En la antigüedad, egipcios, griegos y romanos idearon diversas formas para medir el tiempo, los relojes solares y las clepsidras no eran muy fiables, pero tampoco se necesitaba más precisión. Hace más de 5.000 años los babilonios y egipcios crearon los primeros calendarios para poder organizar la vida de las comunidades, sobre todo en cuestiones relacionadas con la agricultura y el comercio. Aquellos primigenios calendarios se basaban en tres ciclos diferentes: el día solar, el mes lunar y el año solar que marca el paso de las estaciones. El calendario gregoriano actual hinca sus raíces en aquellos sistemas ideados por los babilonios y egipcios, heredados posteriormente por los griegos y el Imperio Romano. El antiquísimo calendario civil egipcio dividía el año en doce meses de treinta días cada uno, añadiendo cinco días para ajustarlo al ciclo solar de la Tierra alrededor del Sol. En aquella medición del tiempo era muy importante el conocimiento astronómico, sobre todo el referente a los movimientos en la bóveda celeste de ciertos astros, como la estrella más brillante de nuestros cielos, Sirio. Años, días, horas, todo un sistema creado por los egipcios que se difundió por toda Europa y que sobrevivió casi 3.000 años.
Los relojes mecánicos tardaron en llegar, aunque no debemos engañarnos, en la antigüedad se desarrollaron maravillas técnicas, todavía muy desconocidas, que pudieron haber sido utilizadas en la medición del tiempo. El primer reloj mecánico conocido fue construido en el siglo XII en la abadía inglesa de Dunstable, en Bedfordshire, aunque ya antes existieron algunos «modelos» arcaicos de pesas. La Iglesia fue la primera interesada en la construcción y uso de estos artilugios, sobre todo en los monasterios, para regular con precisión las horas de oración y trabajo. Este es el origen de la tradición por la que se indican las horas con el tañer de las campanas en las iglesias. Los primeros relojes mecánicos eran muy imprecisos, no se puede decir que cada hora durara lo mismo. Los problemas técnicos no eran los únicos a los que se enfrentaron los constructores de aquellos primitivos relojes, cada cual medía la duración del día como le venía en gana. En Italia se entendía que el día comenzaba en el momento del ocaso del astro rey, en oriente pensaban lo contrario, la aurora era el fenómeno que daba comienzo a una nueva jornada. Finalmente se impuso el sistema de horas francesas, que partía el día en dos porciones de doce horas, comenzando a medianoche, como seguimos haciendo hoy. Hasta mediados del siglo XVII, cuando se inventó el reloj de péndulo, medir siquiera de forma aproximada los minutos y segundos era tarea imposible. A partir de aquí el desarrollo de los relojes fue prodigioso, convirtiéndolos en maravillas de la técnica, refinados, complicados y, sobre todo, precisos. En la revolución cronológica marcada por los relojes intervinieron algunas de las mentes más importantes de la historia de la ciencia, como Galileo o Huygens.
Los tiempos en que mecánicos habilísimos construían con sus propias manos preciosos relojes mecánicos han pasado a la historia. Ahora, en las grandes factorías, se producen millones de relojes al año, de todos los tipos y para todos los gustos. Sólo para los modelos más exclusivos se utiliza la mano experta del artesano curtido en la tarea de dominar la medida del tiempo. No es suficiente, a pesar de sus esfuerzos, los artesanos no pueden ir más allá, la ciencia necesita precisión inimaginable, medir el tiempo en fracciones tan pequeñas que nuestro cerebro es incapaz de asimilarlas. Por eso cuando se debate sobre la precisión se recurre a los nuevos relojeros del siglo XXI: los especialistas cronología atómica. Un reloj de cesio con calidad alcanza una precisión del microsegundo al mes. Las señales acústicas, los “pitidos”, que oímos cada hora en las emisiones de noticias radiofónicas son emitidos por observatorios del tiempo, coordinados y haciendo uso de relojes atómicos, son las máquinas que marcan nuestro tiempo. Los nuevos prototipos superarán esta precisión. El reloj que se espera instalar en la Estación Espacial Internacional, será cientos de veces más preciso que el mejor reloj de cesio fabricado hasta la fecha. Hay quien va más allá, mejorando la precisión un millar de veces en los próximos años por medio del uso del “palpitar” en el interior de átomos de mercurio o de calcio . ¿Porqué instalar un reloj atómico en una estación espacial? No se trata de un capricho. Por medio de este experimento se intentará someter a la teoría de la relatividad de Einstein a su más compleja prueba, porque si el tiempo es afectado por los campos gravitatorios, nada mejor que comprobarlo por medio de un preciso reloj alejado de la influencia gravitatoria terrestre. Por otra parte, son muchas las aplicaciones científicas que necesitan de tal precisión. Entre otros, los sistemas de posicionamiento global, los GPS, utilizados tanto por militares como por excursionistas para no perderse, dependen de flotas de satélites espaciales interconectados que necesitan medir el tiempo con precisión pasmosa.
Los relojes atómicos se consideran como los más precisos, tan perfectos que ni una brizna de tiempo se les escapa. Pero, para qué engañarse, sus complicados mecanismos no son capaces de funcionar por mucho tiempo. Al cabo de unas décadas deben ser recargados, recalibrados o, por lo general, substituidos. Modestos relojes mecánicos de hace siglos, pese a sus imperfecciones, continúan dando la hora a su gusto, cuidados por entusiastas de estas máquinas del tiempo. Lo último en relojes mecánicos está a punto de nacer, su tecnología no tiene parangón y además presenta una gran ventaja: será “eterno”, por lo menos esa es la intención de sus creadores. Los mecánicos e ingenieros que lo construyen en las cercanías de San Francisco estiman que funcionará ininterrumpidamente durante 10.000 años. Danny Hillis, su principal impulsor, lo llama “reloj del presente duradero”. ¿Para qué sirve un reloj como este? Se trata más de una experiencia sociológica que de un experimento técnico, aunque los retos mecánicos a los que se enfrentan no son pocos. La idea consiste en crear una máquina que sirva de referente del tiempo, de nuestra época y de nuestro futuro, una especie de escultura simbólica destinada a la humanidad del futuro lejano. En la aventura se han involucrado científicos, artistas, escritores, músicos como Brian Eno, todos ellos esperan encontrar algo inspirador en tan curiosa idea.
La fundación que se ha hecho cargo del proyecto ha comprado el pico de una montaña en el estado norteamericano de Nevada . Será allí, una vez terminen las obras de construcción, donde se colocará el reloj eterno, de un tamaño monumental. En la cúpula de la caverna excavada en la cima montañosa se abrirá una rendija que dejará pasar la luz solar para resincronizar el reloj en caso de pérdida de la hora. No se tratará de un reloj como solemos entenderlo, mostrará sólo el año en curso, el siglo y el milenio y deberá dársele “cuerda” una vez al año, para recargar de energía al sistema de péndulos de torsión que lo animará. ¿Habrá alguien allí dentro de 3.000 o 10.000 años para seguir dando vida a esta máquina?
Imagen superior: alpoma.net
Imagen inferior: Long Now Foundation
–> Sección de Hora del Real Instituto y Observatorio de la Armada en San Fernando