De tarjetas perforadas

Tarjeta perforada¿Alguien se acuerda de ellas? Todavía me hace gracia cómo, a veces, cuando se intentaba perforar con la punta de una lapicera en el casillero de una de aquellas dichosas tarjetitas, durante un exámen en la facultad, el fragmento de papel no quería caer y se resistía a separarse de su cartoncito madre. Luego nos invadía la pregunta… ¿y si la máquina lectora no ve todos los agujeritos perforados?

Bueno, paraoias aparte, hay que reconocer como prodigiosas la infinidad de aplicaciones que llegó a tener esto de los papelitos perforados, tantas que incluso hoy se utiliza en algunos trabajos. Las tarjetas perforadas son un medio barato y eficaz para la grabación de datos capaces de ser procesadas por medios mecánicos. La presencia o ausencia de un agujero en los casilleros destinados a guardar esos datos es, salvando las distancias, algo similar a las marcas binarias «tostadas» en un disco compacto. Su época dorada abarcó casi por completo la primera mitad del siglo XX, hasta que los medios magnéticos comenzaron a reinar en los años sesenta y, sobre todo, en los setenta.

La aventura de las tarjetas perforadas comenzó muy tempranamente. En 1725 Basile Bouchon utilizó una cinta de papel con perforaciones para generar un «programa» de patrones en una máquina tejedora. Un año más tarde, el sistema se mejoró, por medio de un método de intercambio de esos «programas». ¿Podría considerarse al telar mecánico como una computadora primitiva? Hay quien así lo ve, sobre todo al mirar los modelos automáticos de Joseph Jacquard, diseñados a comienzos del siglo XIX, controlados por cintas escritas con «programas» en soporte perforado.

Incluso Charles Babbage pensó en controlar su computadora programable, la famosa máquina analítica de 1837, por medio del mismo sistema. Como la idea general era muy buena, las cintas y tarjetas perforadas terminaron por extenderse por doquier. Así, Herman Hollerith patentó en 1887 su sistema de cálculo con esas tarjetas que se utilizó con máquinas tabuladoras en la tarea de gestión del censo de los Estados Unidos del año 1890. A partir de ahí, además de dar vida a IBM y servir para animar máquinas calculadoras de todo tipo, apareció en sistemas industriales, oficinas, grandes laboratorios, además de constituir uno de los sistemas de entrada-salida más utilizados por los primeros ordenadores electrónicos, ya bien entrado el siglo XX.

Para finalizar, quiero recordar una curiosidad asociada a estas entrañables tarjetas perforadas. Ahora que vivimos en la época de crecimiento de los eBooks y la prensa electrónica, habría que recordar que el primer libro «generado» por ordenador, a través del uso de un sistema Jacquard que usaba más de 100.000 tarjetas perforadas, fue el Livre de Prières Tissé d’après les Enluminures des Manuscrits du XIVe au XVIe Siècle, impreso en Francia en 1886.

–> Véase una interesante colección de tarjetas perforadas