Es muy conocido el experimento en el que Benjamin Franklin, allá por 1750, demostró que la energía percibida en el aire, las nubes, los rayos y las tormentas, anteriormente algo considerado poco menos que divina, no era diferente a la que se podía acumular en una botella de leyden.
El milagro es que saliera vivo del asunto, porque eso de elevar una cometa hacia una tormenta, unida a un cordel conductor, movida por el intrépido Franklin portando una llave metálica con la que cargar la botellita, era excesivamente temerario. Otros lo intentaron más tarde y, como resultado, acabaron en el cementerio antes de tiempo.
Luego inventó el pararrayos y, para mostrar cómo funcionaba, construyó maquetas de casas y pueblos que, ante la atónita mirada del público, se incendiaban al entrar en contacto con chispas surgidas de una botella de leyden. Claro, el único edificio que no terminaba quemadito era aquel que contaba con el famoso palo metálico y su inseparable toma de tierra.
Así que, y a esto es a lo que voy, como caminar bajo una tormenta era, y es, algo peligroso porque puede partirte un rayo, algunos «diseñadores» de moda de finales del XVIII pensaron en crear un paraguas pararrayos, como se muestra en el grabado de la época. ¿Alguien se anima a retomar la moda? 🙂
–> Más info en: The Bakken: A Library and Museum of Electricity in Life.