A principios de la década de 1970, Marvin D. Taylor, que por entonces era ingeniero de Boeing, se planteó una pregunta que condujo al desarrollo de un monstruoso avión de carga, el Boeing RC-1, también llamado Resource Carrier 1 (Transporte de Recursos 1) o Brute Lifter (vamos, transporte a lo bestia). El concepto consistía en hacer frente al reto de transportar petróleo, gas natural licuado y minerales desde remotas regiones de Alaska y Canadá, donde no había puertos libres de hielo. Pensado para operaciones de corto alcance, el RC-1 fue diseñado para transportar carga a lugares con puertos, trenes u oleoductos, ofreciendo una solución potencial al problema del transporte desde el lejano norte. El creciente del precio del queroseno tras la crisis del petróleo de 1973 hizo económicamente inviable esta monstruosidad volante.
El RC-1 iba a tener un ala rectangular con una asombrosa envergadura de 150 metros, 12 turborreactores Pratt & Whitney JT9D, tren de aterrizaje de 56 ruedas y capacidad de carga en varios contenedores para 1.000.000 de kilogramos, o lo que es igual, más de cinco veces la capacidad del Antonov An-225 Mriya, el avión más grande construido hasta ahora.
Taylor pensó en este gigante a raíz de la consulta de un amigo sobre el transporte aéreo de petróleo crudo desde los recién descubiertos yacimientos del North Slope de Alaska hasta las refinerías de California. La cosa no parecía viable, pero los problemas judiciales que había contra el oleoducto Trans-Alaska, hizo que se tomara en serio por un tiempo. El RC-1 volaría desde los campos de petróleo hasta el puerto más cercano o bien hasta el punto más próximo con ferrocarril, para reducir los costosos tiempos de uso al mínimo. Boeing pensó en modificar cargueros B747F existentes retirando el combustible de las alas y colocando los depósitos en el fuselaje y la cola. Le dieron vueltas a otras cosas: el ala cuadrada permitía optimizar bajas velocidades de crucero, que eran adecuadas para viajes cortos de 800 a 1600 kilómetros, a la vez que se pensó en usar como combustible gas natural licuado, tomado directamente de los campos de petróleo (a la vez que se pensó que podría servir para transportar el propio gas natural licuado hasta puertos con metaneros o gasoductos en lo que se llamó «proyecto Airlift» o Flying Pipeline).
Boeing siguió perfeccionando el diseño del RC-1 y lo presentó a los promotores de los yacimientos petrolíferos de Prudhoe Bay como sustituto de los buques cisterna rompehielos. La capacidad del avión para entregar la carga en puertos, cabezas de ferrocarril u oleoductos adecuados despertó gran interés. El peso en vacío del RC-1 hubiera sido de aproximadamente 447.000 kilogramos, casi el doble que el del Antonov An-225, pero el monstruo volante no pasó de las mesas de diseño a la realidad por ser considerado poco rentable.