Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, número 119, mayo de 2015.
Don Pío era un hombre de estatura algo inferior a la media, enjuto cual castellano de la meseta, y de escaso peso. Tenía la cabeza pequeña, de finos y delicados rasgos; su frente era amplia y su nariz ligeramente aguileña; tenía los ojos vivos y brillantes y su mirada, a través de sus gafas con montura de oro, era profunda y vaga, a la vez que dejaba adivinar una indefinible tristeza. Sus movimientos eran rápidos y nerviosos; caminaba a pequeños pero seguros y veloces pasos. (…) Su nerviosidad se hacía patente de diverso modo cuando hablaba y con ocasión de su trabajo; las palabras brotaban de sus labios con una increíble velocidad, siendo difícil seguirle en sus vertiginosas disertaciones, lo que no dejaba de restarle lucimiento cuando intervenía públicamente. (…) Era don Pío un hombre tímido, lo que no le impedía entablar fácilmente un trato amistoso aunque reservado; cuando a alguien le unía verdadera amistad, se mostraba comunicativo y profundamente cordial. Ligadas a su timidez, estaban su franciscana humildad y su modesta sencillez, siendo el más severo crítico de sus propias obras, sin que por ello dejara de estar recónditamente orgulloso de su personal valía.
Pedro Cano Díaz. Una contribución a la ciencia histólogica:
la obra de don Pío del Río Hortega. CSIC, 1985.
Don Pío y la aventura de la histología moderna
Ciertamente era don Pío del Río Hortega un inquieto artista de la ciencia, dibujante excepcional, dotado de una capacidad de observación visual extraordinaria, el vallisoletano que nos ocupa contribuyó al desarrollo de las neurociencias con huella tan profunda que sus obras se mantienen actualmente como objeto de estudio y atención. Pío nació en el pueblo de Portillo en 1882, en el seno de una familia de posición acomodada. En 1905 se licenció en medicina en Valladolid y ejerció como médico en su pueblo durante cerca de tres años. Sin embargo, algo en su interior le impulsaba continuamente a ir más allá de la práctica médica habitual: decidió cambiar de rumbo y dedicarse a la investigación.
Bien, es momento de una pausa necesaria. Tenemos a un médico de Valladolid que a principios de la pasada centuria decide averiguar qué se esconde en el intrincado tejido que forma el sistema nervioso. En esa aventura continuamos hoy día, cuando neurocientíficos armados con potentes ordenadores y herramientas de alta tecnología siguen desentrañado la estructura del mapa cerebral. Ese camino fue abierto por los histólogos de principios del siglo XX. El más recordado, sin duda, fue Santiago Ramón y Cajal, que fuera maestro durante un tiempo de don Pío. Hubo un tiempo en que el nombre de Río Hortega sonaba en todo el mundo al mismo nivel que el de Cajal, siendo incluso postulado para el Premio Nobel en varias ocasiones. Por desgracia, como sucede en tantas ocasiones, hoy sólo es recordado por los especialistas en su campo y apenas se deja sentir su nombre en el homenaje a él mostrado en forma de calles o placas en edificios en su tierra natal. Y, por mucho que a los castellanos les suene tanto el “Hospital Río Hortega” de Valladolid, pocos serán los que puedan decirnos a qué se debe tanto honor.
No es para menos que su figura merezca reconocimiento y es triste este olvido. Don Pío fue uno de los más grandes pioneros del estudio científico del sistema nervioso y uno de los padres de la histología moderna. ¿He dicho histología? Tal palabra sonará extraña para el profano, pero guarda en su interior la belleza de una ciencia a la que le debe la medicina actual gran parte de su base de conocimientos. Los histólogos eran, y son, esos escrutadores del mundo material que ahondan en la estructura de los tejidos vivos. La materia viva, más allá del nivel celular, está conformada por diversos tipos de tejido, ya sea este epitelial, conectivo, muscular o nervioso. Los histólogos son aquellos que destinan su atención y esfuerzos al estudio de esos tejidos, de su estructura microscópica, su funcionamiento y su desarrollo. Vendría a ser como el estudio anatómico pero a escala microscópica, en la frontera con la biología celular y la bioquímica.
Don Pío centró su atención en un tejido muy especial, el nervioso, tal y como hubiera hecho tiempo atrás el gran Ramón y Cajal. Comentaba el propio Pío que la práctica médica nunca le había atraído especialmente, su interés siempre tendía hacia lo anatómico y, sobre todo, hacia la histología. No se separaba de los microscopios y se mantenía al día de las últimas técnicas micrográficas, tal y como ya hacía en sus últimos años en la Facultad de Medicina de Valladolid. Y, he aquí que su primer impulso tras licenciarse era ir a Madrid para conocer al gran Cajal y dedicarse a la ciencia. Quién sabe si por cierto sentido de utilidad o por su querencia al pueblo que le viera nacer, mantuvo su puesto de médico en Portillo como he comentado, hasta que apareció una oportunidad que cambió su vida.
Fue en 1909 cuando finalmente marcha a Madrid para dedicarse a realizar su doctorado. Su tesis se centró en un estudio minucioso de diversos casos de tumores encefálicos. En 1913 es pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, lo que le permite mejorar sus conocimientos en varios centros nacionales, así como en París y Londres. Dos años más tarde, de regreso de Europa, encontraremos a don Pío trabajando en el Laboratorio de Histología Normal y Patológica donde conocerá a Nicolás Achúcarro, a quien sucederá tras su fallecimiento en 1918 en la dirección de ese centro. Achúcarro merece un recuerdo especial, pues fue sin duda el maestro histólogo que más influyó en Pío del Río Hortega.
Nicolás Achúcarro y Lund enseñó todo su arte a don Pío, y esto no es cualquier cosa. Don Nicolás fue una de las mayores lumbreras del cambio de siglo entre el XIX y el XX en el panorama médico no sólo nacional sino mundial. Nacido en Bilbao en 1880, estudió medicina en Madrid. Viajero impenitente, se empapa de todo el saber histológico continental, atiende a su maestro Cajal y crea su propio laboratorio. Su actividad fue frenética, publica nuevos métodos de tinción como el que fue conocido como “técnica de Achúcarro” que utilizaba tanino y óxido amoniacal. Su estrella ascendente como científico de talla mundial fue cortada de raíz por culpa de la enfermedad de Hodgkin cuando sólo contaba con 37 años de edad. Don Pío recogió su legado y lo llegó a alturas celestiales. Las técnicas de tinción eran y son vitales en histología. Hoy día contamos con gran cantidad de tecnologías muy avanzadas que permiten realizar preparaciones de tejidos biológicos para su estudio microscópico pero, a principios del siglo XX, los primeros histólogos modernos debían ir creando técnicas para avanzar. La tinción, como su propio nombre indica, consiste en “teñir” los tejidos de forma adecuada para que desvelen sus estructura interna. No es nada sencillo, esas técnicas requerían de precisión y maestría manual. Además, una vez realizada la preparación, la interpretación de lo que aparecía en el microscopio requería también de agudeza visual, capacidad de síntesis y mucha pasión para poder extraer conocimiento de lo que, a vista del profano, no era más que un manchurrón de intrincadas formas a modo de pintura abstracta.
Don Pío fue nombrado jefe de investigación del Instituto Nacional del Cáncer allá por 1928, un centro que se encargó de dirigir unos años más tarde. Comenzó entonces su otra faceta investigadora, la oncológica. El médico castellano perfeccionó las técnicas de tinción de Achúcarro por medio del uso de variantes adaptadas a varios tipos de muestra. He aquí donde llega su gran inspiración, fruto de incontables horas de trabajo mejorando los métodos de tinción. Don Pío logra algo que hasta entonces se había mostrado esquivo, a saber, pudo realizar tinciones selectivas de estructuras intracelulares. Así, puedo estudiar no sólo la estructura de las neuronas, que son los “ladrillos” principales que forman el tejido nerviosos, sino también de las células gliales. Si la neurona es el ladrillo, podría decirse que la neuroglía es el “hormigón” en el edificio del tejido nervioso. La comparación arquitectónica es muy burda, ciertamente, pero puede servirnos a la hora de comprender lo vital de los descubrimientos de Pío del Río Hortega con respecto a las células gliales.
Tras la pista de las células gliales
El tejido de la neuroglía, o simplemente tejido glial, fue descrito por primera vez a mediados del siglo XIX por Rudolf Virchow. En las preparaciones microscópicas de tejido nervioso aparecían aquellos elementos como “colas” intrincadas de esquiva función. Santiago Ramón y Cajal fue quien, en 1891, determinó que se trataba de células claramente diferenciadas de las neuronas. Lo que no parecía en principio más que una especie de simple “pegamento” que aparecía por doquier en las preparaciones, se convirtió pronto en algo vital. Las células gliales no sólo son el soporte de la estructura neuronal, sino que intervienen de forma activa en los procesos que tienen que ver con el procesado de señales por parte del tejido nervioso. Las células gliales, involucradas en gran número de patologías, se encargan de controlar el ambiente en el que se desenvuelven las neuronas. De su buen funcionamiento depende la correcta marcha de sistema nervioso, de ahí su importancia clave en todo lo que tiene que ver con el procesamiento de la información por parte del cerebro y el tejido nervioso en general.
Pío del Río Hortega gracias a sus técnicas de tinción selectiva, como su método de tinción con carbonato de plata amoniacal, estudió a fondo el entramado glial. Aquello supuso una auténtica revolución en su tiempo. Sólo se distinguían dos tipos de neuroglía por entonces, una forma protoplasmática y otra fibrosa. Pío del Río Hortega fue mucho más lejos, logrando diferenciar dos nuevos tipos, sobre un tercero ya intuido anteriormente por Ramón y Cajal. Se trataba de la microglía y la oligodendroglía. La neurociencia ya tenía entonces el mapa completo de los principales tipos de células gliales, eso hizo que se reconociera la figura de don Pío a nivel mundial. No sólo era requerido por centros de toda Europa y América, sino que llegaban a España médicos de medio mundo para aprender del maestro.
Publicaciones médicas de gran eco no dejaban de ensalzar a don Pío, a quien incluso se le homenajeó con el bautizo de las células de la microglía como células de Hortega. Desde aquellos momentos el mundo médico atendió con interés sus nuevas investigaciones, ya fueren sobre las que llevó a cabo acerca de la glándula pineal o sus contribuciones a la oncología, concretamente en lo relacionado a sus estudios sobre los tumores del sistema nervioso. Por desgracia, llegados a 1936, la vida de Pío del Río Hortega siguió el camino de muchos otros españoles. Se exilió en París, donde trabajó un tiempo. Más tarde marchó a Oxford y, finalmente, recaló en Buenos Aires, donde se encargó de dirigir un prestigioso laboratorio histológico. Fue en Argentina, país en el que falleció en 1945, donde continuó realizando valiosas contribuciones al conocimiento de la neuroglía mientras su legado languidecía en una España destruida por la guerra. Lejos quedaban ya sus tiempos de “becario” en Europa o su época de aprendiz con los grupos de investigación de Cajal y de Achúcarro, ahora era un maestro reconocido en todo el mundo, uno de los padres de la histología moderna. Como bien afirmaba Pedro Cano Díaz:
Río Hortega fue, entre otras cosas, un técnico extraordinario. (…) Gracias a su excepcional habilidad, pudo conseguir hallazgos histológicos que le sitúan en un destacado puesto dentro de la ciencia de su tiempo.
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Imagen inferior: Caricatura de Pío del Río Hortega. Diablo Mundo, 26 de mayo de 1934.