Que el título no lleve a engaños, este post no mira hacia el futuro, puesto que se refiere al pasado, aunque conlleva una «moraleja» para tiempos venideros. En una época oscura, cuando gran parte de la humanidad se había vuelto loca, se inició una nueva era, explorando las fronteras del microcosmos.
De la noche a la mañana el mundo cambió, nada volvió a ser igual. La Segunda Guerra Mundial llamaba a las puertas del mundo, Hitler empezaba a ejecutar sus planes para conquistar el mundo y en los laboratorios se comenzó a intuir «algo» nunca antes imaginado. A principios de 1939, cuando Polonia no había sido invadida todavía, sale a la luz la existencia de un fenómeno intrigante. En el mejor laboratorio de investigación fisicoquímica de aquel entonces, el Instituto de Química Káiser Guillermo, en Berlín, se descubrió una intensa y extraña radiación procedente de la absorción de neutrones por átomos de uranio. Otto Frisch y Lise Meitner, quien se había refugiado en Suecia al ser perseguida por el nazismo, determinaron que el átomo de uranio se partía en dos mitades aproximadamente iguales durante el proceso, liberándose a la vez más energía que la observada nunca en una reacción. El recién descubierto proceso de fisión, liberaba, tras el primer bombardeo de neutrones, otras dos partículas de ese mismo tipo, que colisionaban con otros átomos de uranio, liberando a su vez más neutrones en una reacción en cadena.
Al fin, tras muchos dilemas teóricos, se tuvo en la mano la posibilidad de elaborar una nueva tecnología que se basara en una potencia energética nunca imaginada hasta entonces. La guerra finalmente llegó y los científicos cayeron inmediatamente en la cuenta de que la fisión podría dar lugar a nuevas y terribles armas. En los laboratorios de física de todo el mundo se empezó a trabajar sobre el nuevo fenómeno.
En otoño de 1939, Bohr y Wheeler publicaron el primer trabajo completo que describía la física de la fisión. Los políticos y los militares, inmersos en el conflicto, no tuvieron conocimiento en un primer momento del potencial mortal de la fisión. Al comienzo de la guerra se firmó, en los Estados Unidos, por parte de muchos investigadores, entre ellos Albert Einstein, una carta dirigida al presidente Franklin D. Roosevelt, instando a los poderes del estado a la creación de armas nucleares antes de que el régimen de Hitler lo consiguiera.
Comenzaron los proyectos secretos para construir bombas atómicas, tanto en Norteamérica como en la Europa prisionera de los Nazis. Se reclutaron a todos los científicos cualificados para esta tarea, para comenzar una carrera contra reloj, todos caminaron hacia un objetivo muy claro: llegar antes que el contrario, porque el que quedara segundo acabaría, lo más seguro, convertido en polvo radiactivo. Se organizaron oficinas de espionaje, como la comandada en Europa por el general americano Leslie R. Groves, dedicadas en exclusiva a averiguar qué estaba haciendo el otro bando en materia nuclear.
En el continente americano se construyeron, en un tiempo muy breve, dos imponentes complejos industriales para la obtención del combustible de las bombas, uranio y plutonio. En el secretísimo «Sitio Y«, se estaba trabajando directamente sobre el diseño de la bomba. Miles de obreros trabajaron sin descanso en los reactores nucleares, al lado del río Columbia, para que no dejara de generarse el preciosísimo combustible. El otro lugar secreto se hallaba en Nuevo México, en un punto que, después de la guerra, se ha convertido en referencia histórica de esa época. Era el Laboratorio de Los Alamos, centro primordial del programa atómico norteamericano, el celebérrimo Proyecto Manhattan.
A finales de 1944, los servicios secretos aliados ya sabían que los trabajos de la bomba en el lado alemán estaban bastante retrasados en comparación con los americanos. El primer diseño efectivo de una bomba de plutonio por implosión, en Los Alamos, llegó a su término en la primavera de 1945. La guerra en Europa estaba llegando a su fin, pero el frente del Pacífico seguía estando tan activo como siempre. El 16 de julio de 1945, un intenso fogonazo de luz y calor iluminó de forma indescriptible el desierto de Nuevo México. Acababa de hacer explosión el primer ingenio atómico de la humanidad, el ensayo Trinity había sido un éxito completo.
La Era Atómica había comenzado, aunque nadie, fuera del proyecto, se enteró de nada, pues todo continuó siendo secreto hasta que Hiroshima desapareció. En aquella primera fase del armamento atómico se construyeron tres bombas. Una fue la del ensayo inicial, las otras dos no tardarían en hacerse tristemente famosas, cayendo sobre Japón. La bomba de Hiroshima se lanzó el 6 de agosto de 1945, era la llamada «Little Boy.» Poco tiempo después la guerra terminó, Japón no podía enfrentarse a ese nuevo infierno. «Fat Man» arrasó Nagasaki y el Imperio del Sol Naciente desapareció por completo. A finales de ese mismo año muchos científicos atómicos se unieron para declarar y denunciar públicamente los peligros de las armas atómicas. El peligro Nazi había pasado ya, pero ahora, los políticos no se desprenderían de su nuevo y poderoso juguete.