Jesús Fernández Duro y el asalto a los Pirineos en globo

El paso Pirineos por Fernandez Duro. Revista "Nuevo Mundo", 15 de febrero de 1906.

Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de noviembre de 2018.


Una muralla desafiante

Jesús Fernández Duro en 1906
No tiene misterio volar de Madrid a París hoy día, en avión de línea regular, disfrutando de los paisajes que discurren allá abajo, a miles de metros bajo las alas, sobre todo cuando son montañosos como los imponentes Pirineos. Muy diferente se veía la cuestión hace poco más de un siglo, cuando superar esa barrera pétrea volando en globo se antojaba como algo suicida.

Los aeroplanos estaban naciendo y poco se podía hacer con ellos. Nos hallamos a principios del siglo XX y la aerostación iba superando retos rápidamente. Saltar sobre los Pirineos se contemplaba como uno de los más complicados retos que, en ese sentido, se podían plantear desde España. Y no es para menos, porque esta cordillera que se extiende a lo largo de más de 430 kilómetros desde el Mediterráneo hasta la corrillera Cantábrica y que separa Francia de la Península Ibérica cuenta con imponentes cumbres de más de 3.000 metros de altitud, como el Aneto (3.404 metros) o el Monte Perdido (3.355 metros). ¿Se podría superar tal muralla en globo?

Viajemos al año 1907, cuando dos aeronautas aventureros, los señores Salamanca y Romero, están a punto de iniciar una travesía muy peligrosa en secreto. No lo habían hecho público, pero su intención era la de saltar sobre los Pirineos desde España y aterrizar en territorio francés. Iban a partir desde el Parque aerostático de Madrid a bordo de un globo con el muy adecuado nombre de Norte.

Lunes 5 de agosto de ese año, estamos ante dos tipos resueltos a superar un reto muy peligroso, se arman de valor y de 28 sacos de lastre y salen volando en su globo. El viento es flojo, no parece que vayan a llegar muy lejos, cruzan sobre Vicálvaro, Loeches, Alcalá de Henares y Pezuela de las Torres. La cosa no pinta bien, llega una gran calma y apenas logran alejarse de Pastrana, en Guadalajara. Es hora de tirar dos sacos de lastre, con lo que el Norteconsigue elevarse a 1.200 metros de altitud. Allá arriba encuentran una corriente de aire que los lleva con cierta rapidez hasta la aragonesa Calatayud. Poco a poco el calor del sol dilata el gas del globo, con lo que van ganando en altura. Superan la provincia de Zaragoza y llegan a la de Lleida, luego giran hacia Huesca y, ahí está, ya tienen frente a ellos la oscura sombra de los Pirineos:

Sin decirnos nada (…) nos miramos uno a otro, y tras una mirada de inteligencia nos pusimos a contar los sacos de lastre que nos quedaban. Eran 13. Número escaso y un tanto de mal agüero, pero… Pirineos es una palabra mágica para cualquier aeronauta; reflexionamos que hay ocasiones que no se vuelven a presentar en la vida y… a los pocos minutos nos habíamos elevado a 2.000 metros sobre la Sierra de Guara, primera estribación del Pirineo, con sus imponentes desfiladeros. (…) Entramos francamente en el Pirineo a las siete y media de la mañana. Rozando el Cotielle a 2.900 metros nos dimos cuenta exacta de la empresa acometida. Por encima de Benasque (…) se nos interpuso ante el sol una nube densa y de gran tamaño. Estando a 3.800 metros sobre el nivel del mar empezamos a descender velozmente. El momento fue crítico. Soltamos dos sacos de lastre, sin poder contener la caída, y cuando nuestra emoción aumentaba en intensidad, logramos ver los rayos del sol…

 De esta forma narraban los protagonistas de aquella aventura en Mundo Científico, número 568 de 1907, cómo la salida del sol les había salvado de un incierto final entre las imponentes montañas pirenaicas. Al poco habían logrado alcanzar una altitud segura, remontando el pico Maladeta con el que habían estado a punto de estrellarse. Ya en territorio francés, ante el riesgo de cambio de las corrientes en la atmósfera, deciden descender con rapidez, abriendo la válvula del globo, tirando el resto del lastre, el ancla, las cuerdas y hasta la funda del aerostato. Fueron a caer sobre un arbolado de la localidad de Urau, en el Alto Garona. Eran las diez y cuarto de la mañana del día 6 cuando tocaron tierra francesa, tras haber permanecido en vuelo más de quince horas. Sin duda, fue una aventura asombrosa, pero no pudieron llevarse el mérito de ser los primeros en lograrlo, aunque quedar segundos en tan sobresaliente epopeya no es algo que se pueda desdeñar. No, el primero que logró tal gesta fue un tipo singular, genial y digno de protagonizar una película. Se trató del gran Jesús Fernández Duro.

Duro, un genio malogrado

Jesús Fernández Duro, nacido en la Felguera (Asturias) en 1878, era nieto de Pedro Duro Benito, fundador de la primera gran empresa siderúrgica española. Entre otros honores, fue condecorado con la Cruz de Caballero de la Legión de Honor Francesa, contaba con la Medalla del Automobile Club de France, la Medalla del Aeroclub de Berlín y la del Aeroclub de Francia. Y, eso sólo es el principio: fue la primera persona en volar sobre Asturias, había participado en pruebas automovilísticas, había sido cofundador de la FIA, la Federación Aeronáutica Internacional y, también, había fundado tras muchos esfuerzos el RACE (Real Aero Club de España). Y, por si fuera poco, se convirtió en 1906 en ser la primera persona en volar sobre los Pirineos, ganando la legendaria Copa de los Pirineos.

El paso Pirineos por Fernández Duro. Revista «Nuevo Mundo», 15 de febrero de 1906.

Si he querido añadir todos estos méritos de una vida intensa y asombrosa ha sido porque, justo el año antes en que Salamanca y Romero volaran sobre los Pirineos, el genial Duro ya lo había logrado en solitario, pero la suerte le abandonó ahí. Tras lograr esa gesta, contrajo fiebres tifoideas y falleció en la francesa localidad de San Juan de Luz, justo mientras estaba armando el que iba a ser el primer aeroplano construido en Europa que, por desgracia, no pudo probar. Siempre me he preguntado dónde hubiera podido llegar un tipo tan resuelto y genial como Jesús Fernández Duro que, ¡falleció a los 28 años de edad!

Fernández Duro ya contaba con mucha experiencia en vuelos aerostáticos cuando decide enfrentarse al reto de la Copa de los Pirineos. Es el año 1906, pocos meses antes de su muerte, cuando vuela en solitario desde Pau a Guadix, en Granada, sorteando la muralla montañosa. La Copa había sido creada para premiar a la expedición aerostática que lograra sobrepasar los Pirineos y recorrer la Península Ibérica. Tal como se menciona en El Siglo futuro, edición de 27 de enero de 1906:

Conforme con el reglamento de la Federación Aeronáutica Internacional, la sección aerostática del Automóvil-Club de Burdeos ha instituido una prueba llamada Copa Aerostática de los Pirineos, reservada a los pilotos del Aero Club de Francia y a los socios de los Clubs afilados a la Federación. Consiste en un objeto de arte, valorado en 5.000 francos, ofrecido por M. Deutch de la Meurthe.

La Copa la ganaría quien, saliendo de Francia, descendiera sobre territorio español o portugués, volando sobre los Pirineos, en vuelo sin escalas. En caso de que varias expediciones lograran el reto, se daría como ganadora a la que hubiera logrado más distancia total. Duro ya había volado en otras competiciones, pero no se podían comparar al reto de enfrentarse a los Pirineos, cosa que nadie había osado hacer antes. Tres franceses y el español Fernández Duro intentaron hacerse con la Copa.

Era la tarde del 22 de enero de 1906 cuando Duro partió a bordo de su globoCierzodesde las cercanías de la fábrica de gas de Pau. Pronto llega la noche y la gran barrera de los Pirineos se halla frente a él, pero con pericia logra volar a 3.500 metros de altitud, mientras la oscuridad y las temperaturas bajo cero se convierten en un grave problema. En esta ocasión la falta de viento no era escollo, sino que era demasiado impetuoso. Un viento del norte que no sólo impulsaba al aerostato, sino que lo hacía descender peligrosamente. Soltando lastre y vigilando la altitud con cuidado, llegan las luces del amanecer que le muestran que ya ha recorrido un largo trecho de la Península Ibérica. Llega temprano a Guadix, tras 14 horas de vuelo. El propio Duro narraba lo que sigue en la mencionada edición de El Siglo futuro. A pesar de haber pasado más de un siglo de aquella aventura, su forma de narrarlo sigue siendo vibrante y transmite una emoción incontenible sobre su vuelo de 855 kilómetros:

Todo lo tenía dispuesto. El 22 a las nueve de la mañana, había dado órdenes para que empezara la inflación del “Cierzo”. El ayudante que llevaba quedose dormido aquella mañana y cuando fui al lugar donde había de verificar la ascensión, me encontré con la desagradable sorpresa de que nada había preparado. Di nuevas órdenes, y se comenzó a llenar el globo de gas. A las tres y media de la tarde estaba a falta de colocar la barquilla y subir en ella; pero como no era muy fuerte el viento que abajo había, decidí suspender la ascensión. En esto me fijo en que la corriente superior era algo fuerte y sin pensarlo más entro en la barquilla y me lanzo a los aires. Eran las cuatro en punto. El tiempo estaba algo brumoso y el viento no era muy grande, y así anduve un gran rato. Me metí entre nubes y cuando creí que la dirección del viento no me era del todo favorable y que pudiera correr el riesgo de ir hacia el Cantábrico, tiré de válvula, dispuesto a bajar y dejar para otra ocasión el viaje. ¡Qué sensación tan inmensa experimenté! Al llegar a ver tierra, ya era algo tarde, las cinco, me encontré en el Centro del Pirineo. Nieve por todas partes, los altos picos de la cordillera coronados de inmensa blancura; los profundos valles, las escarpadas laderas. (…) Y un viento formidable que llevaba al globo a pasmosa velocidad. De pronto, siento un estremecimiento en la barquilla (…) me había quedado enganchado a algún obstáculo. (…) Otra fuerte sacudida me deja libre el globo y aprovechando el momento para arrojar lastre, me remonto nuevamente para evitar otro tropiezo. (…) El frío que había experimentado era intensísimo, la temperatura no subiría de los 14 grados bajo cero. Anduve otro momento sobre las nubes, y al descender una de las veces ya veo una planicie muy grande y lucecillas diseminadas sobre ella. No había duda, estaba a la otra parte del Pirineo. Ya estaba satisfecho. (…) Franqueé el Moncayo y pasé por Soria. Al llegar a Somosierra, el viento me empuja hacia el sur. (…) Divisé una gran ciudad iluminada, era Madrid. Sería la una y media de la noche. Al pasar por Aranjuez decidí marchar a la cuerda-freno, pues dada la velocidad que llevaba, en pocas horas podía verme en el mar y de noche todavía, que es peor. (…) Elevéme de nuevo y así pasé Sierra Morena y la Sierra de Cazorla. (…) Decidí bajar, y así lo hago, encontrándome en las cercanías de Guadix, ya en las estribaciones de Sierra Nevada. (…) Eran las seis y media de la mañana. (…) En Guadix tuvieron conmigo toda clase de atenciones y tanto el alcalde como los vecinos me prestaron todo género de auxilios. Para dar una idea del frío tan grande que hacía al pasar el Pirineo, basta decir que, al intentar arrojar lastre, me encontré con que la arena estaba helada y formando una dura peña, teniendo que romperla con la navaja. El agua mineral que llevaba no la pude beber por estar congelada.

 Como dato curioso que el propio Duro refirió sobre su vuelo, al no haber podido encontrar lámparas eléctricas en Pau para iluminarse en la noche y poder así observar adecuadamente los instrumentos de vuelo, decidió darse luz con “la lumbre de un cigarro”. Eso me recuerda que en 1905 Fernández Duro había logrado la patente española número 35.457 para un artilugio realmente singular: Un aparato para fumar que garantiza contra todo riesgo de incendio en minas, buques, globos, polvorines, depósitos de materias inflamables y en general en todos aquellos sitios en donde no se puede fumar por temor a un accidente producido por la llama de una cerilla o el calor desarrollado por un cigarro o cigarrillo que denomino «Boquilla Duro».

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