
La imaginación da paso a la realidad para construir máquinas animadas. Los golems no eran más que un deseo, un anhelo que los humanos llevan en su interior, impulsando la fabricación de máquinas capaces de hacer cosas propias de la gente. Desde la antigua Grecia se vienen creando autómatas, artilugios que, como dice su nombre, pueden moverse por sí mismos. En Egipto existieron estatuas «robóticas» que sirvieron a fines políticos y religiosos, no es difícil imaginar el terror de los súbditos ante tales apariciones. Esas estatuas eran animadas casi siempre por aire a presión. En Grecia y Roma se fabricaron muchos autómatas utilizados como juguetes, tendencia que los árabes heredaron y exportaron a otros campos, como los dispensadores automáticos de agua. Se dice que Roger Bacon construyó una cabeza parlante, aunque no se conserva ningún dato fiable acerca del aparato.
El autómata más antiguo que se conserva es el Gallo de Estrasburgo, construido en 1352, cuando se encontraba en el reloj de la catedral de esa ciudad movía el pico y las alas para señalar el paso de las horas. En España también se construyeron autómatas, como el Hombre de Palo, fabricado por Juanelo Turriano en el siglo XVI para Carlos V. Tenía la apariencia externa de un monje, era capaz de andar y mover los brazos, cabeza, ojos y boca. Los autómatas más impresionantes datan de los siglos XVII y XVIII, cuando el público se entusiasmaba con ellos y la Iglesia los consideraba poco menos que artefactos demoníacos. En algunos museos se contemplan actualmente los pocos ejemplos en perfecto estado que han sobrevivido. Pre-robots como el de Pierre Jaquet-Drotz, con su Pierrot el escribano un muñeco que, sentado a la mesa, redactaba una carta interminable. Se hicieron figuras de animales, como pavos reales o caballos, capaces de caminar y «comer.» Sin duda el más admirado de los autómatas de esa época fue el pato mecánico debido a Jacques de Vaucanson.
El animal artificial recorrió toda Europa despertando la curiosidad de los acaudalados invitados a presenciarlo. El pato era capaz de alargar el cuello para comer grano de la mano, luego lo tragaba y lo digería para evacuarlo después. También bebía, nadaba y emitía graznidos. Del mismo autor son otras joyas como un flautista automático, o un corazón artificial que no pudo ser terminado al fallecer el artesano durante su construcción. Aquello fue el comienzo para llegar a otra de las metas mecanizadas: la industria. Los telares se automatizaron y se diseñó la máquina de coser. Aquellos inventos fueron menospreciados y temidos por muchos. El propio Vaucanson fabricó muchos aparatos útiles en la industria, como una silla para tejedores, lo que trajo el enfado de los magnates de la seda en Francia, que amenazaron con matar al artesano. Los relojeros suizos se hicieron famosos por construir autómatas con forma de muñeco, capaces de escribir, dibujar e interpretar música. Muchos de éstos se encuentran en museos como en de Neuchâtel. En el siglo XIX el furor por los autómatas creció. De ese siglo datan figuras capaces de fumar, mover la cabeza, andar o tocar el piano de forma bastante perfeccionada, pudiéndolos considerar como los abuelos de nuestros robots.