Imagina una máquina que, en pocos segundos, sea capaz de averiguar sobre la esencia profunda de una persona, preparada para escrutar y ahondar hasta en lo más oscuro de la personalidad. Piensa en una tecnología que podría clasificar sin error posible a todos los humanos según sus capacidades intelectuales, que sería capaz de detectar tendencias homicidas o antisociales siendo igualmente de utilidad para la selección de personal en las empresas. Bien, ¡no pienses más! Es máquina existe y es conocida bajo el revelador nombre de psicógrafo (psychograph). Ahora no imagines más, porque la máquina, a pesar de existir, no sirve absolutamente para nada, si acaso, para bromear con ella y poco más.
Esta locura sin pies ni cabeza hunde sus raíces en lo más profundo de la frenología. Las tesis frenológicas, desarrolladas inicialmente por el alemán Franz Joseph Gall a principios del siglo XIX, sostenían que era posible determinar con bastante precisión los rasgos de personalidad de los seres humanos simplemente midiendo las formas del cráneo del indivíduo. Es justo reconocer que Gall realizó aportaciones muy valiosas en anatomía pero, cuando se le ocurrió dar asiento a la frenología, metió la pata por completo. Sí, el tiempo y la ciencia han venido a demostrar que la frenología no se sostiene sobre ninguna base sólida, es pura pseudociencia y, sin embargo, durante gran parte de los siglos XIX y XX fue tomada por algunos como revolucionario método para escudriñar en la mente.
Tal era la fe de algunos en la frenología, que no dudaron en dedicar sus vidas a ella. Así es como se llega al psicógrafo, inventado por el estadounidense Henry C. Lavery en 1901. Su patente de 1904 US3945122 titulada «Máquina para medición y registro anatómico», en la que se detalla esta invención, es bastante gráfica al respecto. Lavery llegó a confiar en que la frenología sería una práctica común en muchos aspectos de la vida, por ello no reparó en esfuerzos para ser el primero en la prometedora industria de la medición frenológica. El psicógrafo no era más que un casco mecánico dotado de diversas varillas móviles que se ajustaban a la cabeza del sujeto a estudiar. El modelo más perfeccionado, sobre el que Lavery, junto a un socio inversor, quiso crear todo un imperio empresarial dedicado a los tests frenológicos, era capaz de realizar medidas en 32 puntos y enviar el resultado del estudio a una cinta de papel continuo en el que era perforado todo un patrón de datos detallando la supuesta personalidad y habilidades mentales del sujeto. Aunque se fabricaron varias máquinas, la empresa no llegó a ninguna parte, ya por entonces la frenología era considerada una tontería sin base científica pero, al menos, hubo quien logró ganar algo de dinero empleando los psicógrafos como atracción de feria. 😉