Hay ágapes históricos que me hubiera gustado poder contemplar. Sobre algunos ya he escrito, como el último almuerzo a bordo del Titanic. Otros ejemplos fueron más agradables, como el que voy a comentar a continuación.
Benjamin Waterhouse Hawkins era un tipo realmente singular. De oficio era escultor e ilustrador pero, además, su pasión por la geología y la historia natural hacía que su talento se enfocara hacia una labor realmente única. Era el hombre ideal en el momento adecuado porque, en el tiempo en que la paleontología estaba naciendo, ¿acaso podría haber alguien más preparado para dar forma a las primeras representaciones de dinosaurios? De sus manos nacieron gran número de esculturas de animales prehistóricos, primerísimas reconstrucciones guiadas de forma científica de criaturas que parecían fantásticas en su época. Muchas de esas reconstrucciones no fueron muy acertadas y, sin embargo, sirvieron para abrir todo un campo para el arte y la ciencia. Hawkins tuvo la suerte de alcanzar el cargo de ayudante del superintendente de la Exposición Universal de Londres de 1851, teniendo como escenario el magnífico Palacio de Cristal diseñado por el genial Joseph Paxton. Cuando terminó la exposición, el gran palacio de metal y vidrio fue desmontado y trasladado al sur de la ciudad, a un lugar donde fue encomendado al escultor un encargo muy especial. La petición consistía en poblar el parque aledaño al palacio con gigantescas esculturas de más de una treintena de dinosaurios, unos modelos llevados a la realidad siguiendo instrucciones de sir Richard Owen, uno de los padres de la paleontología. Hoy día sobreviven algunas de esas esculturas en el Crystal Palace Park de Sydenham.
La cena del iguanodon, nochebuena de 1853.
El más famoso de entre todos los modelos de dinosaurio creados por Hawkins y Owen fue el iguanodón. Teniendo en cuenta las limitaciones de la época, con la paleontología dando sus primeros pasos, es comprensible que el iguanodon de Hawkins fuera muy diferente a lo que realmente era ese dinosaurio hace millones de años. En 1878 se descubrieron los primeros esqueletos completos de iguanodontes y quedó claro que el rechoncho dinosaurio con gran cuerno frontal de la escultura no guardaba mucha relación con el ágil monstruo dotado de espolones y sin cuernos en la cabeza que realmente caminó por la Tierra. El iguanodon de Hawkins quedó tal y como fue imaginado inicialmente, a fin de cuentas con error y todo era un meritorio trabajo que, además, fue testigo de la cena a la que deseaba referirme. En la nochebuena de 1853, con el modelo del dinosaurio en pleno proceso de elaboración, tuvo lugar en el interior del iguanodon un encuentro en el que Hawkins, sus amigos y benefactores celebraron un banquete sin igual. ¡No todas las noches puede cenarse en el interior de una bestia prehistórica aunque fuera de pega! La fiesta del iguanodon quedó registrada en la historia de la ciencia como una de las celebraciones más extrañas jamás celebradas.
Más información: Véase Viajes con mi tía para conocer más detalles sobre la cena, el iguanodon y los demás protagonistas de esta historia, además del menú original.