Suele pensarse que el imperio de las máquinas es cosa actual, pero sus predecesores vienen de muy lejos en las brumas del tiempo. Kircher ya intentó desarrollar un curioso teléfono, anticipado por Galileo, con el que comunicar lugares lejanos y permitir la transmisión musical. Pero, en esa época, otros inquietos precientíficos quisieron ir más allá, a un territorio prohibido por la religión. Bajo pena de herejía, quisieron imitar a Dios y diseñaron, e incluso construyeron, los primeros hombres y animales artificiales. Fueron los antepasados de nuestros robots. Decían las antiguas leyendas que podían ser creados seres vivos a partir del barro u otras materias primas para ser utilizados como esclavos. Se trata de las historias de homúnculos alquímicos y de los golems. Un golem se podía crear utilizando la magia, a partir de las fuerzas elementales. Las historias narran aventuras de golems fabricados con porciones de cadáveres, con movimientos de robot y fuerza sobrehumana. Lo que animaba a los golems era el espíritu de la materia elemental con la que estuvieran moldeados, su «construcción» requería semanas de duro trabajo para el mago. Aquellas historias imaginarias eran como relatos de terror, para no dormir, metieron mucho miedo a los habitantes de épocas pretéritas. Los golems fueron tan populares que se redactaron manuales «secretos» para su construcción. Los fabricados de carne eran los más fáciles de traer a la vida. Sus piezas se cosían unas a otras y se obtenían en los cementerios, su inteligencia era muy escasa. Los golems de arcilla se esculpían en un solo bloque y, para infundirles alma, era necesaria la presencia de un sacerdote. Los golems más poderosos e inteligentes eran los de hierro o piedra. Historia tras historia, se contaban las aventuras de aquellos fantásticos seres inertes, algunos hasta tuvieron nombre.
La imaginación da paso a la realidad para construir máquinas animadas. Los golems no eran más que un deseo, un anhelo que los humanos llevan en su interior, impulsando la fabricación de máquinas capaces de hacer cosas propias de la gente. Desde la antigua Grecia se vienen creando autómatas, artilugios que, como dice su nombre, pueden moverse por sí mismos. En Egipto existieron estatuas «robóticas» que sirvieron a fines políticos y religiosos, no es difícil imaginar el terror de los súbditos ante tales apariciones. Esas estatuas eran animadas casi siempre por aire a presión. En Grecia y Roma se fabricaron muchos autómatas utilizados como juguetes, tendencia que los árabes heredaron y exportaron a otros campos, como los dispensadores automáticos de agua. Se dice que Roger Bacon construyó una cabeza parlante, aunque no se conserva ningún dato fiable acerca del aparato.
El autómata más antiguo que se conserva es el Gallo de Estrasburgo, construido en 1352, cuando se encontraba en el reloj de la catedral de esa ciudad movía el pico y las alas para señalar el paso de las horas. En España también se construyeron autómatas, como el Hombre de Palo, fabricado por Juanelo Turriano en el siglo XVI para Carlos V. Tenía la apariencia externa de un monje, era capaz de andar y mover los brazos, cabeza, ojos y boca. Los autómatas más impresionantes datan de los siglos XVII y XVIII, cuando el público se entusiasmaba con ellos y la Iglesia los consideraba poco menos que artefactos demoníacos. En algunos museos se contemplan actualmente los pocos ejemplos en perfecto estado que han sobrevivido. Pre-robots como el de Pierre Jaquet-Drotz, con su Pierrot el escribano un muñeco que, sentado a la mesa, redactaba una carta interminable. Se hicieron figuras de animales, como pavos reales o caballos, capaces de caminar y «comer.» Sin duda el más admirado de los autómatas de esa época fue el pato mecánico debido a Jacques de Vaucanson.
El animal artificial recorrió toda Europa despertando la curiosidad de los acaudalados invitados a presenciarlo. El pato era capaz de alargar el cuello para comer grano de la mano, luego lo tragaba y lo digería para evacuarlo después. También bebía, nadaba y emitía graznidos. Del mismo autor son otras joyas como un flautista automático, o un corazón artificial que no pudo ser terminado al fallecer el artesano durante su construcción. Aquello fue el comienzo para llegar a otra de las metas mecanizadas: la industria. Los telares se automatizaron y se diseñó la máquina de coser. Aquellos inventos fueron menospreciados y temidos por muchos. El propio Vaucanson fabricó muchos aparatos útiles en la industria, como una silla para tejedores, lo que trajo el enfado de los magnates de la seda en Francia, que amenazaron con matar al artesano. Los relojeros suizos se hicieron famosos por construir autómatas con forma de muñeco, capaces de escribir, dibujar e interpretar música. Muchos de éstos se encuentran en museos como en de Neuchâtel. En el siglo XIX el furor por los autómatas creció. De ese siglo datan figuras capaces de fumar, mover la cabeza, andar o tocar el piano de forma bastante perfeccionada, pudiéndolos considerar como los abuelos de nuestros robots.