Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de noviembre de 2016.
El sueño de volar con los pies en la tierra
A finales del siglo XIX, cuando los únicos aparatos volantes tripulados eran globos o, a lo sumo, algunos de los primeros dirigibles, ya se pensaba en cómo sería volar al modo de los pájaros. No se trataba de intentar construir un avión propiamente dicho, porque muchos aventureros estaban embarcados en aquella aventura. Nada de eso, por ese tiempo ya había soñadores que pretendían simular lo que se siente al volar, pero sin tener necesidad de levantar los pies de la tierra.
He ahí, por ejemplo, la osada patente que un tal John F. Byrne tuvo el ánimo de solicitar en los Estados Unidos allá por 1893. Soñaba el buen hombre con una especie de gran habitación, sostenida sobre una estructura metálica que dotaría al conjunto de capacidad de movimiento en varios ejes. A esa máquina se le uniría un sistema de paneles móviles y de proyecciones que harían, en conjunto, que a las personas que se hallaran en su interior les pareciera que estaban volando sobre un bello paisaje a bordo de un lujoso dirigible, y todo sin riesgo alguno. Hoy, cuando incluso se pueden instalar y disfrutar complejos simuladores de vuelo en un teléfono móvil, todo aquello puede parecer un artificio demasiado aparatoso, pero no cabe duda del mérito de adelantarse a su época soñando con un futuro que, ahora, es completamente real.
Saltemos un poco más en el tiempo. Ya durante la Gran Guerra, el asombroso desarrollo de los primeros aviones aplicados a los conflictos bélicos hizo sentir la necesidad de formar a gran número de pilotos de forma rápida. Fue el tiempo en que aparecieron primitivos aparatos, algunos construidos incluso con barriles de madera, creados con la intención de acelerar la formación de los pilotos. Aquellos añejos remedos de simulador de vuelo, capaces de hacer enfrentar a sus usuarios, a ciertas maniobras a través de movimientos sobre plataformas inestables, cumplieron con creces sus objetivos. Ahí quedaba, por ejemplo, el “orientador”, máquina empleada facilitar un primer aprendizaje para los pilotos de aeroplanos que, ante tan novísimo medio de locomoción, necesitaban comprender y “sentir” el movimiento en tres dimensiones.
Tras la Primera Guerra Mundial, la popularización de la aviación, con espectáculos aéreos protagonizados por osados wing-walkers y similares, hizo al gran público soñar todavía más con levantar el vuelo, solo que, salvo contadas ocasiones, el anhelo se quedaba en poco más que un ejercicio de imaginación. Llegó la fiebre por la aviación a tal punto, que en algunos lugares se emitieron a lo largo de los años veinte, programas de radio en los que se dictaban curiosas lecciones de vuelo a modo de curso a través de las ondas. Ahí quedó, por ejemplo, el programa que durante las mañanas de los viernes de 1928, y durante apenas un cuarto de hora, hizo soñar a muchas personas que podían llegar a ser pilotos. Se trataba de una mezcla entre programa de humor y de divulgación, emitido por la emisora KOA de Denver, en el que el piloto Cloyd P. Clevenger, de la Alexander Aircraft Company, dictaba sus lecciones de vuelo, entre diversos sonidos típicos de una situación de vuelo. Al otro lado de las ondas, los oyentes imaginaban que eran pilotos, e incluso muchos de ellos se hicieron con una especie de equipo básico, que podía ser un simple taburete y una escoba, con el que emulaban las maniobras de un piloto real.
Todas aquellas simulaciones tuvieron su culminación con un personaje genial llamado Edwin Albert Link, pero que era conocido simplemente como Ed Link. Fue un inventor estadounidense nacido en 1904. Hasta su fallecimiento, en 1981, no sólo creó la gran industria de los simuladores de vuelo, sino que diseñó algunos de los simuladores más descollantes de todos los tiempos, desde el modelo que permitía enseñar vuelo astronómico, esto es, navegación a través de un cielo estrellado simulado, hasta el simulador con el que se entrenaron los tripulantes de las naves Apolo que volaron hacia la Luna. En sus patentes, que alcanzan casi la treintena, el apasionado Ed Link fue desgranando todo lo que fue posteriormente el desarrollo de los simuladores de vuelo para aviación y para otros ámbitos. Una de sus máquinas más conocidas fue el Link Trainer, que se convirtió en el primer simulador de vuelo comercializado de la historia. Aquella aventura, que comenzó tímidamente como apuesta personal, encontró un ambiente propicio en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Lo más llamativo de los primeros modelos de simulador de Link se encuentra en que, salvando las distancias, ya eran bastante similares en cuanto a concepto a los actuales.
Los simuladores Link Flight Trainer supusieron toda una revolución en la formación de pilotos de aviación. Aquella máquina de simulación era capaz de hacer sentir al futuro piloto como si se encontrara realmente dentro de una cabina en vuelo. Se trataba de una plataforma sostenida sobre una especie de trípode que otorgaba al conjunto capacidad de movimientos complejos en tres dimensiones. Se podían programar diversos modos de vuelo, e incluso situaciones de peligro o accidente. Los primeros intentos de Link por introducir sus simuladores databan de entre 1929 y 1931, cuando construyó un modelo primitivo gracias al uso de utensilios y piezas de su negocio familiar de órganos musicales. Aquel ingenioso aparato armado con piezas eléctricas y neumáticas que daban al conjunto un abigarrado aspecto, llamó tiempo después la atención del Ejército de los Estados Unidos. Con la guerra en marcha, le llega a Link un pedido de hasta 100,000 unidades de su simulador. A partir de ese momento, con una empresa millonaria entre manos, nunca dejó de perfeccionar sus simuladores y, en todo el mundo, el nombre de Ed Link se convirtió desde los años cuarenta, cuando se dio a conocer a gran escala, en sinónimo de simulación de vuelo avanzada.
¿Un simulador de vuelo español a principios de los cuarenta?
Al mismo tiempo que Ed Link conseguía sus éxitos en América gracias a sus increíbles simuladores, por aquí ya había quien soñaba con algo muy similar. Eran tiempos difíciles en España, con un país destruido tras la Guerra Civil y con el continente metido de lleno en la espantosa Segunda Guerra Mundial. Posiblemente nuestro protagonista de hoy escuchó acerca de los simuladores de Link, pero a buen seguro que no logró ver uno en funcionamiento, al menos no en aquellos años, cuando la tecnología de simulación de Link era poco menos que un secreto guardado por los militares de los Estados Unidos. Sea como fuere, y aunque muy posiblemente no se llegó a construir una máquina funcional, existe una intrigante patente que deja claro los sueños de un piloto por conseguir en nuestras tierras algo muy parecido a lo que Link ya había materializado al otro lado del Atlántico.
Entre 1941 y 1944 se desplegó en Europa del Este lo que se ha conocido como “Escuadrilla Azul”, esto es, un grupo de aviadores españoles voluntarios que fueron enviados por el gobierno español en ayuda de la Alemania nazi, cosa que tenía mucho que ver con la ayuda recibida por el bando sublevado por parte de los alemanes en el conflicto civil español. Es curioso que, la patente que he mencionado, fue solicitada, precisamente, en 1942 y publicada al año siguiente con el número de patente española número ES0157286 (ver patente). El inventor que realizó tal solicitud no era otro que un piloto que, con el tiempo, desarrolló una larga carrera en el Ejército del Aire y que atendía al nombre de Carlos Ferrándiz Arjonilla, quien fuera uno de aquellos pilotos de la nombrada escuadrilla (fue comandante de la 3ª Escuadrilla Azul que partió hacia Rusia a finales de 1942). El caso es que, al margen de ese pequeño dato, lo que aquí nos interesa es mencionar la invención que pretendía llevar a cabo aquel intrépido piloto. Estamos ante una máquina que tiene muchas similitudes con un simulador de vuelo actual, al menos en lo que tiene que ver con su concepción. El título de la patente, solicitada el 27 de mayo de 1942, lo dice todo: Un procedimiento mecánico eléctrico para enseñar a pilotar aviones con o sin visibilidad exterior, sin desplazarse en el medio aire.
La patente es interesante por lo avanzado de su planteamiento y, cómo no, por lo mucho que recuerda a los exitosos modelos de Ed Link, contemporáneo suyo. La patente de Ferrándiz describe un simulador de vuelo dotado de capacidades muy avanzadas para su tiempo. Una pena que no lograra comercializarse, pues a buen seguro que en otro lugar y en tiempos menos complicados, bien pudo haber alcanzado a ser rival de alguna de las máquinas de Link. En las descripciones detalladas de esta olvidada patente de este simulador de vuelo español de principios de los años cuarenta se pueden leer cosas como la que sigue:
La enseñanza del pilotaje de aviones, tal y como se da actualmente, volando desde el primer día en un avión de escuela, tiene como inconvenientes principales que el alumno ha de realizar sus primeros pasos dentro de un medio, el aire, nuevo totalmente para él, lo que le excita y perturba, y además no resulta económica por cuanto desde el primer día hay consumo de gasolina, desgaste de material, etc. A evitar estos inconvenientes tiende el procedimiento que es objeto de esta patente, dando tranquilidad al alumno, economía en la enseñanza y una difusión ilimitada al deporte de volar.
Después de esta declaración de intenciones, se describe en el documento de forma detallada una barquilla de pilotaje, emplazada en tierra, sobre una plataforma capaz de girar alrededor de tres ejes por medio de dispositivos mecánicos y eléctricos. Lo más curioso y novedoso del simulador de vuelo propuesto por Ferrándiz se encontraba en que, no sólo se simulaba la instrumentación y el movimiento, sino que se añadía al conjunto “una representación del terreno” que vendría a ser una versión primitiva de las pantallas de realidad virtual de los modernos simuladores:
…de tal manera que, dotado el alumno de un dispositivo óptico estereoscópico por el que se le hace mirar, se le aparece simultáneamente el avión que se supone que pilota, el terreno imaginario que se mueve, y el cielo y horizonte imaginarios que le sirven de referencia, con la combinación de cuyos elementos se pone al alumno, aunque ilusoriamente, en las mismas condiciones en que se halla al despegar, pilotar y aterrizar con un aparato real.
Esto es serio, y merece reconocimiento: a través de una detallada descripción de los medios ópticos, eléctricos y mecánicos que componían este simulador, el piloto Ferrándiz Arjonilla se encontraba pormenorizando lo que décadas después ha sido algo común, esto es, una representación simulada de un ambiente real, no sólo a través del movimiento de una barquilla, sino reconstruyendo instrumentación y visualización de un entorno para hacer el que alumno se sintiera de la misma manera y en condiciones similares a una situación de vuelo real. ¡Es sorprendente! La imagen real de un terreno y del cielo, de la pista y de los accidentes geográficos, era proyectada a través de un ingenioso sistema que hacía parecer toda la escena como algo real, con apariencia tridimensional. ¡Eso es adelantarse décadas a su tiempo! Los juegos de cámaras, fotografías y películas en movimiento se conjugaban para crear una experiencia cercana a la real. Tanto la parte óptica estereoscópica como el juego mecánico que daba movimiento a la barquilla, se hallaban sincronizados por medio de una serie de “programas” que simulaban determinadas maniobras de vuelo.
Un reloj “listo” de los años sesenta
Si asombrosa es la patente de 1941 de Carlos Ferrándiz Arjonilla sobre un simulador de vuelo que recuerda mucho, salvando las distancias, a los que se construyeron décadas más tarde, también llama la atención otra de sus patentes, publicada muchos años más tarde, en 1965. El piloto alumbró también en el 64 una patente sobre un Anotador simultáneo para jugar al golf, pero es su patente del año siguiente la que tiene más atractivo. Se trata de una propuesta acerca de un Aparato recordatorio de pulsera. Esta patente (realmente un registro de modelo de utilidad), bajo número ES0110373, de mayo de 1965, no tiene mucha miga técnicamente, pero por el contrario su concepto nos sonará muy avanzado en este tiempo de “smart watches”. En su descripción, el inventor nos comenta:
…se trata de un aparato especialmente diseñado para que sirva como ayuda a la memoria en cuantas cosas se deseen recordar en un momento dado, y aplicable a la misma correa del reloj de pulsera, con lo que en todo momento se tiene en condiciones de ser empleado, tanto en cuanto a las anotaciones que hayan de hacerse en él, como en cuanto a la lectura de las misma cuando sea preciso. En la actualidad, dado el ritmo de vida en que el hombre se mueve, es preciso en gran cantidad de circunstancias, tener a mano datos que se necesitan para un buen resultado de una conversación o visita, anotar detalles para posteriormente emplearlos convenientemente, prever un programa de preguntas adecuadas a la gestión del momento, etc…
Lo que se describe luego en el documento es la técnica para crear un reloj de pulsera en el que se puedan instalar, anotar, borrar y modificar todo tipo de anotaciones, dibujos o croquis, en definitiva, un concepto que recuerda a los modernos relojes “listos”, solo que sin elementos electrónicos.