Antonio Longoria y el rayo de la muerte

Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja en su edición del mes de mayo de 2013.

El punto de partida de esta aventura hay que ponerlo en cierto artículo con el que me he cruzado hace poco. He de reconocer que hasta ahora no había indagado con atención en la vida de Antonio Longoria, y queda casi todo por hacer, pero espero que estas letras sirvan al menos para traer al presente la memoria de este curioso personaje del que apenas si ha llegado algún recuerdo a nuestros días.

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Antonio Longoria, tal y como aparecía en febrero de 1940 en la revista Popular Science.

El artículo que menciono fue publicado en el número del mes de febrero de 1940 de la conocida revista de ciencia, tecnología e inventos Popular Science, concretamente en la página 117. Allí, se mencionaba lo siguiente, que traduzco libremente del original:

Palomas al vuelo caen muertas al instante por la acción de una máquina situada a una distancia de cuatro millas. Este es el logro que supuestamente ha conseguido el doctor Antonio Longoria, de Cleveland, Ohio, quien recientemente ha declarado haber destruido su letal máquina por el bien de la humanidad. El inventor de Cleveland ha afirmado que tropezó por casualidad con su rayo mortal mientras investigaba sobre el tratamiento del cáncer con radiaciones de alta frecuencia.

La acción de estos rayos mortales, según sus afirmaciones, es indolora y está basada en cierto mecanismo que convierte la sangre en una substancia sin utilidad, tal y como la luz transforma sales de plata durante el proceso fotográfico. Anteriormente un grupo de científicos, según apareció en prensa, había demostrado que estas radiaciones eran capaces de matar ratas, ratones y conejos, incluso cuando los animales estaban resguardados en el interior de cámaras con gruesas paredes metálicas. Estos rayos, según la opinión del doctor Longoria, podrían matar a seres humanos con la misma facilidad.

Inquietante, sin duda, ahora bien, ¿qué puede haber de cierto en tan asombrosas afirmaciones? Para entender un poco el concepto de “rayo de la muerte”, creo necesario poner el asunto en el adecuado contexto histórico.

La edad de oro de los rayos de la muerte

En nuestros días el concepto de rayo de la muerte ni siquiera nos sorprende. Hemos crecido rodeados de referencias en el cine y la televisión sobre rayos de todo tipo en películas de ciencia ficción. No hay nave espacial imaginaria que se precie de ser poderosa que no tenga su propia batería de rayos láser, torpedos fotónicos o cualquier otro arma futurista que, en realidad, no lo son tanto habida cuenta de la existencia en los arsenales del mundo real de armas sobrecogedoramente potentes y mortales.

Pero en la primera mitad del siglo XX, coincidiendo con los años dorados de las publicaciones de ciencia ficción, sobre todo en los Estados Unidos, el concepto de rayo de la muerte era novedoso. En 1934 Flash Gordon llevó esa tecnología fantástica a otro nivel, haciendo que los niños de medio mundo desearan tener su propia pistola de rayos. Pero no todo quedó en el papel impreso de las añejas revistas de ciencia ficción y fantasía. La Gran Guerra había cambiado para siempre la forma de pensar de la humanidad. El conflicto mundial había sido tan espantoso que se alzaban voces por doquier para que nunca más algo como aquello pudiera repetirse. Poco imaginaban que no mucho después la Segunda Guerra Mundial acabaría por superar todas las marcas de dolor y destrucción y que la edad de las armas atómicas estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, entre las dos guerras mundiales surgieron toda una serie de visionarios que quisieron llevar a la vida eso que no era más que fantasía de ciencia ficción.

¿Por qué la fiebre de los rayos de la muerte despertó precisamente después de la Primera Guerra Mundial? El pacifismo naciente puede que tuviera mucho que ver, junto con la incipiente ciencia ficción, por supuesto. Por mucho que se hablase de paz, se intuía que las guerras del futuro iban a ser más terribles todavía que lo ya visto. Por eso, hubo quien pensó en crear armas tan terribles que el sólo hecho de imaginar su utilización sería más que suficiente como para impedir una nueva guerra. En su ingenuidad no podían imaginar que, precisamente ese razonamiento, fue lo que mantuvo a la humanidad con la respiración contenida durante la guerra fría, cuando el equilibro entre bloques atómicos amenazaba día tras día con la aniquilación mutua, única “garantía” para que una nueva guerra mundial estallara. Eso no impidió, por supuesto, que decenas de conflictos globales asolaran infinidad de rincones del mundo a lo largo de lo que quedaba del siglo XX, sin necesidad de usar ninguna nueva arma nuclear desde las dos que fueron empleadas en Japón en el verano de 1945.

Bien, ahí estaba el concepto: un arma tan terrible que su sola mención hiciera que la guerra fuera olvidada como opción posible en la resolución de conflictos de todo tipo. ¿Sería posible construir algo así? Antes de las armas atómicas lo más parecido en cuanto a concepto de arma de destrucción masiva, además de las armas químicas o bacteriológicas eran los “rayos de la muerte”. Consistían en terribles armas de radiación electromagnética o partículas capaces crear una inmensa destrucción. Nadie vio nunca una funcionar, por fortuna, pero no faltaron quienes afirmaron poseer su secreto. En los años veinte apareció posiblemente el más célebre padre de rayos mortales de la historia. Se trataba del pionero británico de la radio Harry Grindell Matthews. Su incapacidad para realizar una demostración viable de su supuesto rayo mortal se convirtió en un patrón a seguir por todos los demás inventores de armas similares. Al igual que Grindell Matthews, muchos otros afirmaron haber llegado a construir un rayo mortal, pero nadie pudo ofrecer una demostración pública real, por fortuna.

El concepto de rayo de la muerte obsesionó en sus últimos años de vida al gran Nikola Tesla. El padre de la electrificación por medio de la corriente alterna, a quien debemos gran parte de nuestra sociedad tecnológica actual, afirmó en múltiples oscasiones haber creado un terrible rayo de la muerte. Nuevamente, nunca lo demostró. Y, así, llegamos al misterioso Antonio Longoria, el español que fue conocido como creador de una terrible máquina de rayos mortales. Veamos algunos datos sobre tan enigmático personaje.

Un ejército destruido al instante

Antonio Longoria aparece en escena durante los años treinta del pasado siglo. Las apariciones en prensa de su rayo de la muerte fueron tomadas muy en serio, aunque hasta donde he podido averiguar no realizó pruebas públicas de su invención.

Véase, por ejemplo, este fragmento traducido libremente de un alarmante artículo publicado en el Reading Eagle, de Pensilvania, en su edición correspondiente al 31 de julio de 1934, muy similar en su contenido a lo que fue publicado en muchos otros periódicos de los Estados Unidos por aquellas fechas:

Nuevo rayo de la muerte tan poderoso como para masacrar a un ejército
¡Estados Unidos salvado de una invasión por un rayo de la muerte! (…) Un rayo tan potente que puede matar en unos segundos desde una distancia sólo limitada por la curvatura de la Tierra. (…) El rayo torna la sangre en una substancia del color y la consistencia de la glicerina, destruyendo todos los glóbulos rojos y es una invención del científico español Antonio Longoria, de Cleveland. Todos los gobiernos del mundo posiblemente desearán hacerse con el secreto del doctor Longoria, pero éste no está en venta porque, extrañamente, el inventor del arma de guerra más terrible concebida por la mente humana es un pacifista. (…)

La prensa de la época repetía por doquier las mismas frases e ideas, a saber, que Longoria había encontrado el rayo de la muerte sin proponérselo y que nunca descubriría su secreto salvo si los Estados Unidos eran invadidos por alguna potencia extranjera. Otro de los ingredientes del misterio se encuentra en los testigos, porque se afirmó que varios grupos de científicos habían podido observar los terribles efectos del rayo de la muerte de Longoria, pero claro, una cosa es lo que mencionara la prensa y otra muy diferente lo que sucedira en realidad. No tengo datos precisos sobre esas supuestas experiencias, por lo que habrá que dejar el asunto, al menos de momento, entre interrogaciones y una gran duda. Un ejemplo de ese tipo de demostraciones aparece descrito en el número de septiembre de 1934 la revista Modern Mechanix:

(…) Un descripción parcial de los aparatos, su construcción y de sus principios operativos fue ofrecida recientemente en una sesión del Congreso Nacional de Inventores en Omaha, Nebraska. Observadores privilegiados de una demostración práctica de la máquina declaran que el experimento fue todo un éxito, llegando a ser terrorífico. Perros, gatos y conejos murieron al instante, su sangre se convirtió en agua en cuanto el rayo actuó sobre ellos.

Longoria, en sus declaraciones a la prensa, se declaraba admirador del presidente Roosevelt pero a pesar de ello no cedía a las peticiones del Departamento de Guerra para mostrar su rayo de la muerte porque “no se sabe quién podría ser el presidente que ocupe la Casa Blanca cuando Roosevelt ya no esté”. Como pacifista declarado, Longoria aborrecía las armas y decía estar atormentado por la posibilidad de que una tecnología como la de los rayos de la muerte pudiera dar comienzo a un nuevo conflicto mundial. Nuevamente el espectro de la Gran Guerra, así como el miedo a que se repitiera de nuevo algo similar, estaba presente en cada declaración.

¿Quién era Antonio Longoria?

Los escasos datos que he podido recopilar pintan un cuadro vital tan atractivo como para dar vida a una novela y no dudo de que en un futuro aparecerá mucho más. Veamos, pues, algunos indicios que nos puedan mostrar quién era Antonio Longoria.

En el Palm Cemetery de Winter Park, en el condado de Orange, Florida, aparece una lápida que corresponde al Doctor Antonio Longoria. ¿Es éste nuestro Antonio Longoria? Las fechas de nacimiento y defunción parecen las correctas, pero no podría asegurarlo. Longoria nació en 1890 y falleció en 1970. En la lápida, además, aparece un epitafio de lo más enigmático: They said it couldn’t be done! He did it. (¡Dijeron que no se podía hacer! Él lo hizo.)

Uniendo la senda de puntos que dejaron sus apariciones en prensa, incluyendo varios artículos en la revista Time entre 1936 y 1939, aparece el siguiente escenario. Antonio Longoria nació en Madrid en el verano de 1890. Parece que a principios del siglo XX viajó a Estados Unidos, vía Cuba. En el nuevo continente estudió ingeniería y medicina. Durante parte de su vida vivió en Lakewood, cerca de Cleveland así como en otras localidades próximas a esa ciudad. Estuvo casado y tuvo tres hijos. Tuvo importantes puestos en la industria eléctrica y llegó a vender algunas de sus patentes por importantes cantidades. Falleció el último día del año 1970 en Winter Park, Florida. Hasta aquí los datos biográficos que deben tomarse con mucha precaución, pero también hay otros datos que son incontestables. Por ejemplo, ahí están sus patentes. He podido revisar nueve de ellas, por lo general relacionadas con el uso de radiación de alta frecuencia para soldar diversos materiales y, en algunos casos, licenciadas para la Sterling Electrical Company, empresa de la que Longoria llegó a ser presidente.

Y, precisamente ahí, en esas patentes, parece estar el origen del supuesto rayo de la muerte de Longoria. Las primeras noticias sobre el mismo surgieron de los comentarios inoportunos de algunos testigos de cierta experiencia a la que ni el propio Longoria deseaba dar publicidad. Y, a partir de ahí, se armó el lío. Ya fuera investigando sobre radiación de alta frecuencia en electroterapéutica, como se comentó en ocasiones, o a través de sus experimentos sobre soldadura, que dieron origen a sus patentes de máquinas para soldar, resultó que Longoria se hizo célebre precisamente por un efecto que no buscaba. Desconozco si realmente encontró algo terrorífico, porque como en el caso de Grindell Matthews no hay detalles de cómo podría funcionar su rayo mortal, lo que nos quedan son las palabras del propio Longoria:

El rayo mortal es una forma de radiación que tiene una frecuencia precisa capaz de romper a distancia los glóbulos rojos de la sangre. El poder de penetración del rayo depende de la potencia del mismo. Para obtener buenos resultados es necesario emplear voltajes muy altos, partiendo de unos 80.000 voltios.

Longoria no daba detalles de su “secreto” y, en caso de que supuestamente hubiera encontrado algo terriblemente mortal, me alegro de que se lo llevara a la tumba. Pero, sea como fuere, siempre insistía en que sus investigaciones, que dieron buenos frutos en el campo de la metalúrgica, siempre se encaminaban a la solución de problemas industriales o médicos, nunca pretendió encontrar el arma definitiva.