Jerónimo de Ayanz, el Da Vinci español

Valladolid XVIITenemos la pésima manía de olvidar a nuestros genios. Preguntemos a cualquiera sobre Leonardo da Vinci y, cuando menos, habrá oído hablar de ese personaje, aunque sea través de librillos como El Código

Pero, ¿qué sucede con el bueno de Juanelo Turriano que comenté el otro día? Pues, salvo cuatro gatos, no le conoce nadie. Hoy visita TecOb otro genio olvidado, una pena, alguien que podría nombrarse como el Da Vinci español, y no es para menos.

Don Jerónimo de Ayanz, así es como se llamaba el inquieto personaje, Caballero de la Orden de Calatrava, muy relacionado con la política de la época de Felipe III, Administrador General de minas del Reino de España… si me pongo a escribir todos los cargos o títulos que tuvo, llenaría bastante espacio. Eso de controlar las más de quinientas minas que había por entonces en el Imperio no era nada fácil, además de peligroso, ya se sabe, había que jugar muy bien con los dineros.

Pero ademas de administrador empresarial, el tal Jerónimo se dedicó a la tecnología. Y aquí empieza la verdadera aventura. Porque, pudo muy bien haberse quedado al margan, disfrutando de su posición y privilegios, pero no, lo de las máquinas y el conocimiento en general, le volvía loco, era una auténtica pasión. Así que, ni corto ni perezoso, además de músico y empresario, se dedicó a la pintura, la astronomía y a la invención. Su puesto «minero» tuvo mucho que ver en todo esto. La gestión de minas le planteaba retos que, aunque parecían imposibles de superar para la tecnología de la época, atrajeron su interés. Inventó aparatos tan avanzados que, sólo pasadas dos centurias, el mundo pudo igualarlas.

Así, el inventor navarro, consiguió decenas de patentes, lo que entonces se llamaban «privilegios de invención». Para no aburrir, seré breve y haré un sencillo repaso de estos inventos, muchos de los cuales fueron construídos en vida del genio, aunque pronto olvidados. Eso sí, antes querría que quien lea esto se imagine una escena memorable, que en verdad sucedió, aunque parezca increíble. Imaginemos Valladolid, 6 de Agosto de 1602, el Río Pisuerga pasaba por allí, tal y como lo sigue haciendo. Felipe III y su séquito se encuentran a orillas del citado río, junto con Ayanz. Tras cerca de una hora de espera, algo se mueve en el agua. En ese momento aparece, desde lo profundo del río, un hombre portando extrañas vestimentas. ¡Emergía un buzo! En efecto, se trató de la primera prueba de uno de los más famosos inventos de Jerónimo, el sistema para respirar bajo el agua. Como ya he dicho, el buzo «de pruebas» aguantó casi una hora bajo el agua, sin problemas. Y si no permaneció más tiempo a tres metros de profundidad fue porque el monarca se aburrió y ordenó que emergiera.

Bien, ahora la aplastante maravilla de sus «patentes». Diseñó un submarino con sistema de renovación de aire. Además, al artilugio contaba con una especie de pinzas o guantes extensibles, para recoger objetos desde el interior, permaneciendo hermética la nave. Hablando de barcos, diseñó una máquina capaz de proporcionar agua potable a partir de agua marina. Como geógrafo, elaboró informes acerca de la brújula y la teoría de la declinación magnética, algo muy importante en navegación oceánica.

En cuanto a las minas, su obsesión consistía en que no parase la producción por nada del mundo. Así que, para este objetivo, inventó y construyó nuevos sistemas de extracción mecánicos, molinillos, hornos perfeccionados, columnas destiladoras, balanzas de gran precisión capaces de discernir pesos de hasta menos de un gramo. Uno de sus inventos más famosos fue el sistema para desaguar minas, basado en un sifón con intercambiador.

Bien, pero con eso no se ha raspado más que la superficie. Donde más sorprendente es la vida de este genio, y más extraña su olvido, es cuando entra en escena el vapor. Que sí, que todos «saben» que después de la idea griega, los primeros en utilizar máquinas de vapor fueron los ingleses… ¡Manda narices! Resulta que no, ni de lejos. Varios pioneros españoles se adelantaron. Uno de ellos fue Ayanz, quien construyó máquinas de vapor capaces de extraer agua de las minas y generar aire acondicionado para las mismas. Así que, aunque le pese a Thomas Savery, el «primero» que patentó un máquina de vapor en el mundo… allá por 1698, hemos de decirle que, ¡sorpresa! Ayanz consiguió la patente en 1606.

Y todavía hay más. No es que se limitara a idear primitivas máquinas de vapor. No, incluso incorporó elementos que hasta el siglo XX no volvieron a verse, como el eyector de vapor, con el que podía enfriar aire y así contar con refrigeración.

Para no hacer interminable el repaso, sólo comentaré que, al igual que Turriano, diseñó varios modelos de molino, llegando a la conclusión que las piedras cónicas y los rodillos metálicos eran óptimos para el proceso. Lástima que no fue hasta el siglo XIX cuando se retomó la idea. Sistemas eólicos, planificación de riego, grandes obras hidráulicas y presas de gran tamaño, bombas de agua perfeccionadas, «sensores» de potencia para el vapor, que no reaparecieron hasta el XVIII. Todo ello se llevó a cabo, en la realidad, no constituyó una simple obra de especulación, sino que se ideó con motivos prácticos, pensando en el momento.

Es doloroso este olvido actual, su nombre casi no aparece en ninguna parte y, desde luego, no con el merecimiento debido. En sus proyectos de ingeniería aplicó ideas novísimas que no serían igualadas hasta mucho más tarde, pero todo quedó oscurecido por las tinieblas del tiempo.

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Recomendación bibliográfica inexcusable:
Un inventor navarro, Jerónimo de Ayanz y Beaumont, obra de Nicolás García Tapia.

Imagen: Valladolid en el siglo XVII.