Esteban Martínez Díaz, el aeronauta circense

Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, número de julio de 2015.

Aeronauta perdido, ni noticias ni esperanzas. El remolcador número 1 de la Junta de Obras del Puerto de Valencia y el “Manuel María”, han regresado a la caída de la tarde, sin encontrar en globo “Mariposa”. Empieza a perderse la esperanza de encontrarlo.

El Liberal. Madrid, 14 de septiembre de 1909.


Esta sencilla nota marca el punto final de una vida llena de aventuras. Del tripulante del globo Mariposa no se supo nunca más y, a partir de ahí, cayó en el olvido. Cierto es que no era alguien que hubiera hecho un descubrimiento deslumbrante, ni tan siquiera inventó algo práctico realmente pero su tenacidad, desbordante imaginación y temerarias acciones, hacen que merezca una letras cuando ha pasado ya más de un siglo desde que se perdiera su pista cuando volaba sobre aguas del Mediterráneo a bordo de un frágil globo.

Aquel vuelo formaba parte de una serie de atracciones que habían sido contratadas por el comité organizador de una exposición regional en Valencia. De entre todos los aeronautas que formaban parte de aquellas actuaciones a medio camino entre la aventura y lo circense, destacaba la figura de nuestro protagonista, Esteban Martínez Díaz y su globo Mariposa, que llegó a alcanzar una altitud de casi un kilómetro en uno de sus vuelos de exhibición, el 5 de septiembre de 1909, que duró más de cuatro horas. Por desgracia, el día 13 el Mariposa desapareció en el Mediterráneo y, con él, los anhelos de su tripulante, que soñaba con modernos globos, dirigibles, aviones y que, como buen creador de ingenios imposibles, había intentado llevar a la práctica sin mucha fortuna.

Una nave todoterreno

Ciertamente, Esteban Martínez Díaz, aeronauta de raza, había saltado a la luz pública por dos motivos muy diversos. Por una parte, por sus acrobacias y vuelos de exhibición. El otro lado de su fama estaba construido sobre proyectos imaginarios dignos del gran Julio Verne.

El voluntarioso aeronauta luchó durante años por lograr convertir alguno de sus sueños en realidad. Hoy esas imaginarias naves duermen el sueño de la tinta y el papel añejos en el Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas en Madrid, a la espera de ser disfrutadas por las gentes que viven en la era del transporte aéreo. Veamos el contenido de algunas de esas patentes, para comprobar que, si bien puede que no llegaran a la vida práctica, sí contenían destellos del mundo futuro.

Ya en 1888 había registrado todo un “crucero volador dirigible”, un modelo de nave aérea de gran tamaño capaz de vuelo controlado que se unía a la ola de su tiempo por lograr una máquina volante manejable capaz de transportar pasajeros o mercancías e incluso ser empleado como arma de guerra. Años más tarde, el empeño de Martínez Díaz se centró en mejorar los aparatos de gimnasia. En concreto, ideó diversas máquinas entre 1891 y 1908 que tenían como destino el llevar a los hogares aparatos de gimnasia, algo que hoy no llama a atención pero que por entonces era de los más rompedor. ¿Un gimnasio en casa? ¡Qué locura! Con uno de esos ingenios, al que llamó “aparato de gimnástica higiénico-doméstico”, preconizaba ya incluso esos modernos modelos de máquina para hacer todo tipo de ejercicios musculares tan de moda hoy día.

Pero son las máquinas volantes y las circenses, junto con otros inventos de todo tipo, como un sistema de alarma y salida ordenada en caso de siniestro en salas de espectáculos, los que más tiempo le ocuparon. Ahí está su “tranvía espiro-helicoidal y curvo-cerrado en plano inclinado para recreos” o su “sistema de flotadores dirigibles a hélice y ruedas para la navegación por lagunas, canales, estanques, ríos y puertos”. Y, ¿qué decir de un “aeroplano propulsado por el batir de alas”? De las numerosas patentes de Martínez Díaz cabe concluir algo muy sencillo: ¡con ellas se podría construir todo un parque de atracciones estilo steampunk! Barcos impulsados por dirigibles, máquinas para ferias, ornitópteros y, sobre todo, su obra maestra: la nave que podía moverse en todos los ambientes.

El mayor de los sueños, nunca realizados, de Esteban Martínez Díaz vio la luz en la popular revista La Ilustración española y americana el 15 de diciembre de 1901 y fue posteriormente ensalzado por otras publicaciones. Se trataba, ni más ni menos, que de un aerostato, triciclo y barco, todo en una pieza. Las innovaciones propuestas en tan singular aparato incluían métodos para controlar y dirigir el vuelo, algo vital teniendo en cuenta que en esa época era un tema que preocupaba a todos los fabricantes de aerostatos, así como sistemas de seguridad para impedir que la nave se estrellara o un método para “empaquetar” el vehículo y llevarlo por carretera. Lo dicho, una máquina aerostática dirigible capaz de volar, circular por tierra y navegar, ¿alguien puede ofrecer más?

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La máquina todoterreno que presentó por aquellos días consistía en una nave central construida alrededor de una gran viga metálica fabricada con una por entonces novísima aleación de aluminio, alrededor de la cual se disponían todo tipo de módulos adaptables capaces de contener motores, flotadores, timones y sistemas con ruedas. El conjunto venía a ser como un vehículo articulado modular que, dependiendo de la ocasión, podía volar, rodar o flotar a conveniencia. Con una armadura de 33 metros de eslora y un diámetro máximo de unos 4,50 metros, dotado de tres motores de gasolina, depósitos para combustible, agua y víveres, no puede decirse que se tratara de algo pequeño. El sistema para controlar el vehículo en el aire era muy ingenioso: varios grupos control sencillos asociados a conjuntos de grandes hélices, dos en eje horizontal y dos montadas en eje vertical. Jugando con el comportamiento de esas hélices, el inventor pretendía poder hacer que la nave se moviera a voluntad tanto en su capacidad de ascenso y descenso como en los giros e inclinaciones.

A ambos lados del “fuselaje” central o armadura se disponían grandes globos elipsoidales, muy alargados, con un diámetro máximo de seis metros. El ingenio contaría con un curioso sistema de inyección de aire en los globos de control y lastre, válvulas de seguridad para regular la presión y un conjunto de globos ascensiones de hidrógeno protegidos por una malla metálica. La cabina contaría con todo tipo de instrumental avanzado de su época.

Ahora bien, lo más llamativo de este bicho era su sistema de plegado. Una vez en tierra los globos eran recogidos en contenedores dispuestos en los laterales de la armadura y aparecían unas ruedas articuladas en la parte inferior, animadas por los motores. Todo ello era automático, no hacía falta abandonar la nave para realizar la transición entre nave aérea y el automóvil. La conversión en barco era incluso más sencilla, pues no hacía falta más que inflar una serie de unidades de flotación a lo largo de la porción inferior de la armadura, mientras los motores y mecanismos sensibles se protegían automáticamente por medio de una serie de carcasas.

En su época llamó la atención, pero tampoco se tomó como fantasía imposible. Aquello era el futuro, no había duda. Lástima que no pasara del papel de las patentes y de los artículos emocionados en los periódicos al mundo real, hubiera sido sorprendente ver cómo se comportaba semejante “bicho” todoterreno.

Maestro de la ascensión libre

El extraño artilugio era toda una excentricidad y, sin embargo, no iba del todo por mal camino en cuanto a ciertos detalles. Por ejemplo, la experiencia que por esa época ya tenía Martínez Díaz en cuanto a vuelos, con casi 250 ascensiones a sus espaldas a principios del siglo XX, le hacían ser todo un maestro a la hora de proponer soluciones de cara a mejorar la capacidad de maniobra de los dirigibles.

Sus ascensiones en globo libre encontraron eco en medio mundo. Llenó de asombro en sus demostraciones a gentes de de toda España y Portugal, en incluso del norte de África, y también viajó en giras espectaculares por América. Así, voló en Brasil en 1886, Uruguay, Argentina, Paraguay, Venezuela, Panamá, Guatemala, México, Cuba y los Estados Unidos. Lo más llamativo de todas aquellas ascensiones era el lado circense que le imprimía el aeronauta. No se trataba de simples demostraciones de vuelo, el piloto siempre quería ir más allá y se arriesgaba por encima de lo que el sentido común dicta. Por ejemplo, no eran raras las ocasiones en que las condiciones meteorológicas hubieran hecho cancelar un vuelo a cualquier otro. Nada de eso, Martínez Díaz solía forzar tanto la situación que en algunos vuelos se temió por su vida. Volando sobre Uruguay los vientos arrastraron su nave decenas de kilómetros más allá de su destino, terminando de descender sobre territorio argentino. Peor lo pasó en Santiago de Cuba, donde su globo terminó por caer a las aguas de la bahía y a punto estuvo de morir ahogado. Fue, precisamente en Cuba, donde ideó su primer aeroplano, allá por 1887 y 1888. Presentó su idea en los Estados Unidos con gran éxito de público y eco en la prensa. Allí se cuenta que colaboró con algunas fábricas de aerostatos, una de ellas relacionada con Edison.

Las aventuras de este aeronauta son dignas de novela. En Lisboa estrelló su globo contra un conjunto de líneas telegráficas, causando una monumental avería. No fue el único accidente aparatoso que tuvo, en otras ocasiones se rasgó el material del globo y cayó casi a plomo, con la suerte de salvar su vida milagrosamente una y otra vez. Ese aire de aeronauta invencible puede que le hiciera ser más temerario, y no sólo en el aire. Participó en todo tipo de pruebas de automóviles, con choques incluidos, para verificar su seguridad, así como en carreras por caminos “imposibles”. Incluso experimentó personalmente con un sistema salvavidas en aguas del Guadalquivir.

No se vayan todavía, que aún hay más. Sí, el aventurero nacido en Madrid no sólo volaba en globo sino que dirigía una compañía que ofrecía espectáculos asombrosos como acrobacias en trapecios a bordo de globos. Venía a ser algo así como los circos aéreos que tan de moda estuvieron después de la Primera Guerra Mundial pero más de tres décadas antes, desde sus primeros vuelos de 1881, y con peligrosos globos de ascenso libre en vez de con aeroplanos.