cara” algo así como un monumento final de una civilización moribunda, diversos grupos han mostrado otras áreas de Marte que presentan extrañas regularidades, a semejanza de ciudades, canales o las también famosas “pirámides” de Cydonia. Suele decirse que la naturaleza aborrece las líneas rectas, por eso, la presencia de patrones de regularidad rectilíneas en la superficie marciana ha sido interpretada por algunos como inequívocamente de origen inteligente.
Lo malo es que, muchas veces, uno termina viendo lo que quiere ver y no lo que realmente hay. En realidad, la mayor parte de las formaciones superficiales de Marte han sido ya explicadas por la geología y la geomorfología, eso sí, muchas continúan envueltas en el misterio, no ya por su presunto origen inteligente, sino porque parecen mostrar un pasado verdaderamente propicio para la vida, donde el agua líquida reinaba en un mundo violento entre gigantescos volcanes.
De entre todas las teorías extrañas que se desarrollaron por los partidarios de la gran civilización marciana, una de las más raras fue la propuesta por el alemán Klaus Totzek acerca de un antiguo vínculo entre la Tierra y Marte, corriente de pensamiento originada inicialmente por Richard C. Hoagland en su libro “Los Monumentos de Marte”. Sus delirantes ideas parten de la presencia de estructuras piramidales cerca de la “cara” de Cydonia, afirmando que sus regularidades geométricas son indicativas de un origen inequívocamente artificial y que están ahí para lanzar un mensaje a los cielos. Gráficos en tres dimensiones, comparaciones con las pirámides egipcias, alusiones a la «mitología» creada por Zecharia Sitchin, todo ello para apoyar una historia de lo más impactante, a saber, que hace milenios los humanos crearon una civilización multiplanetaria establecida en Marte, la Tierra y Venus. Tras múltiples catástrofes, algunos aluden a guerras, Marte y Venus perdieron su capacidad para albergar vida, manteniéndose los pocos supervivientes humanos en la Tierra, de la que somos herederos.
Una historia digna de una novela de ciencia ficción, muy imaginativa, plagada de detalles y cálculos que, por desgracia, se basa en datos erróneos, mucha fantasía y nada de realidad. Por lo que en verdad sabemos, la vida en Marte, si es que realmente existió o existe, difícilmente podría haber superado el estadio microscópico o el de entidades muy simples.
Más info sobre Marte en PortalMars de la Wikipedia.