Breves reflexiones sobre el calentamiento global

AVISO: Este artículo fue publicado en 2007, por lo que ha quedado desfasado, por motivos obvios. Eso sí, las referencias bibliográficas siguen teniendo interés.

Un toque de frustración a modo de introducción

El 12 de diciembre de 2007 era la fecha que me marqué para publicar esa pesadilla que hace meses comencé a llamar como “megapost” sobre el calentamiento global. Llegada esta fecha, he de reconocer que no puedo más que ofrecer una leve introducción al asunto y que el nivel de frustración con respecto al mismo va creciendo en mi interior cada día más. El motivo principal es el grado en el que la política ha calado incluso en los aspectos puramente científicos del problema, algo que únicamente sirve para distorsionarlo.

Pasé la tarde y parte de la noche del pasado domingo releyendo el último informe sobre los fundamentos científicos del calentamiento global ofrecido por el IPCC. No me refiero a los famosos resúmenes para políticos, sino al informe completo, al que tiene miga de verdad. Recomiendo vivamente su lectura cuidadosa porque de ahí es de donde se parte para, más adelante, elaborar los otros dos informes, sobre consecuencias y medidas a desarrollar. En la misma tarde del domingo, mientras redactaba alguna de las páginas del “megapost”, en concreto la 26, decidí parar en seco. La cosa no iba nada bien, me faltaba tiempo y el material disponible para analizar era demasiado (son más de 3.000 referencias y sólo he podido leer con detenimiento una pequeña parte). Así que me planteé una solución muy lógica, a saber, publicar hoy una leve introducción con las impresiones que he tenido a lo largo de estos meses a la vista de los diferentes materiales acumulados y, sobre todo, una vez retomada la marcha normal de TecOb, ir desarrollando muchos de los puntos que describiré más adelante en forma de artículos más detallados y cuidadosos.

Referencias de interés:
(A lo largo del texto indicaré varios recursos que, en mi opinión, es muy importante repasar para comprender el alcance de cada uno de los puntos).

La principal base documental para conocer la situación actual sobre el calentamiento global, al menos desde el punto de vista de la ONU, son los informes completos de los diversos grupos de trabajo del IPCC, que pueden consultarse en las siguientes direcciones:

–> Web oficial del IPCC, Intergovernmental Panel on Climate Change
–> IPCC Working Group I Report «The Physical Science Basis» (2007)
–> IPCC Working Group II Report «Impacts, Adaptation and Vulnerability» (2007)
–> IPCC Working Group III Report «Mitigation of Climate Change» (2007)

Hay otro motivo por el que frené en seco. Aunque los grandes medios de comunicación no se hagan eco de ello, tengo la impresión de que, al menos desde el punto de vista puramente científico, las cosas van a cambiar en un futuro cercano. El motivo que me ha hecho cambiar de rumbo es la lectura de diversas investigaciones recientes que, surgidas sin intención de estudiar el proceso actual de calentamiento global, están haciendo cambiar la forma de pensar de muchos climatólogos. Las ciencias que estudian la dinámica atmosférica y climática se encuentran en pleno crecimiento y, he aquí la sorpresa, varias nuevas teorías desarrolladas en los últimos años están a punto de desafiar claramente los paradigmas hasta ahora establecidos en este campo. Por ello, hoy me limitaré a citarlas y describirlas levemente. Más adelante habrá tiempo de, con cuidado, detallar cada una de ellas.

El motivo principal que me llevó originalmente a recopilar información especializada sobre el calentamiento global fue puramente personal. La cuestión principal fue la pérdida de confianza en lo que, se supone, eran conclusiones de muy alto nivel emitidas por el IPCC. Hace años ni me hubiera planteado el problema, mi confianza en lo que prestigiosos organismos de la ONU emitían era, como le sucede a mucha gente, casi cercana a la veneración. Pero cuando uno ve el problema desde dentro y se choca con crisis prácticamente en primera persona, comprobando que varios grupos de investigación universitarios tienen que verse forzados a modificar o “maquillar” algunas conclusiones de una larga investigación, adaptándolos a lo que nos dice el IPCC porque, de otro modo, su financiación peligraría gravemente, uno termina por plantearse que algo no funciona en lo que, se suponía, era puramente ciencia.

Aparentemente, para los medios de comunicación y los políticos, las cosas están muy claras. La impresión general es la de que existe pleno consenso científico, que la humanidad es una especie de monstruo culpable del advenimiento del apocalipsis climático y que, marginalmente, existen una serie de negadores profesionales, científicos renegados pagados por grandes multinacionales del petróleo que intentan socavar los encomiables esfuerzos de los grandes organismos para limitar las emisiones de CO2 y, así, salvarnos de graves catástrofes. He de reconocer que el panorama es hasta reconfortante, tiene mucho sentido, con ese toque de lucha de los débiles contra maléficos diablos que tanto suele gustar en el cine. Lamentablemente las cosas no están, ni de lejos, tan claras. Con lo políticamente correcto hemos topado, mal asunto.

Como bien he comentado antes, el tema es tan amplio y complejo que el presente articulillo no deja de ser un mero esbozo que planea con ligereza sobre el mismo. Mi intención última es aclarar algunos conceptos y mostrar un panorama sencillo de la evolución de la idea y de la situación actual, con especial atención a las nuevas teorías que actualmente están surgiendo y que demuestran, con claridad, que todavía queda mucho camino para que los mecanismos de la dinámica climática sean conocidos con suficiente profundidad como para que se puedan crear modelos de evolución en el tiempo mínimamente fiables. Hay algo especialmente importante que he intentado mantener a lo largo de la elaboración de este material, a saber, no he utilizado ningún tipo de información procedente de lo que puede considerarse como medios de comunicación en el sentido clásico. Por ello, todos los datos y gráficos proceden de publicaciones científicas de reconocido prestigio. El motivo no puede ser más claro, es conocido el grado de ligereza con el que cualquier tema científico es tratado en los medios de comunicación tradicionales, algo que entorpece la labor de intentar mostrar el verdadero estado de cualquier asunto científico, sobre todo si está relacionado con cuestiones ambientales.

Aun así, me gustaría traer aquí, brevemente, un titular periodístico. Se repitió, de forma similar, en muchos periódicos diferentes, aunque el que tengo ahora a mano vale por todos ellos. En la edición de El Mundo publicada en miércoles 24 de Octubre de 2007, una página completa se abre de esta forma:

El fracaso de los escépticos. Los informes científicos han ido desmontando los argumentos de quienes niegan el calentamiento. Los `lobbies´ industriales han actuado durante años para sembrar dudas.

Reconfortante afirmación, ahora todo está claro, la última serie de informes del IPCC ha terminado por despejar dudas sobre el tema y ya nadie puede decir que el Sol tiene parte de “culpa”, que no hay consenso o que existen errores en los datos. Una maravilla que, cuando se ahonda un poco en sus entrañas, resulta muy sospechosa. No trataré aquí sobre la incidencia de cierto tipo de política en los resultados del IPCC, aunque es muy sencillo de rastrear, simplemente mostraré una serie de datos experimentales y modelos teóricos nuevos que, y aquí está su mayor virtud, en su mayor parte han surgido de investigación pura sobre el clima sin vinculación de ningún tipo con estudios del cambio climático o calentamiento global aunque, curiosamente, se encuentran relacionados de lleno con el “gran problema de la humanidad actual”. En otros casos, haré referencia a algunos artículos directamente redactados para intentar verificar algunas de las premisas defendidas por el IPCC, sobre todo porque se tratará de artículos en castellano y, por ello, serán más accesibles para el lector.

Antes de iniciar el repaso propiamente dicho sobre el tema del calentamiento global, pienso que es necesario dejar claros algunos conceptos clave que suelen pasarse por alto. No hay mejor forma de abordar un tema sobre el clima que teniendo claro qué significa clima, tiempo y cambio climático, además de calentamiento global.

Clima

El clima es aquello estudiado por la ciencia de la climatología. Esta definición, que no aclara nada, en realidad tiene más miga de lo que parece. Los climatólogos estudian la zonificación de fenómenos atmosféricos y su evolución a lo largo de amplios períodos de tiempo. El clima puede definirse como el conjunto de estados atmosféricos propios de una determinada región geográfica y de una época concreta. Dado que el clima varía a lo largo de grandes periodos de tiempo, se toman como valores propios de un clima, los promedios registrados en ese período, además de mantenerse especial atención a los valores extremos registrados en el mismo. Por ello, no puede hablarse de que “el clima está cambiando”, al referirse simplemente a valores registrados actualmente o en una escala temporal pequeña. Al hablarse de clima ha de tomarse un marco de referencia temporal de suficiente amplitud, en el que se tienen en cuenta las variaciones periódicas y las irregulares que en el mismo se producen en el espacio geográfico estudiado, ya sea una región o el planeta entero.

Tiempo meteorológico

El tiempo meteorológico, para no confundirlo con el cronológico, es aquello de lo que se suele hablar cuando no se tiene nada que decir durante una conversación, tema típico de saludos y comentarios diarios, no puede confundirse con el clima. El tiempo, estudiado no por climatólogos sino por meteorólogos, es el estado presente de la atmósfera en un espacio geográfico determinado. La meteorología aborda también un campo de suma utilidad como es la previsión del tiempo en un futuro cercano, aunque hoy día estas previsiones son todavía muy inexactas y no pueden hacerse con fiabilidad más que con unos días de margen, se trata de un área de investigación que está evolucionando con rapidez.

Por lo anteriormente expuesto se puede entender con facilidad que, al referirnos a la situación atmosférica actual, estamos aludiendo al tiempo no al clima. Por ello, es erróneo decir, por ejemplo, que durante la celebración de un evento cualquiera “el clima es malo o desfavorable”, cuando en realidad lo que se debiera decir sería “hace mal tiempo”.

Series climatológicas y cambios climáticos

El clima, referido como sucesión media de los diversos estados de tiempo, necesita un período mínimo de referencia para su estudio, que servirá para entender los cambios climáticos. De esta forma, un cambio climático supone una variación en los valores medios de un determinado fenómeno atmosférico, o meteoro, en un período de tiempo amplio en relación con otros periodos similares anteriores en el tiempo. Por convención, se toman series de datos de treinta años por medio de las conocidas como series climatológicas normales. Así, se tienen series de datos de tres décadas, como las de 1961 a 1990, o las series del período de estudio actual, que abarca desde 1991 hasta el 2020. Si se observan cambios significativos en la comparación de medias referidas a varios meteoros entre diversas series, se podrá empezar a establecer si existe un cambio climático en un espacio geográfico. Lamentablemente, el conocido como “calentamiento global”, no conoce una definición operativa práctica, relacionándose de manera poco adecuada con el concepto de cambio climático. En general, se considera que el calentamiento global supondría un aumento de las temperaturas medias del planeta en un período de tiempo, pero no se ha definido claramente ni el período ni su relación con otros parámetros medios, como los valores de precipitación, puesto que para hablar de cambio climático propiamente dicho, tendría que constatarse una variación en las medias de más de uno de los parámetros comparando varias series climatológicas treintenales.

Como bien se hará notar más adelante, el clima es muy variable si se estudian períodos de tiempo amplios, pero lograr determinar si la «tendencia» actual de uno o varios parámetros llegará a confirmarse como “cambio climático” cuando al término de la serie climatológica sea comparada con los valores de series anteriores, es muy complicado. Naturalmente, ahí están las simulaciones por ordenador, que intentan predecir los caminos por los que parecen ir las tendencias en un futuro más o menos cercano, pero teniendo en cuenta la inmensa variabilidad de los datos con los que se cuenta y el poco conocimiento que se tiene actualmente sobre diversos aspectos de la dinámica atmosférica, cualquier intento de simulación de un sistema tan complejo es, cuando menos, muy arriesgado e incierto.

Registros climáticos

Otro aspecto muy importante que hay que tener en cuenta son las medidas de los parámetros climáticos propiamente dichas. Tan importante como referirse a espacios de tiempo amplios para poder determinar si de verdad existen cambios en las medias, comparando series de treinta años, remontándonos en el tiempo hasta donde sea posible dependiendo de la existencia de datos para el espacio geográfico estudiado, es determinar la fiabilidad de esos datos y las divergencias existentes en cuanto a las múltiples formas en que han sido registradas. Esto es algo vital, porque en realidad no existen series normalizadas de amplitud suficiente en el tiempo como para sacar conclusiones muy precisas. Actualmente nos encontramos en una época en la que se puede contar con datos globales detallados y fiables, sobre todo desde el comienzo del uso de satélites artificiales para el estudio de la Tierra a mediados de los años setenta. Esto significa que apenas contamos con treinta años de registros globales precisos y que, además, la comparación de estos datos con los procedentes de estaciones terrestres que llevan funcionando muchas décadas, es muy complicado y genera problemas de homogeneidad a la hora de extraer conclusiones sobre cambios en las medias a lo largo de varias series climatológicas. Para terminar de complicar el problema de las mediciones, las series de datos más antiguas se encuentran concentradas geograficamente en unas pocas estaciones de Europa y los Estados Unidos y no se remontan más allá del siglo XVIII .

Referencias de interés:

La estación de registro meteorológico que cuenta con series de datos más amplias en el tiempo es la de Berlín Tempelhof, que comenzó a funcionar en 1701, todo un hito, porque las estaciones que cuentan con datos superiores a dos siglos son muy escasas y, lamentablemente, se encuentran muy próximas geográficamente. Sobre el tema de los registros de datos véase:

–> Tendencias hacia el calentamiento global. Philip D. Jones y Tom M. L. Wigley en Investigación y Ciencia, número 169 – Octubre de 1990.
–> European seasonal and annual temperature variability, trends, and extremes since 1500. (PDF). Jürg Luterbacher, Daniel Dietrich, Elena Xoplaki, Martin Grosjean, Heinz Wanner, en Science, 303, 1499-1503.
–> A stochastic methodological framework for uncertainty assessment of hydroclimatic predictions. D. Koutsoyiannis, A. Efstratiadis y K. Georgakakos, en Geophysical Research Abstracts, Vol. 9, Viena, 06026, European Geosciences Union, 2007.
–> Temperature Trends in the Lower Atmosphere: Steps for Understanding and Reconciling Differences. Thomas R. Karl, Susan J. Hassol, Christopher D. Miller, and William L. Murray, editores. Climate Change Science Program – Subcommittee on Global Change Research, Washington. 2006.

Finalmente, entre los muchos problemas que existen a la hora de uniformizar datos a nivel global, se encuentran los derivados de los cambios en la forma de realizar las medias diarias debidos a cuestiones puramente tecnológicas. Hasta los años noventa la práctica común ha sido la del registro de datos por medio de estaciones automatizadas que anotan datos de temperatura cada diez segundos, con lo que las medias diarias se realizan a partir de miles de lecturas y no con unas pocas al día, como anteriormente se hacía, con lo que los registros de las estaciones automáticas no son comparables a los de décadas anteriores creándose así un problema serio a la hora de normalizar los conjuntos de registros.

Calentamiento global

Con respecto al asunto del calentamiento global, el tema central está en el aspecto antropogénico, esto es, en dilucidar, si realmente estamos ante un cambio climático de algún tipo, qué papel han tenido y tienen las emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano en el mismo. Esta es la cuestión fundamental que a partir de ahora trataré de desgranar de la forma más sencilla que me sea posible.

El calentamiento global, como principal elemento de preocupación dentro de lo que se ha dado en llamar “cambio climático”, estaría causado, sobre todo, por un incremento artificial del efecto invernadero. Aunque a mucha gente el término efecto invernadero ya suene de manera negativa, como algo muy malo que habría que erradicar, debido a tantas imágenes de chimeneas emitiendo negros humos a la atmósfera que se pueden contemplar en televisión cada vez que se emplea el término o, curiosamente, recurriendo a grandes penachos de vapor de agua emitidos por las torres de refrigeración de centrales eléctricas que, en el fondo, no emiten gases “nocivos” de ningún tipo pero que son muy socorridas para “informar” sobre el tema, en realidad, sin efecto invernadero no existiría la vida en este planeta, dado que gracias al mismo podemos gozar de temperaturas adecuadas para los procesos metabólicos que, de otro modo, serían tan bajas que éstos no podrían llevarse a cabo. Naturalmente, todo con exceso es malo, he ahí nuestro vecino Venus, que sufre un infierno abrasador en superficie gracias a un efecto invernadero muy superior al terrestre y, además, acentuado por su mayor cercanía al Sol.

El principio sobre el que se funda el efecto invernadero es muy conocido. En nuestra atmósfera existen diversos tipos de gases que, en concentraciones muy diferentes y con capacidades muy dispares, son capaces de reflejar o “atrapar” el calor que nos llega del Sol. Se trata de compuestos muy conocidos. He ahí el vapor de agua, el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), óxidos de nitrógeno y halocarburos. La lógica nos dice que, si se aumenta la concentración atmosférica de estos compuestos, sobre todo de CO2 porque éste es el que en mayor cantidad es emitido a la atmósfera por actividades humanas, la temperatura de la atmósfera aumentará también porque esto facilitará una mayor captación y acumulación de calor procedente del Sol. Lamentablemente, el proceso completo es mucho más complejo, con lo que la relación causa-efecto descrita no es tan sencilla. La pregunta clave es: ¿cuánto afecta el incremento de concentración de CO2 en la atmósfera a la temperatura? En realidad, la respuesta no es nada sencilla y, asumiendo que cualquier incremento en esa concentración traerá como consecuencia un aumento de la temperatura, éste puede ser muy diverso. Sobre este tema trataré más adelante.

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Balance energético de la Tierra.
Fuente: Earth’s Annual Global Mean Energy Budget. Kiehl, J. T. y Trenberth, K. E. Bull. Amer. Meteor. Soc., 78, 197-208. 1997.


La hipótesis del calentamiento global

Actualmente, la hipótesis del calentamiento global pretende mostrar que la variación en el tiempo de los valores medios de parámetros como la temperatura o la precipitación están cambiando de forma clara y no natural debido al efecto de las emisiones de gases de efecto invernadero producidas por actividades humanas, lo que puede tener graves consecuencias para nuestra civilización en un futuro cercano. ¿Cómo surgió esta cuestión?

La idea según la cual la acción humana podría estar cambiando la composición de la atmósfera y, de esa forma, alterar de algún modo el clima terrestre no es, ni mucho menos, nueva. Desde mediados del siglo XIX se viene estudiando la posibilidad de cambios climáticos inducidos por la humanidad debidos a cambios en los gases que componen nuestra atmósfera. Fue el científico sueco Svante A. Arrhenius quien puede ser considerado como “padre” de la idea porque a finales del XIX realizó diversos cálculos sobre cómo afectaría una variación en la concentración atmosférica de dióxido de carbono, CO2, en la temperatura de superficie. Sus cálculos llegaron a la conclusión de que si se duplicaba la concentración de CO2 atmosférico, la temperatura de la superficie terrestre se vería aumentada entre cuatro y seis grados Celsius, estimación que no se encuentra muy alejada de algunos cálculos mucho más recientes. La cuestión no pasó de ser una mera curiosidad científica, puesto que los estudios sobre el tema no lograron mucho eco. Sin embargo, el asunto comenzó a conformarse como objeto de estudio serio desde que los experimentos iniciados para monitorizar diversos parámetros ambientales a escala global puestos en marcha a raíz del Año Geofísico Internacional, que comenzó en el verano de 1957, mostraron que la concentración atmosférica de dióxido de carbono estaba aumentando. Desde entonces, se viene monitorizando el CO2 atmosférico a través de estaciones de medición, como la presente en el observatorio meteorológico de Mauna Loa, en Hawai, a más de 3.000 metros de altitud sobre el nivel del mar.

Referencias de interés:

Sobre la historia del desarrollo de las ideas sobre el calentamiento global:
–> El gran debate sobre el clima. Robert M. White. Investigación y Ciencia, número 168, Sept. 1990.
–> The Discovery of Global Warming. A hypertext history of how scientists came to (partly) understand what people are doing to cause climate change. Magnífica recopilación, accesible en Internet, sobre la evolución de las investigaciones sobre el calentamiento global, obra de Spencer Weart.

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En el gráfico, se puede observar el aumento de la concentración de CO2en el tiempo. La presencia de fluctuaciones anuales se debe a las variaciones estacionales relacionadas con la mayor o menor absorción de dióxido de carbono por la vegetación en cada estación.
Fuente: NOAA, Mauna Loa Observatory.

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La concentración atmosférica de CO2 ha sido, a lo largo de la historia geológica, muy cambiante, siendo los niveles actuales muy bajos en comparación con los de otras épocas. Fuente: A 300-million-year record of atmospheric carbon dioxide from fossil plant cuticles. Gregory J. Retallack. Nature 411, 287-290. (17 Mayo 2001).

Fue también en los años cincuenta cuando se produjo otro avance técnico que ha tenido implicaciones importantes a la hora de desarrollarse la hipótesis del calentamiento global causado por el incremento de la concentración de gases de invernadero antropogénicos. En el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, un equipo dirigido por el célebre matemático John von Neumann, comenzó a desarrollar instrumentos matemáticos capaces de ser utilizados en representaciones de la dinámica atmosférica con ayuda de ordenadores. Fue el comienzo de los estudios de simulación y los modelos atmosféricos por ordenador. En el equipo de Neumann se encontraba uno de los padres de las predicciones matemáticas del tiempo meteorológico, Jule G. Charney. Nótese que aquellos primeros esfuerzos por aplicar ordenadores en la predicción del tiempo se realizaron con una vetusta ENIAC propiedad del Cuerpo de Transmisiones del Ejército de los Estados Unidos, localizada en Nueva Jersey, centrándose en una predicción máxima de veinticuatro horas.

En vista del éxito inicial de la propuesta, el equipo de Neumann y Charney mejoró la técnica. Hacia 1956 un miembro del equipo, Norman Phillips, ya había logrado construir un primer modelo de atmósfera global. La ciencia de los modelos atmosféricos por ordenador caminaba sobre seguros pasos, hasta su próximo hito, el establecimiento en 1963 por parte de la Administración Nacional para el Océano y la Atmósfera de los Estados Unidos (NOAA), de un laboratorio completamente dedicado al asunto, recibiendo el nombre de Laboratorio de Dinámica de Fluidos Geofísicos. Con el paso de los años, los modelos fueron refinándose, siendo estudiado el efecto una duplicación de CO2 atmosférico sobre las temperaturas de la superficie terrestre. La conclusión, extraída a partir de aquéllos modelos informáticos, realizados a mediados de los setenta, indicaba que la temperatura superficial aumentaría unos tres grados centígrados, como media, en respuesta a la duplicación de la concentración de CO2. Desde entonces, se han refinado las simulaciones y los ensayos en laboratorio, sin que se haya variado mucho aquella apreciación. A partir de entonces el número de estudios sobre el asunto creció de forma considerable, pero todavía no se hablaba de cambio climático y, mucho menos, de calentamiento global. Hubo que esperar a 1979, cuando la Organización Meteorológica Mundial decidió convocar la primera Conferencia Mundial sobre el Clima, para que se empezara a difundir la idea del cambio global inducido por acciones humanas en ambientes político y en los medios de comunicación. Se comprobó entonces que, aunque los datos climáticos no eran claros, sí se podía comprobar sin ningún género de duda que las concentraciones de gases de invernadero de origen humano, como dióxido de carbono, metano o los CFC, estaban aumentando.

Referencia de interés:

Curiosamente, aunque en los años setenta ya se discutía la posibilidad de un incremento de las temperaturas globales a causa del crecimiento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, lo que de verdad preocupaba era la tendencia hacia el enfiramiento que se observaba en las temperaturas y que, según algunas teorías de la época, podrían encaminar a la Tierra hacia una nueva glaciación. Véase, por ejemplo: Atmospheric Carbon Dioxide and Aerosols: Effects of Large Increases on Global Climate. S. I. Rasool y S. H. Schneider. Science. 9 Julio, 1971. Vol. 173. no. 3992, pp. 138-141.

Así nació la época de los modelos, cada vez más perfeccionados, proporcionados por diversos organismos y laboratorios. La NASA se involucró en el asunto, así como el Departamento de Energía de los Estados Unidos y la Fundación Nacional de Ciencia del mismo país. Se empezó a hablar de cambio climático inducido por emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano, se dedicaron congresos monográficos al asunto y la política comenzó a interesarse seriamente por el tema. Los modelos informáticos ofrecían un panorama bastante uniforme. Aunque diferían bastante entre ellos a la hora de mostrar la extensión geográfica de los cambios y tampoco coincidían en la escala temporal, sí estaban de acuerdo en que el aumento de la concentración de CO2 y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera haría que la temperatura media global aumentara. El problema no era la conclusión sobre la relación entre el aumento de la concentración del CO2 y el aumento de temperatura, lo complicado estaba en que cada modelo indicaba un nivel de aumento de temperatura muy diferente. En algunos modelos la duplicación de la concentración de CO2 llevaba a aumentos que apenas si llegaban al grado centígrado, mientras que en otros se sobrepasaban incluso los cinco grados. Ante esta situación, con efectos predichos tan diferentes, no debe extrañar que los modelos atmosféricos por ordenador fueran puestos en duda.

El problema de las simulaciones no está en el desarrollo matemático de las mismas, sino en nuestro conocimiento real del comportamiento de la atmósfera, que dista mucho de ser preciso. Ante este problema, existe el consenso de que cualquier simulación o modelo, sólo pude ser algo aproximativo, puesto que al intentar analizar un sistema tan complejo como la atmósfera, es imposible evaluar todos los parámetros de importancia, dado que muchos de ellos son todavía mal conocidos. Llegados a este punto, con modelos de ordenador que por unanimidad afirmaban, y afirman, que un aumento en la concentración de CO2 atmosférico haría aumentar sin remedio la temperatura superficial terrestre, aunque sin ponerse de acuerdo en la cuantía, llegaba la hora de estimar repercusiones y, sobre todo, intentar ir más allá de la simulación y poder probar sin género de dudas que la relación entre los dos parámetros era real.

Puede pensarse que la solución al problema podría ser muy sencilla. Ya que la concentración atmosférica de CO2 lleva aumentando notablemente desde que se realizan registros instrumentales de la misma, no habría más que acudir a los archivos climatológicos de temperaturas para comprobar el aumento de las mismas en la cuantía prevista por alguna de las simulaciones. Muy sencillo de expresar, pero muy complicado de llevar a la práctica. Los problemas para lograr tal objetivo son muchos. Para empezar el clima no es “estable”, fluctúa de forma natural a lo largo de amplios períodos de tiempo y es muy complicado establecer qué parte de tales fluctuaciones es de origen natural y en qué medida son de origen humano. Por otra parte, como ya he expresado en la introducción, los registros de temperatura presentan graves problemas. Sólo hace unos treinta años que se puede considerar, a raíz del comienzo de las mediciones por satélite, que los registros de temperatura globales nos son de utilidad. Los datos anteriores, aunque son muy numerosos, están generalmente concentrados geográficamente y la metodología en cuanto a la toma de los mismos fue muy diferente, con lo que homogeneizar largas series de datos tomadas en diversas estaciones de medición es una tarea poco menos que imposible. Por si esto fuera poco, si no podemos contar con series detalladas y precisas tomadas durante muchas décadas o, mejor, siglos, es muy complicado establecer si una tendencia observada en las temperaturas en décadas recientes supone algún cambio especial con respecto a un período mucho más amplio .

En general, los estudios que han analizado series de datos plantean que parece haberse registrado en el último siglo un aumento de la temperatura media global de entre 0,3 y 0,8 grados centígrados . Ahora bien, se trata de una conclusión que, en realidad, no aportan gran cosa, porque en grandes áreas geográficas en las que se ha contado con gran cantidad de registros minuciosos en el último siglo, como Norteamérica, la tendencia hacia ese aumento es prácticamente imperceptible. Así pues, si se toma como válido el aumento durante el siglo XX de la temperatura global en la cuantía descrita, cabe preguntarse ¿hasta qué punto se trata de una variación natural o inducida por el aumento en la concentración de CO2? Los partidarios de la veracidad de los modelos de ordenador plantean que esa variación se encuentra en concordancia con los modelos que ofrecen valores de variación de temperatura más moderados y que, por ello, los modelos deben ser tomados como herramientas de suma utilidad para valorar el cambio climático inducido por acción humana.

Referencia de interés:

Ciertamente, la homogeneización de los datos y la eliminación de posibles interferencias indeseadas en el proceso de registro es algo sumamente complicado que dista mucho de haber sido resuelto. A los problemas ya citados, cabría añadir la importancia de la transformación del paisaje que podría haber falseado muchos de los registros. La idea parte del concepto de “isla de calor”. Las estaciones meteorológicas que llevan más tiempo funcionando nacieron, por lo general, en las afueras de ciudades de tamaño pequeño o medio. Con el paso de los años esas ciudades fueron creciendo, creando islas térmicas urbanas que modificaron las lecturas de las estaciones, ya no tan “aisladas” como en el momento en que fueron construidas, lo que en muchas ocasiones ha hecho necesario el cambio de localización de la estación, con la introducción de una consiguiente distorsión entre los datos tomados anteriormente y los de la nueva posición, generalmente localizada en un aeropuerto alejado de núcleos urbanos. Lo mismo puede afirmarse de los datos tomados en el océano, puesto que con el paso de los años se ha modificado enormemente tanto la tecnología de medición como las áreas sondeadas.

Con el fin de comprobar si la tendencia hacia el aumento de temperaturas es la correcta, la mejor forma de actuar es comprobar si tal tendencia se puede poner de manifiesto en grandes áreas geográficas alejadas de «islas de calor». Como ejemplo exclarecedor a este respecto, recomiendo vivamente la siguiente lectura:

–> Evolución de la temperatura en el Pacífico a lo largo del período instrumental. (PDF). María Pilar García Rodríguez, María Eugenia Pérez González. M+A, revista electrónica de medioambiente, ISSN 1886-3329, Nº. 3, 2007.

Resumen del artículo:
«El trabajo tiene como objetivo analizar la temperatura del aire en numerosas islas del océano Pacífico. Se tratarán los datos ofrecidos por las estaciones termométricas de 27 islas, durante el período instrumental, época que oscila de 32 a 122 años. La evolución de la temperatura media anual y de la anomalía térmica respecto a la media de la treinta 1961-90 en todas las islas muestra una gran disparidad de tendencias lineales. Existe casi un 50 % de series de temperatura en las que las tendencias son claramente positivas, con incrementos entre 0,7º y 2,3º C/siglo, y un porcentaje similar con tendencias estables o negativas. Debido a la falta de unanimidad o mayoría en las tendencias las temperaturas del Pacífico no pueden apoyar la hipótesis del “Cambio Climático”.»

Retomando el hilo de la historia, pasando los años ochenta y su desarrollo de modelos informáticos cada vez más refinados, tomaron el relevo los políticos y, sobre todo, los ecologistas que comenzaron a plantear una disminución en las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar los problemas asociados a lo que, ya por entonces, se empezó a llamar calentamiento global. Empezó a hablarse por entonces de las consecuencias del calentamiento y se impuso una visión un tanto apocalíptica sobre el futuro cercano, aunque algunos científicos incidieron en los posibles aspectos beneficiosos del aumento de la concentración de CO2 en nuestra atmósfera, a saber, un clima más estable y un incremento en la actividad fotosintética de las plantas que mejoraría la productividad agrícola y haría disminuir la exigencia hídrica de las plantas.

Fue a finales de los años ochenta y principios de los noventa cuando la política comenzó a interesarse seriamente sobre el tema. A pesar de gran número de recomendaciones realizadas en ámbitos científicos sobre la necesidad de llevar a cabo investigaciones a gran escala para dilucidad la realidad del problema, la acción política se encaminó más hacia la creación de agencias especializadas y el desarrollo de conferencias mundiales de dudoso éxito. Mientras tanto, la situación científica no ha cambiado mucho y la gran pregunta sigue sin respuesta clara. Por otra parte, las críticas sobre los modelos informáticos han crecido y en muchos ámbitos ni siquiera son considerados como una herramienta de utilidad a la hora de intentar realizar previsiones a largo plazo dado el gran número de variables con valores no conocidos que intervienen en el modelado de sistemas tan complejos. En los informes del IPCC, así como en muchas otras publicaciones, la expresión “calentamiento global”, muy utilizada hace pocos años, ha disminuido su presencia, dejando paso en numerosas ocasiones a la expresión “cambio climático” o «cambio global». Dado que la gran cuestión es dilucidar si existe un cambio climático actual debido a calentamiento global de origen antrópico y qué consecuencias tendría sobre la población y actividades humanas, he mantenido en el título de este artículo y a lo largo del mismo la expresión “calentamiento global”.

Las conclusiones del IPCC

El Panel intergubernamental sobre el Cambio Climático, o IPCC (Intergovernamental Panel on Climate Change), fue creado en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial y el Programa Ambiental de las Naciones Unidas, con el objetivo de evaluar si el proceso actual de calentamiento global supone un riesgo para la población y actividades humanas. Aquí, no trataré de la composición del Panel ni de las polémicas surgidas en torno a algunos de sus miembros, los conflictos políticos internos y los problemas metodológicos con los que se ha enfrentado el IPCC a lo largo de su existencia, dado que no tiene nada que ver con el objetivo de este artículo. Me limitaré, por tanto, a mostrar brevemente las conclusiones a las que el IPCC ha llegado en sus últimos informes, sobre todo porque son éstos los documentos básicos que son utilizados como base general por medios de comunicación y políticos a la hora de abordar el problema del cambio climático.

La idea inicial sobre la que se creó el IPCC era la de lograr conocer los riesgos del calentamiento global y llegar a un consenso científico sobre ello. Su metodología ha recibido numerosas críticas, sobre todo por la implicación política de los diversos gobiernos y la amplia presencia de economistas y politólogos en los grupos de trabajo. El IPCC no desarrolla investigaciones propias o realiza monitorización climática alguna, su método de trabajo se basa en evaluar la información científica disponible sobre el calentamiento global por medio de un sistema que, a priori, debiera otorgar a su trabajo una credibilidad muy alta.

Los informes del IPCC se pueden consultar libremente y son ciertamente interesantes. Estos informes, publicados en 1990, 1995, 2001 y 2007, han evolucionado a lo largo del tiempo, mostrando cambios de gran amplitud tanto en su metodología como en las conclusiones de los mismos. Los informes, son desarrollados por grupos de trabajo divididos en tres grandes grupos. Por una parte, se analizan los fundamentos científicos del proceso de calentamiento global. Por otro, se encuentran los grupos que analizan los efectos del proceso sobre la naturaleza y la humanidad y, finalmente, está el dedicado a la propuesta de métodos para mitigar el problema.

Utilizando el último informe del IPCC, trataré de resumir las conclusiones a las que se ha llegado en relación a los fundamentos científicos sobre el calentamiento global. El IPCC afirma que se ha mejorado mucho el conocimiento del clima gracias al empleo de modelos climatológicos muy avanzados y la depuración de los registros climatológicos, llegándose al convencimiento de que las actividades humanas están alterando el clima de manera muy clara. Este cuarto informe es inflexible en cuanto a este asunto, para el IPCC existe una certidumbre plena de que nos hallamos inmersos en un proceso de calentamiento global originado, en su mayor parte, por el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero de origen antrópico en la atmósfera terrestre.

Igualmente, el último informe del IPCC considera que es inevitable que las actividades humanas modifiquen nuestro clima, creándose así problemas de diversa gravedad para la población y sus actividades, pero que todavía se está a tiempo de aplicar las políticas necesarias para, al menos, mitigar parcialmente muchos de estos problemas a largo plazo. El punto crítico, por supuesto, está en el volumen de las emisiones de gases de efecto invernadero. El análisis sobre los fundamentos científicos del calentamiento global del IPCC se centra en cuatro aspectos: sus causas, los cambios observados en el clima, el problema de la relación causa-efecto y los modelos de previsión.

Originados por actividades humanas, industriales, energéticas o agrarias, las emisiones de gases capaces de acentuar el efecto invernadero natural terrestre, esto es, dióxido de carbono, metano, óxidos de nitrógeno o halocarburos, han aumentado la concentración de los mismos en nuestra atmósfera. El ejemplo más claro es el del metano, que ha mostrado una nueva cara en recientes investigaciones, como bien referiré más adelante. Dado que la concentración de estos gases ha crecido en nuestra atmósfera desde que se vienen realizando registros, el IPCC concluye que ésta es la causa del calentamiento global que parece estar observándose en los registros de temperatura de los últimos años. Se afirma igualmente que las concentraciones atmosféricas de estos gases, salvo la de halocarburos que son de origen exclusivamente humano, se han mantenido más o menos constantes en los últimos 10.000 años y que, sólo en los últimos dos siglos, se han observado incrementos espectaculares de tal concentración, aumentos que en la última década han sido mayores que en cualquier época anterior desde que se realizan registros.

El análisis geográfico de la concentración de estos gases, salvo el CO2 que se distribuye uniformemente por todo el planeta, indica que su presencia es mucho mayor en el hemisferio norte, el más poblado y que, por tanto, concentra la mayor parte de la actividad industrial, energética y agraria, concluyéndose que su presencia se debe a estas actividades y no a cualquier otro fenómeno de origen natural. Además, los análisis isotópicos han permitido determinar que el uso de combustibles fósiles se encuentra detrás del aumento de gran parte de la concentración de CO2 en la atmósfera. En cuanto al metano y los óxidos de nitrógeno, se asegura que el aumento de su concentración atmosférica es debido prácticas agrícolas y a la utilización de combustibles fósiles.

Llegados a este punto, entra en acción el principal mecanismo aludido por el IPCC para demostrar que el aumento en la concentración atmosférica de estos gases conlleva un proceso grave de calentamiento global. Este mecanismo, llamado forzamiento radiativo, consiste en evaluar el cambio causado por la presencia de estos gases en el equilibrio energético de nuestro planeta comparado con la época preindustrial, medido en vatios por metro cuadrado. Si el forzamiento radiativo es positivo, se tiene como consecuencia un calentamiento inducido. Por el contrario, si el forzamiento es negativo, tendremos un enfriamiento. En teoría, como se conocen las concentraciones de los gases a estudiar y su distribución a escala planetaria, además de las bases físicas que gobiernan su reacción al interaccionar con la radiación solar, tendría que ser relativamente sencillo calcular el aumento de temperatura que sufriría la Tierra considerando diversos escenarios de concentración atmosférica de tales gases. He aquí el principal problema de la conclusión realizada por el IPCC, porque el asunto dista mucho de estar resuelto dado que muchas de las variables siguen sin ser bien conocidas.

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Cuadro de forzamientos publicado por el IPCC en su último informe. Nótese la columna bajo el nombre «LOSU», que indica el grado de conocimiento científico que se tiene actualmente sobre los diversos factores de forzamiento. Es curioso comprobar la presencia de muchos casos en los que el conocimiento es bajo y, sin embargo, se afirma que los valores que se atribuye a los mismos se aproximan mucho a la realidad. Esta contradicción, ha levantado gran número de críticas. Fuente: IPCC.

En la dinámica climática terrestre no están implicados sólo los gases de efecto invernadero, existen muchos otros factores que influyen en el conjunto y, lamentablemente, la mayoría no son conocidos con el detalle deseable. Entre estos factores, se puede aludir a la dinámica de la actividad solar o las erupciones volcánicas, como dos de las principales “variables” que contribuyen a complicar el desarrollo de simulaciones climáticas. El informe del IPCC incluye muchos de estos factores adicionales en sus cálculos de forzamiento radiativo, ya sean positivos o negativos. Lo malo es que en su cuantificación se juega con gran incertidumbre. Los jugadores en la partida climática del forzamiento radiativo son muchos, ya he citado a los gases de efecto invernadero y la actividad solar o la presencia de grandes erupciones volcánicas, pero hay muchos otros, algunos muy mal conocidos. Presencia de partículas en suspensión, aerosoles, ozono estratosférico y troposférico, alteraciones en el albedo por nubosidad, estelas de aviones, el papel del vapor de agua … El informe del IPCC es categórico a este respecto, afirma que ahora ya se puede cuantificar de forma clara la importancia del efecto humano en el clima dado que se ha podido valorar la incertidumbre que presenta cada uno de estos factores a la hora de estudiar el forzamiento radiativo, concluyendo que, con gran probabilidad, la actividad humana es diez veces superior al forzamiento radiativo natural originado por variaciones de la actividad solar. Todo ello a pesar de la contradicción que supone el admitir un conocimiento escaso de mucho de los factores implicados.

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Ejemplo de forzamiento negativo originado por aerosoles atmosféricos de origen volcánico. Media mensual global de las temperaturas en el período 1980-1999. Aquí, se puede observar el efecto de la erupción del Pinatubo en el año 1991. Fuente: The Causes of Climatic Change. Mick Kelly, CRU.

Referencia recomendada:

Ya he tratado anteriormente el tema de las variaciones climáticas relacionadas con erupciones volcánicas. Véase, por ejemplo: El año sin verano

La conclusión del IPCC sobre la implicación de actividades humanas en su cálculo del forzamiento radiativo, fruto del análisis de datos experimentales y modelos informáticos, ha servido para que se describan diversos escenarios futuros sobre el calentamiento global. Las simulaciones del IPCC estiman que se seguirá creciendo la emisión de gases de efecto invernadero, lo que aumentará su concentración en la atmósfera. Es más, aunque ahora mismo se frenara tal emisión, los efectos del calentamiento global se seguirían percibiendo por “inercia” climática debida a la capacidad térmica de los océanos y la gran cantidad de tiempo necesaria para que se vuelva a alcanzar un equilibrio térmico (¿?). Como consecuencias del «grave calentamiento global» ya en desarrollo, el IPCC, a través de su segundo grupo de trabajo, ha determinado una serie de efectos que afectarán a la población humana en un futuro cercano. Entre las consecuencias que se pueden derivar del proceso de calentamiento global, nos encontramos con aumentos severos del nivel del mar que podrían inundar áreas muy pobladas en todo el planeta, la extensión del área de influencia de enfermedades como la malaria o graves crisis provocadas por sequías, severas inundaciones y tormentas.

Este breve repaso al informe del IPCC no puede ser más pesimista
. La cuestión parece muy clara: existe un grave calentamiento global de consecuencias trágicas que está siendo provocado por acción humana y será muy difícil mitigarlo. Lo curioso de todo el informe es que, aunque se afirma que sus conclusiones son claras y ajustadas a la realidad, su texto está plagado de expresiones como “es muy probable que”, o “posiblemente”, que ofrecen, a quien lo lee, una extraña sensación de incertidumbre acerca de lo que, se supone, son afirmaciones inequívocas.

Como he referido anteriormente, no entraré en el actual asunto acerca de las críticas existente hacia la metodología del IPCC o sobre lo dudoso de algunas de sus conclusiones, puesto que el tema se encuentra tan contaminado desde el punto de vista mediático y político que es desalentador entrar en ese camino. Por mi parte, mi única intención a partir de ahora será mostrar una serie de datos experimentales, después de introducir algunas pinceladas de paleoclimatología, sin opinar sobre los mismos, pues he de suponer que el lector inteligente será capaz de sacar sus propias conclusiones a partir de ellos. Tales datos parten de una premisa que surge como irremediable consecuencia de haber leído los informes del IPCC, a saber: ¿los registros climáticos confirman plenamente las conclusiones del IPCC?

La lectura de los sucesivos informes sobre los fundamentos físicos que están detrás del calentamiento global nos hace ver cómo ha evolucionado la postura del IPCC a lo largo de los años, siendo sorprendente cómo se ha dejado parcialmente de lado una de sus primeras y más recurrentes bases, la famosísima gráfica del palo de hockey, tantas veces acusada de manipulación.

Uno de los aspectos más interesantes de la lectura de los informes del IPCC, sobre todo de los dedicados a las bases físicas porque los que se encaminan a describir los efectos del calentamiento global y los que proponen medidas paliativas son más farragosos, imprecisos y hasta contradictorios, es cómo se responde con rotundidad a algunas de las clásicas afirmaciones de los críticos hacia el IPCC. Así, por ejemplo, se afirma con rotundidad que cualquier proceso de retroalimentación que se mencione como posible “amortiguador” del calentamiento global, como la hipótesis del efecto iris de Richard Lindzen, no tiene ninguna base porque se han introducido ya en los cálculos los efectos de tales variables, relacionadas con la capa nubosa tropical. Criticar a Lindzen es bastante sencillo porque se trata de alguien muy vehemente y hasta excesivamente radical en sus presentaciones. No por ello se puede “despachar” el problema de la cubierta nubosa como se está haciendo porque se desconoce en gran medida cómo puede alterar la “ecuación” climática.

Con respecto al “enfriamiento global” que se registra al revisar las series de datos de mediados del siglo XX, entre los años cuarenta y los setenta, también se elude la búsqueda de una solución culpando a un proceso fascinante conocido como oscurecimiento global.

En cuanto a la variabilidad solar, el IPCC está de acuerdo en que el cambio en la radiación solar que llega a la Tierra posiblemente tuvo algo que ver con la Pequeña Edad del Hielo, pero que actualmente el comportamiento solar es básicamente predecible e inapreciable su influencia, siendo sólo culpable de una cuarta parte del calentamiento observado. El resto sería debido al incremento en la concentración de gases de efecto invernadero.

Se afirma, igualmente, que el calentamiento global, como su propio nombre indica, es ubicuo, pero que sus efectos todavía no son perceptibles a gran escala porque el aumento de poco más de medio grado centígrado en las medias del siglo pasado no ha sido suficiente como para ello
. Claro está, la futura tendencia hacia un aumento de esa media durante el próximo siglo de entre uno y tres o cuatro grados sí será responsable de problemas muy graves. Como el calentamiento global durante el siglo XX no ha sido muy espectacular y pudiera haber sido debido a una reacción natural de calentamiento propia de haber salido de la Pequeña Edad de Hielo, sobre todo en Europa, se alude a que ese efecto de calentamiento natural ya ha sido superado y que, curiosamente, si no fuera por el aporte humano de gases de efecto invernadero que calientan el planeta, posiblemente hace tiempo que la tendencia natural se hubiera inclinado, de nuevo, hacia un enfriamiento global. La verdad, esta conclusión es de lo más intrigante y, hasta cierto punto, sorprendente viniendo del IPCC.

Para quienes afirman que gran cantidad de datos experimentales contienen errores que los invalidaría a la hora ser tomados en cuenta, sobre todo por culpa de la influencia del fenómeno de las islas de calor urbanas en las estaciones meteorológicas, el IPCC se afirma, categóricamente, que el incremento de entre medio y un grado centígrado en las temperaturas medias de muchas áreas geográficas en el siglo pasado ha sido registrado fielmente porque, en su mayoría, proceden de estaciones marítimas o de lugares muy alejados de ciudades, desde Alaska a lejanas islas del Pacífico. (Compárese esta afirmación tan rotunda con el artículo recomendado anteriormente sobre evolución de temperaturas en el Pacífico, que es muy esclarecedor a este respecto).

Antes de pasar a otro asunto, quisiera recomendar otras lecturas esclarecedores y, sobre todo, la revisión de un gráfico. Lo que más preocupa a la gente y a los responsables políticos a la hora de tratar con el calentamiento global es la posibilidad de que el proceso haga que el número de eventos climáticos extremos, desde grandes tormentas a sequías persistentes, aumente de forma catastrófica. Bien, a este respecto, cabe simplemente apuntar dos cosas. En primer lugar, se tiene constancia, a través del estudio paleoclimático, de que mayores concentraciones de CO2 en la atmósfera constituyen un factor importante de estabilidad y de regularización del clima ante fluctuaciones bruscas, además de incentivar el crecimiento vegetal. Por otro lado, y esto es más importante, se han realizado diversos estudios a la hora de dilucidar si en las últimas décadas tales eventos extremos han crecido en número o intensidad por culpa del calentamiento global. Aunque un gran número de películas y discursos en los medios de comunicación hagan creer lo contrario, no existe prueba alguna sobre ello.

Referencias de interés:

Para entender mejor el asunto, no puedo hacer nada mejor que recomendar los siguientes artículos, muy clarificadores, realizadas por Juan José Sanz Donaire, miembro del Departamento de Análisis Geográfico Regional y Geografía Física, UCM, junto con otros autores:

–> Los totales anuales de precipitaciones en Egipto y el «cambio climático». (PDF)Juan José Sanz Donaire. Anales de geografía de la Universidad Complutense, ISSN 0211-9803, Nº 20, 2000, pags. 309-330. Resumen: «En el presente artículo se emplean diversas pruebas y tests para medir la aleatoriedad de las secuencias de datos de precipitación anual en Egipto. Los resultados se presentan en tablas y se cartografían, poniendo ambos métodos de manifiesto la ausencia de pautas que expliquen el comportamiento plurianual de las precipitaciones. De aquí se colige la falta de tendencias y se extrae en conclusión que no existe el llamado «cambio climático», al menos para los valores ombrométricos».

Puede extrañar la elección de Egipto como área de estudio. El motivo es la búsqueda de un área en el que no se produjeran «interferencias» del relieve que pudieran introducir cambios significativos en las estadísticas a analizar. Dada la escasez de relieves contrastados en Egipto, se conforma como el lugar ideal para este tipo de análisis.

–> Aleatoriedad Geográfica en los Cambios de Precipitación de las series más largas de España. (PDF) Juan José Sanz Donaire, Conrado Miguel Manuel García. M+A, revista electrónica de medioambiente, ISSN 1886-3329, Nº. 1, 2006. Resumen: «En el presente artículo se realizan una serie de pruebas estadísticas para determinar si los valores positivos (mayores que la media expresados en desviación respecto de la misma) de precipitación anual para unas 50 estaciones españolas, se distribuyen aleatoriamente. Los agrupamientos realizados van desde considerar un único grupo, hasta la total desagregación. También se ha realizado grupos atendiendo a mallas geográficas (latitud-longitud) de diverso espaciado, y por regiones climáticas. El resultado en todos los casos ha sido la aleatoriedad».

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Serie de precipitaciones anuales medias en España (1940/41-1995/96). Fuente: CEDEX:
«la variabilidad temporal la serie de precipitaciones medias en España muestra una elevada variabilidad. Las rachas de años secos son más largas que las húmedas. Desde 1940 se observan 3 periodos distintos: Seco 1940 -1957, Húmedo 1958 -1978, Seco desde 1979-1995.» Como puede verse, no existe tendencia reconocible de ningún tipo.

–> ¿Se acentúan ahora las catástrofes climáticas en España? (PDF) María Rosario Ojeda Martín, Juan José Sanz Donaire. Observatorio medioambiental, ISSN 1139-1987, Nº 8, 2005, pags. 153-172.
–> Como lectura indispensable a la hora de conocer el tema de los riesgos naturales y, sobre todo, tener conocimiento de la gran cantidad de mitos que existen al respecto, nada mejor que el siguiente manual: Riesgos naturales. Jorge Olcina Cantos, Francisco Javier Ayala-Carcedo. Ariel, 2002.

Por otro lado, un ejercicio que recomendaría, sería el de localizar datos sobre algo de lo que se ha hablado muchísimo, como es el peligrosísimo aumento en el número e intensidad de los huracanes, sobre todo en el Atlántico Norte. Existen, desde hace décadas, estadísticas detalladas sobre estos fenómenos. La realidad, simplemente, se puede comprender observando un gráfico en el que se distribuyan a lo largo del tiempo y el espacio tales eventos climáticos. Pienso que el siguiente gráfico no merece ningún comentario adicional, aclara las cosas por sí mismo. Como puede verse, no existe tendencia de ningún tipo:

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Fuente: Ryan N. Maue. Florida State University.

Entonces, ¿por qué existe la sensación general de que ahora hay más catástrofes climáticas que nunca? La respuesta está, como no podía ser de otro modo, en la presencia de los medios de comunicación y en varios conceptos clave que los estudiosos en riesgos naturales conocen como “exposición” y “vulnerabilidad”. A este respecto, me gustaría rescatar un artículo que publiqué en La Cartoteca hace años y que explica estos conceptos: Los efectos espaciales de los riesgos naturales. De ése artículo, además, rescato aquí una tabla que se explica por sí misma:

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Paleoclimas

La paleoclimatología estudia los climas del pasado. Tal obviedad no hace justicia a una ciencia que tiene mucho camino por delante pero que ya ha dado frutos sobresalientes. Al no poder contar con registros climáticos precisos más allá de unos escasos cien o doscientos años, la reconstrucción de los climas del pasado y su evolución utiliza muchas técnicas auxiliares que han permitido reconstruir con un grado de precisión asombroso la historia de los climas de la Tierra.

Aunque los únicos registros detallados y fiables sólo tienen unas cuantas décadas, es posible reconstruir las condiciones climáticas de un pasado más lejano acudiendo a indicadores sustitutivos como los proporcionados por la dendrocronología, los registros isotópicos en testigos de hielo, el estudio de polen procedente de sedimentos de áreas pantanosas y lagos, o de los foraminíferos presentes en sedimentos marinos. Como bien referí en la introducción, la Organización Meteorológica Mundial toma espacios de tiempo de tres décadas como base para la elaboración de estadísticas climáticas y, así, poder comparar períodos de tiempo iguales en los que poder comprobar la existencia de cambios climáticos. Ahora bien, cuando miramos hacia atrás, las escalas de tiempo suelen ampliarse mucho porque treinta años se quedan bastante escasos, por lo que se acude al empleo de períodos de estudio mayores. Los estudios dendrocronológicos pueden ofrecer datos estacionales, como sucede también con los testigos de hielo. Sin embargo, en el caso sedimentos de las turberas la “resolución” temporal disminuye considerablemente, pudiéndose en estos casos registrar datos en escalas de un siglo o, incluso, un milenio. Para trazar un registro de los climas del pasado en un área determinada lo más aconsejable es acudir a cuantos registros sea posible, obteniendo datos estadísticos y medias con diferente resolución temporal que será necesario unificar para contemplar el cuadro completo.

En cada sistema climático, a lo largo del tiempo, los valores medios se encuentran en equilibro que depende de los diversos forzamientos a los que se vean sometidos. Tradicionalmente se han considerado forzamientos externos al sistema aquellos de carácter astronómico, como la variabilidad solar o cambios orbitales. Otros, también importantes, proceden de procesos tectónicos o erupciones volcánicas. Añádase a estos ingredientes, los forzamientos radiativos internos, desde la composición atmosférica a los efectos de la cubierta nubosa. Finalmente, tenemos un factor más, la acción antrópica, ya sea por medio de inducción en cambios de la composición atmosférica, como en la incidencia de las modificaciones en la superficie terrestre de origen humano. Por otra parte, además de los forzamientos, no hay que olvidar los procesos de retroalimentación provocados por el vapor de agua y la nubosidad. La complejidad de las interacciones de todos estos factores es tal que, para comprender la dinámica del sistema climático terrestre habría que tener un conocimiento de las mismas muy superior al actual, siendo este uno de los mayores problemas a los que se enfrentan los modelos atmosféricos por ordenador.

Referencia de interés:

Personalmente, el manual de climatología más interesante que conozco en castellano, aunque contiene algunos errores en la traducción, es: Atmósfera, tiempo y clima. Obra de Roger G. Barry y Richard J. Chorley. Omega, 1999.

Uno de los factores de forzamiento externo más importantes se encuentra en la variabilidad solar. Nuestra estrella es, aunque no lo parezca, variable. Se sabe que hace tres mil millones de años la radiación solar era cerca de un 80% de la actual. Sin embargo, este fenómeno, que es conocido como la “paradoja del Sol débil” se encontraba compensado en la Tierra por la presencia de una concentración atmosférica de CO2 más de un centenar de veces superior al actual y, probablemente, también por un mayor efecto de reflexión de los océanos, pues éstos ocupaban la mayoría de la superficie del planeta. Desde aquellas lejanas épocas de la Tierra joven, el Sol ha pasado por diversas etapas. Actualmente es bien conocido el ciclo solar, o ciclo de manchas solares, con una duración aproximada de 11 años y el ciclo del campo magnético solar, de 22 años. La energía que es recibida en la porción superior de nuestra atmósfera en una superficie perpendicular a un rayo de luz solar se denomina como constante solar. Se conoce, a través de mediciones de satélite, que el valor de la constante solar es actualmente de 1368 Wm-2. El valor de esta constante varía de forma periódica alrededor de un 0,1% en relación con la actividad de manchas solares, áreas oscuras, esto es, más frías, que aparecen en la superficie solar cambiando en cuanto a número y posición siguiendo un patrón regular denominado ciclo de manchas solares. La duración promedio de estos ciclos es de unos 11 años, como he comentado anteriormente, pero su duración puede variar entre los 8 y los 13 años. Este ciclo se encuentra relacionado con el de Hale, o ciclo magnético del Sol, ya citado. A estos ciclos habría que sumar otros mucho menos conocidos, como la oscilación lunisolar de 18,6 años.

Se guardan registros detallados de la variación en la actividad de manchas en la superficie solar desde 1610. Se sabe que entre los siglos XIII y XVIII la actividad de manchas solares fue inusualmente baja, excepto en breves periodos como el de 1350 a 1400 y de 1600 a 1645. La importancia de los ciclos de manchas solares puede comprenderse si se tiene en cuenta que en ellos existe variación de la cantidad de radiación solar que llega a la Tierra. Estas variaciones hacen que se haya considerado su importancia a la hora de influir en las temperaturas terrestres. Por ejemplo, en periodos prolongados en los que la actividad de manchas solares fue menor, como en el conocido como Mínimo de Maunder entre 1645 y 1705, o en los máximos solares de 1895 a 1940 o posteriores a 1970, se han registrado respectivamente periodos de tiempo con enfriamiento y calentamiento globales importantes. En definitiva, los ciclos solares provocan una fluctuación de hasta 1 Wm-2 en la irradiación solar, sobre todo en cuanto a radiación ultravioleta se refiere. Concretamente, se estima que el efecto de la reducida actividad solar durante el mínimo de Maunder pudo haber generado efectos acumulativos capaces de hacer descender la temperatura global hasta 1 ºC.

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Ciclo de manchas solares y Mínimo de Maunder. Fuente: NASA.

Si nos fijamos en escalas de tiempo de varios millones de años, esto es, a escalas de tiempo geológico, podremos comprobar que gran parte de la variabilidad climática ha sido debida a procesos tectónicos, como el cambio de localización y tamaño de los continentes por procesos derivados de la tectónica de placas, que han modificado los procesos de circulación global atmosférica y oceánica a lo largo del tiempo. Igualmente, las variaciones a largo plazo en la órbita terrestre han originado cambios climáticos. Las variaciones de este tipo guardan ciclos muy amplios, desde los propios de la variación en la excentricidad orbital con periodos de 95.000 años y 410.000 años, a los de la inclinación del eje terrestre, con un período de unos 41.000 años, o los cambios en la oscilación del eje de rotación, conocidos bajo el nombre de precesión, con períodos aproximados de 21.000 años. Naturalmente, estos grandes ciclos no guardan relación con el actual proceso de calentamiento global y sólo se pueden observar en registros realizados a escala geológica.

Continuando con el repaso de factores que contribuyen a un forzamiento externo, nos encontramos con las erupciones volcánicas. Una gran erupción volcánica es capaz de enviar la estratosfera grandes cantidades de aerosoles de dióxido de azufre, además de polvo, que pueden mantenerse en suspensión en la atmósfera durante años y llegar a rodear el planeta . Los testigos de hielo de Groenlandia y la Antártica han conservado capas en las que se depositaron cenizas volcánicas procedentes de grandes erupciones a lo largo de los siglos. Actualmente se piensa que éste es uno de los grandes factores que ha modificado, al menos de una manera temporal, el clima terrestre en gran cantidad de ocasiones. Se ha calculado que una erupción de gran tamaño es capaz de generar un enfriamiento hemisférico o global de entre medio y un grado centígrado con respecto a la media de las temperaturas del año anterior a la erupción.

Con respecto a los componentes que contribuyen a procesos de retroalimentación y forzado radiativo interno a corto plazo, las cosas no están muy claras. Tanto los cambios en la composición atmosférica, la presencia de aerosoles, la importancia del albedo superficial y, sobre todo, el papel que juega la cubierta de nubes, son factores de sumo interés pero que no son conocidos en detalle. Es, precisamente, la relación entre interacciones debidas a los agentes de forzado radiativo externo e interno la que parecen originar cambios climáticos en escalas de tiempo relativamente cortas jugando con mecanismos de retroalimentación positivos o negativos de gran complejidad. Por ejemplo, la importancia de la cubierta de nubes es un tema polémico porque todavía no se ha logrado cuantificar su importancia en los procesos de retroalimentación, sobre todo porque es capaz de promover efectos tanto positivos como negativos.

Tomemos ahora una perspectiva temporal lejana y veamos qué ha sucedido con el clima terrestre a escala de tiempo geológico. Periódicamente nuestro planeta ha vivido grandes oscilaciones entre espacios de tiempo cálidos, libres de hielos y otros fríos, caracterizados por la presencia de grandes capas continentales de hielo. Actualmente se conocen siete grandes períodos glaciares a lo largo de las diferentes eras geológicas, sucediendo el primero de ellos hace unos 2.500 millones de años. No se conoce mucho acerca de las condiciones existentes en nuestro planeta anteriormente a esa “fecha”. Actualmente se supone que en el precámbrico la temperatura media global era más de diez grados centígrados superior a la actual, manteniéndose elevadas temperaturas medias en la época en que aparecieron las primeras formas de vida en los océanos, hace unos 3.500 millones de años. Posteriormente, entre unos 2.700 y 1.800 millones de años en el pasado, la Tierra se heló, literalmente, grandes capas de hielo cubrieron la mayor parte del planeta. Durante los ochocientos millones de años posteriores se pasó por un tiempo más cálido y una ausencia casi total de hielo en el planeta. En el precámbrico tardío, iniciado hace unos 1.000 millones de años, se vivieron tres episodios de glaciación, aunque los detalles conocidos sobre tales períodos fríos son pocos. Otra vez, avanzando el tiempo, el planeta pasó por un espacio de tiempo cálido que se mantuvo más o menos estable durante trescientos millones de años. Así, durante la mayor parte del paleozoico, entre 570 y 245 millones años en el pasado, sólo parece haber quedado registrada un período glacial, hace unos 450 millones de años, mientras que el resto de ese tiempo fue muy cálido, hasta que al final de la misma, durante el comienzo del carbonífero, se inició la gran época de la glaciación permocarbonífera, que sucedió entre 330 y 245 millones de años atrás, cuando todas las tierras emergidas se hallaban unidas formando el supercontinente de Pangea. Terminado aquel período especialmente frío, una gran era cálida, en la que las temperaturas medias eran bastante mas elevadas que las actuales y la diferencia entre la temperatura de regiones polares y trópicos no era muy contrastada, duró entre hace 245 y 65 millones de años. Se trató del mesozoico, un tiempo “famoso” por haber dado cobijo a sus habitantes más conocidos, los dinosaurios. Finalmente, los últimos 65 millones de años de vida de la Tierra son mejor conocidos, naturalmente, por ser más cercanos al presente. La tendencia a lo largo de este último período, conocido como cenozoico, ha sido las de un progresivo enfriamiento, no gradual, en el que entre espacios de tiempo relativamente grandes de estabilidad, han aparecido intensos episodios de glaciación.

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Concentración de CO2 (verde), temperatura (azul) y polvo (rojo), en los últimos 400 millones de años. Datos procedentes del análisis de testigos de hielo de Vostok en la Antártida: Petit J.R., Jouzel J., Raynaud D., Barkov N.I.,Barnola J.M., Basile I., Bender M., Chappellaz J., Davis J., Delaygue G., Delmotte M., Kotlyakov V.M., Legrand M., Lipenkov V., Lorius C., Pépin L., Ritz C., Saltzman E., Stievenard M. (1999). Climate and Atmospheric History of the Past 420,000 years from the Vostok Ice Core, Antarctica, Nature, 399: 429-436.

Llegados al cuaternario, hace unos 1,6 millones de años aproximadamente, podemos ya contar con un registro muy detallado de las diversas fases por las que ha trascurrido el clima terrestre. Durante el pleistoceno se conocieron al menos siete grandes glaciaciones que llegaron a cubrir de hielos más del 30% de la superficie terrestre. Estos períodos glaciares, sucedidos en los últimos 100.000 años, se vieron salpicados por espacios de tiempo interglaciar cálidos más breves que las glaciaciones. Hace unos 18.000 años tuvo su punto de máxima expansión la última glaciación, cuando gran parte del continente europeo y norteamericano se hallaba bajo hielos que llegaron a alcanzar varios kilómetros de espesor. En el hemisferio sur tampoco se libraron del helado manto, puesto que gran parte de la Patagonia, Nueva Zelanda, Australia o Sudáfrica también se cubrieron de hielos. Hace unos 12.000 años el clima comenzó a calentarse de forma acusada, los hielos se retiraron y el nivel del mar inició un ascenso que todavía se puede constatar hoy día. Hace unos 7.000 años las costas terrestres ya mostraban un aspecto cercano al actual, pues los hielos se habían retirado en su mayor parte, dejando tras de sí muestras de su pesado paso sobre el terreno, en forma de espacios erosionados característicos y de glaciares de montaña. Hoy, en lo que se conoce como holoceno, nos hallamos en un período de tiempo interglaciar que, probablemente, dará paso a otra glaciación en un futuro ignoto.

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Reconstrucción de variaciones de temperatura durante el Holoceno.
Fuente y metodología: Robert A. Rohde

La llegada de este espacio de tiempo relativamente cálido, tras haberse retirado la última glaciación, ha facilitado el florecimiento de la civilización humana. Durante el máximo del holoceno, en torno a los 6.000 años en el pasado, las temperaturas medias superaban las actuales en más de dos grados centígrados, siendo el volumen de precipitaciones también superior. Alrededor de aquel máximo se desarrolló la agricultura y se vio el nacimiento de las primeras culturas avanzadas, como las de Mesopotamia o Egipto. Más tarde, cálidas condiciones climáticas parece que favorecieron el florecimiento de civilizaciones mediterráneas como la griega y el desarrollo del Imperio Romano, cuya caída coincide, curiosamente, con una crisis climática cuando las temperaturas medias cayeron considerablemente, arruinando los campos. Más adelante, durante la Edad Media, entre los siglos X y XIII se volvió a una situación cálida conocida como el óptimo climático medieval.

Es interesante resaltar que durante el período cálido del óptimo climático medieval las benignas condiciones de vida en Islandia y el sur de Groenlandia hicieron que estas tierras fueran colonizadas por los vikingos. Sin embargo, a comienzos del siglo XIV las cosas cambiaron radicalmente, los veranos fueron tan fríos y húmedos que las condiciones de habitabilidad de las regiones colonizadas del norte hicieron que muchos establecimientos fueran abandonados. La crisis climática llegó a Europa en una época en la que se considera que comienza un episodio que ha dado en llamarse la Pequeña Edad de Hielo, un espacio de tiempo especialmente frío que vio cómo los glaciares volvían a crecer, cuando anteriormente se encontraban en retirada continua desde finales de la última glaciación. Entre 1450 y 1850 se vivieron las condiciones más duras de este episodio, caracterizado por la existencia de inviernos de una crudeza muy acentuada y veranos fríos y húmedos. Un ejemplo clásico sobre aquellos inviernos es el de las periódicas ferias de hielo celebradas en Londres, sobre el río Támesis completamente helado. Naturalmente, la Pequeña Era Glaciar o Pequeña Edad de Hielo no fue homogénea, en ella de han estudiado diversos períodos un poco más cálidos entre grandes episodios fríos de unas tres décadas de duración cada uno.

Desde el final de la Pequeña Edad de Hielo, a mediados del siglo XIX, las temperaturas globales comenzaron a subir y los glaciares alpinos volvieron a perder masa. Sin embargo, el aumento de temperaturas no ha sido uniforme en el tiempo, siendo posible definirse diversas fases de suma importancia para el conocimiento del actual proceso de calentamiento global. Ha de tenerse en cuenta que el aumento en la concentración de dióxido de carbono antropogénico ha sido continuo desde los tiempos de la Revolución IndustriaL, viéndose acentuado este crecimiento desde finales del siglo XIX y, posteriormente, acelerándose más el ritmo de aumento después de la Segunda Guerra Mundial, pero curiosamente, el aumento de las temperaturas globales que ha caracterizado el clima desde el final de la Pequeña Edad de Hielo no ha sido, ni mucho menos, uniforme. Entre 1861 y 1920 se produjo una oscilación media anual dentro de unos valores extremos de 0,4 ºC, pero la tendencia no era clara. Desde 1920, hasta mediada la década de los 40 del siglo XX, se produjo un calentamiento digno de mención de 0,4 ºC como media. Desde mediados los 40 hasta el comienzo de la década de los 70, se produjeron oscilaciones entre límites extremos menores de 0,4 ºC, registrándose incluso un pequeño enfriamiento medio en el hemisferio norte y una tendencia a mantener temperaturas constantes en el sur. En algunas áreas, como en diversas zonas del Ártico ruso, canadiense y Alaska, se registraron descensos acusados en la medias invernales de hasta 2 y 3 ºC en algunos inviernos, mientras que otras áreas de Estados Unidos, el este europeo y Japón se vieron sometidas a un ligero calentamiento. Desde principios de los 70 hasta 1989, se produjo un ligero calentamiento global de 0,2 ºC, salvo en algunas áreas restringidas, como la Antártica o Europa. Finalmente, durante los años noventa y los primeros años del siglo XXI, se ha observado una tendencia hacia un calentamiento más o menos continuo.

En conjunto, el calentamiento global registrado durante el siglo XX fue de en torno al medio grado centígrado, lo que ha hecho pensar que se sobrepasó la tendencia de calentamiento natural tras la Pequeña Edad de Hielo, estimada en unos 0,3 ºC por siglo a partir de modelos estadísticos. La pequeña diferencia de 0,2 ºC restante posiblemente haya sido debida al aumento de la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero. Sin embargo, esta relación causal no ha podido ser determinada claramente de forma experimental. En cuanto a los registros de precipitaciones, las tendencias, si existen, no han podido ser identificadas de forma clara. En la segunda mitad del siglo XX se han producido descensos en las precipitaciones en gran parte de las zonas tropicales y subtropicales, pero muchos de los períodos secos se encuentran en relación con el fenómeno secular del El Niño. Por otra parte, la distribución de las sequías no parece haber seguido patrón definido alguno, mostrándose tan esquivo como el de las precipitaciones. Lo único que ha quedado demostrado de forma clara a través de los registros realizados desde el final de la Pequeña Edad de Hielo es que se han dado cambios de considerable amplitud en cuanto a las temperaturas sin que estos efectos hayan tenido un origen claramente antrópico. Es más, la opinión general de los climatólogos es la de que los cambios en las temperaturas del último siglo deben enmarcarse en un fenómeno global de calentamiento propio del fin de la Pequeña Era del Hielo, con lo que se esperan variaciones naturales de las temperaturas medias de hasta varias décimas de grado centígrado en pocos años en diversas áreas geográficas sin que por ello se aparten estas tendencias de un comportamiento natural.

Glaciares, polos y subida de los mares

El tema de la retirada de los glaciares ha sido uno de los más utilizados al hablarse de calentamiento global. Se trata de un asunto de gran complejidad que puede, sin embargo, esclarecerse por medio de unas breces pinceladas. Aunque lo trataré más adelante, en otros artículos, baste decir que la mayor parte de los glaciares se encontraba en franco retroceso durante el periodo del óptimo medieval y que, en la Pequeña Edad del Hielo, crecieron claramente. Como no podía ser de otro modo, tras aquel tiempo especialmente frío, volvieron a retroceder, como actualmente. De hecho, es algo muy conocido e intrigante comprobar como bajo los hielos de glaciares alpinos, hoy en retroceso, aparecen de vez en cuando materiales de otras épocas “recientes”, como bosques, que fueron “engullidos” por las lenguas de hielo en su crecimiento durante de Pequeña Edad de Hielo o, más curioso todavía, comprobarse cómo aparecen restos de calzadas romanas bajo hielos glaciares, prueba que confirma claramente que los mismos tenían hace unos dos mil años un tamaño menor que el actual.

Referencia de interés:

Sobre el tema de la evolución de la criosfera, el recurso de referencia es The cryosphere today, que cuenta con gráficos y datos de gran interés.

La majestuosa presencia de un glaciar y las imágenes de grandes masas de hielo derrumbándose sobre el océano o la comparación entre fotografías tomadas con varias décadas de diferencia que demuestran la pérdida de masa de hielo en un buen número de glaciares, suponen algunas de las muestras gráficas más utilizadas en todo tipo de presentaciones sobre el cambio climático. Ahora bien, aunque tales imágenes sean espectaculares, el proceso de disminución del tamaño de los glaciares no es, ni mucho menos, algo tan simple y, en algunos casos que suelen tomarse como ejemplos clave en algunos medios, ni siquiera guarda mucha relación con el calentamiento climático. He ahí el caso del los glaciares y casquete de hielo del macizo del Kilimanjaro, en África, citado algunas veces como claro ejemplo de hasta dónde llegan actualmente los efectos del cambio climático. En las últimas décadas, muchos glaciares de todo el planeta han retrocedido. En el caso de glaciares localizados en latitudes medias, el proceso de calentamiento global ha sido el que, mayoritariamente, parece haber causado tal retroceso. Sin embargo, en el caso de los glaciares tropicales no ha sido hallada una relación directa entre calentamiento global y retroceso glacial.

Los glaciares no son estables, siempre se encuentran jugando con equilibrio inestables muy variables. En un glaciar el balance de masas entre el hielo añadido y el que desaparece determinará si éste se encuentra en crecimiento, en “equilibrio” o se está retirando. Desde luego, son de todo menos estables, en diversas épocas de la vida de un glaciar pueden encontrarse creciendo o retirándose, dependiendo de muchos factores, sobre todo climáticos .

El comportamiento de los glaciares tropicales es extraño y apasionante, pero no puede ponerse como ejemplo para ilustrar cambios actuales debidos al calentamiento global porque su dinámica es muy compleja. El ejemplo clásico de glaciar tropical es el del Kilimanjaro, que ha mantenido en el tiempo una interesante evolución en la que ha ganado y perdido hielo dependiendo de diversos factores en compleja interacción entre sí. Una pregunta que, seguramente, asaltará a muchos es: ¿cómo pueden existir glaciares en áreas tropicales? La respuesta, claro está, la tenemos en la altitud. Al ascender, sobre el nivel del mar, la temperatura atmosférica va disminuyendo. Así, aunque nos encontremos en un área tropical, en montañas con altitudes de 5.000 metros, por ejemplo, la temperatura presente es tan baja que se halla por debajo del punto de congelación del agua. En montañas tan altas, las diferencias de temperatura estacional no son suficientes para evitar la acumulación de nieve que, con el tiempo, dará lugar a diversas capas de hielo. Así, nacen los glaciares de los Andes, que suman la mayor parte de los glaciares tropicales. De igual forma sucede con otros menos numerosos, como los del Kilimanjaro o el monte Kenia en África. El régimen glacial del Kilimanjaro es único y, por ello, no sirve de “modelo” para otros glaciares tropicales pues cada uno de ellos es peculiar. Se sabe ahora que las temperaturas medias mensuales en la cima del Kilimanjaro llevan más de cuarenta años fluctuando entre los -4 y los -7 grados Celsius, con lo que no existe tendencia alguna hacia el calentamiento . Siendo esto así, ¿por qué está retrocediendo el hielo en los glaciares del Kilimanjaro? La respuesta parece estar en varios procesos que son independientes de la temperatura y, por lo tanto, no tienen nada que ver con el calentamiento global. Se trata aquí de una variación en el balance de masas, tendiendo más hacia la ablación del hielo que a la acumulación, con la consiguiente pérdida de masa de hielo que se viene registrando desde el siglo XIX, originada por un aumento en la sequedad del aire del macizo del Kilimanjaro que ha hecho que disminuya la acumulación, junto con una aumento de la energía proporcionada por la radiación solar que termina por inclinar el frágil equilibrio hacia la sublimación del hielo. Bien, como puede comprobarse, estamos ante un caso que típicamente se ha mostrado como clásico “ejemplo” de efecto del calentamiento global y que, en realidad, nada tiene que ver con el mismo. El proceso de retroceso de muchos glaciares presentes en latitudes medias y altas indica que pueden ser sensibles al proceso de calentamiento pero, claro está, con esto también se debe tener cuidado, puesto que, en realidad y sin tener en cuenta las muchas fluctuaciones que éstos glaciares han sufrido en el tiempo , llevan perdiendo masa desde la última glaciación.

Referencia de interés:

Glaciares del Kilimanjaro. Mote, Philip W. y Kaser, Georg en Investigación y Ciencia, octubre de 2007. Prensa Científica SA.

Lo cierto es que, aunque parece lógico pensar que el calentamiento global debiera ser la principal causa de la retirada de los glaciares, los glaciólogos no lo tienen tan claro porque el equilibrio de masas de un glacial no depende sólo de la temperatura. Es más, se supone que, en algunas áreas, un aumento de temperatura traería como consecuencia un crecimiento en las precipitaciones en forma de nieve, con lo que el equilibrio de masas debiera tender así hacia la acumulación de material que se convertirá en hielo y, en conjunto, en un aumento de la masa del glaciar. Para terminar de complicar la cuestión, se encuentran diversos factores geográficos, de circulación atmosférica y la propia estructura física del glaciar, que tiene mucho que ver con los procesos de equilibrio de la masa de hielo en el tiempo y, sobre todo, el hecho de que glaciares “cercanos” geográficamente, muestran dinámicas completamente diferentes.

Con respecto al famoso tema del aumento en el nivel del mar, será algo que trataré con detalle en otros artículos. Sirva, sin embargo, a modo de introducción, este pequeño párrafo. Medir el nivel del mar es algo de una gran complejidad, sobre todo si se pretende hacer a escala global. La gran cantidad de mecanismos que actúan sobre este aumento hacen que no sea posible, a día de hoy, establecer con claridad la importancia de un mecanismo sobre otro. En concreto, el fenómeno conocido como “rebote posglacial”, esto es, la lenta recuperación del terreno continental de la deformación procedente del gran peso del hielo de la última glaciación, logra explicar algunos de los movimientos verticales de tierras en muchas áreas del planeta, con lo que ahí, por lo general, el nivel del mar tiende a bajar. Esto complica la obtención de medidas medias globales porque, además de el proceso de rebote, hay otros mecanismos implicados. Entre ellos, los más destacables son los cambios en la masa de agua del océano, debidos a intercambios de agua con glaciares o a cambios en la interacción con la atmósfera. También es importante contar con la variación del volumen del agua del océano, debido a procesos de expansión-contracción térmica, cambios en la salinidad y en la presión atmosférica.

En conjunto, en el último siglo, se ha registrado un aumento del nivel global del mar comprendido entre los diez y los veinticinco centímetros, lo que no ha supuesto prácticamente ningún problema para las actividades humanas, que se han adaptado a la nueva situación y, en muchos lugares, no se ha registrado ninguna variación perceptible. Para complicar más el asunto, aunque desde el final de la Pequeña Edad de Hielo el casquete polar del Ártico se encuentra en retroceso, regresando quizá a una situación similar a la que tuvo durante la época de calentamiento medieval o incluso más reducido, los hielos antárticos parecen estar aumentando de tamaño, a través de procesos poco conocidos.

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Rebote posglacial. Fuente y metodología: Robert A. Rohde

Nuevas teorías climáticas

Bien, tenemos claro qué nos dice el IPCC sobre el clima actual y su futuro. Resumiendo de manera rápida y sencilla: como la concentración de gases de invernadero de origen humano no deja de crecer en nuestra atmósfera, ésta se calentará y, como consecuencia de ello, la humanidad tendrá que adaptarse a un cambio climático grave y rápido, caracterizado por un aumento en la intensidad y número de eventos climáticos extremos, la subida del nivel de los mares o la extensión de muchas enfermedades más allá de los límites geográficos a los que actualmente se encuentran limitadas. Pero, las cosas parecen ser mucho más complicadas de lo que la sencilla “ecuación” de causa-efecto entre aumento de gases de invernadero y grave calentamiento consecuente nos dice. A partir de aquí, reseñaré muy brevemente las teorías climáticas más actuales que me han llamado la atención, que espero desarrollar adecuadamente en artículos posteriores:

1.- Con la termodinámica hemos topado. Recordemos que ya Arrhenius encontró una clara relación entre aumento de concentración atmosférica de CO2 y aumento de temperaturas. Por desgracia, la complejidad del sistema atmosférico terrestre y la falta de un conocimiento preciso de muchas de las variables que en él intervienen hace que el cálculo correcto, cuya respuesta sería una de las claves del problema, todavía no pueda realizarse. Por ello, se acudió a los modelos informáticos de circulación oceánica y atmosférica como “substitutivos”. Pero algunos modelos recientes, cuyo material todavía estoy repasando, parecen indicar que la importancia real de incrementar la concentración ce CO2 por encima de ciertos límites no implica un aumento proporcionado de la temperatura y, además, si a esto se añaden los últimos estudios sobre dinámica solar, tenemos en las proyecciones una ligera tendencia hacia un enfriamiento global en cuestión de pocas décadas. Se trata de algo de sumo interés que merece ser desarrollado cuidadosamente en próximos artículos. A todo esto, intentaré no olvidar en un futuro cercano, desgranar la importancia que pueden tener los rayos cósmicos en todo el “juego” climático.

Referencia de interés:

–> Solar-Cycle Warming at the Earth’s Surface and an Observational Determination of Climate Sensitivity. (PDF). Ka-Kit Tung y Charles D. Camp. Department of Applied Mathematics, University of Washington, Seattle Washington.

2.- De gran importancia son las teorías de cambios climáticos bruscos, hasta ahora poco consideradas. También serán desgranadas más adelante en otros artículos. Aunque la mayor parte de las investigaciones sobre cambios climáticos se han centrado en variaciones del clima “lentas”, multitud de pruebas indican que a lo largo de la historia climática se han producido cambios rápidos, incluso oscilaciones bruscas que, probablemente, podrían repetirse en un futuro, con resultados poco agradables. Curiosamente, un incremento de la concentración de CO2 en la atmósfera podría servir de elemento estabilizador, o preventivo, ante alguno de esos cambios rápidos. Por desgracia, este mismo aumento podría inducir otros. Aquí es donde entra la famosa teoría de la cinta transportadora, algo vital, muy utilizado al hablarse del calentamiento global.

Por lo general, las teorías sobre cambios rápidos inciden en que el calentamiento global actual puede modificar mecanismos climáticos clave, de tal forma que, superado un umbral crítico, se desencadenarían procesos de variación climática muy rápidos, esto es, cambios muy bruscos de diversos parámetros climáticos en cuestión de años o escasas décadas. El caso más estudiado y citado suele ser el de las corrientes oceánicas del Atlántico Norte, que transportarían calor hacia desde los trópicos hacia el norte y, así, contribuirían a suavizar los inviernos en Europa Occidental. Una vez que, por ejemplo, se derritiera gran cantidad de hielo de Groenlandia, la introducción de tal cantidad de agua dulce en el océano sería suficiente como para detener, o frenar, las corrientes que sirven como “cinta transportadora” del calor tropical hacia Europa. Ante tal escenario de cambio brusco, los inviernos en Europa y parte de Norteamérica se harían mucho más crudos.

El ejemplo clásico de cambio brusco del clima, entre muchos otros, lo tenemos en un evento registrado en los testigos de hielo de Groenlandia, entre otras fuentes de datos paleoclimáticos. Me refiero a las bruscas oscilaciones de temperatura que pusieron fin en varias ocasiones de manera muy rápida al calentamiento global sucedido después de la última glaciación. En concreto, se trata del conocido como episodio Joven Dryas, que supuso una extraña y radical pausa de enfriamiento global en medio del calentamiento posglacial. Sobre las causas del Joven Dryas se sigue debatiendo mucho, tratándose de algo que merece un artículo detallado.

Lo más sorprendente de los cambios rápidos y, sobre todo, la teórica crisis de ralentización o paro de la “cinta transportadora” atlántica, capaz de originar según algunos autores un auténtico drama climático en Europa, es que parece basarse en premisas muy dudodas
. A pesar de que ha recibido mucha atención mediática, interesantes documentales incluidos, existen suficientes datos como para poder afirmar que la importancia que se ha dado a la corriente del Golfo, esto es, a la “cinta transportadora”, han sido muy exageradas. Es más, se empieza ya a hablar, incluso, del “mito” de la corriente del Golfo. El tema es de gran importancia porque muchas simulaciones por ordenador y muchos modelos se basan en la teoría de la “cinta transportadora”. El tema lo trataré con gran detalle más adelante, pero sirva ahora como simple introducción, la siguiente recomendación para una lectura sobre el tema:

Referencias de interés:

–> Cambio climático brusco. Richard B. Alley en Investigación y Ciencia. Enero 2005.
–> Climate mythology: The Gulf Stream, European climate and Abrupt Change. Richard Seager, Lamont-Doherty Earth Observatory of Columbia University.

3.- Otro de los asuntos que merecerá atención es el de la teoría del calentamiento antropogénico preindustrial. Junto con el «mito» de la corriente del Golfo, el posible impacto del calentamiento de origen humano antes de la era industria, dará para varios artículos, pues es de gran interés y modifica muchas de las premisas o ideas utilizadas hasta ahora en los modelos climáticos. Esta teoría supone que hace bastante tiempo que la Tierra tendría que haber entrado, de manera natural, en otra fase de glaciación. Sin embargo, la emisión de gases de efecto invernadero por acción humana parece haber alterado esa situación, no ya desde la Revolución Industrial, sino mucho antes. La inundación de campos de cultivo y la propia agricultura, habrían aportado a la atmósfera la suficiente cantidad de gases de efecto invernadero desde hace varios miles de años, lo que explicaría la extraña variación de la climatología terrestre que pasó, por entonces, a ser mucho más “estable” y, probablemente, abortara el inicio de la nueva glaciación.

Referencia de interés:

Calentamiento antropogénico preindustrial. William F. Ruddiman, en Investigación y Ciencia. Mayo de 2005.

4.- Finalmente, pero no por ello menos importante, habrá que analizar, cuando llegue el momento, algo que ha “descolocado” a muchos. La importancia del metano, CH4, como gas de efecto invernadero no ha recibido la atención que merece en comparación con el CO2, sobre todo porque las emisiones antropogénicas de éste último son mucho mayores. Sin embargo, el metano, que tiene una vida en la atmósfera mucho menor que la del CO2, se concentra en áreas de la atmósfera “cercanas” a donde fue emitido y, además, tiene un potencial de calentamiento por molécula mucho mayor que el CO2, distribuyéndose éste último uniformemente por todo el planeta. Lo curioso es que, hasta ahora, el metano que se suponía era originado solamente por bacterias que proliferan en ausencia de oxígeno o por escapes de gas natural, también es producido por todos los vegetales. La polémica está siendo muy grande, pero la experimentación parece no dejar lugar a dudas: todos los vegetales emiten metano a la atmósfera. De esta forma se pueden explicar las fluctuaciones estacionales que se pueden observar en muchos gráficos de distribución temporal del metano. Esto no signifique que la emisión de metano por vegetales sea causante de calentamiento global pero, y he aquí lo importante, el dato es tan importante que hará modificarse muchos de los modelos actuales sobre el clima y, sobre todo, muestra hasta que punto muchas de las variables manejadas en esos modelos son todavía demasiado poco conocidas hoy día.

Referencia de interés:

Methane emissions from terrestrial plants under aerobic conditions. Frank Keppler, John T. G. Hamilton, Marc Bras zlig y Thomas Röckmann. Nature 439, 187-191 (12 Enero 2006).

A modo de conclusión…

Pues no, de conclusión nada. No puede haberla, dado que todo lo anterior no es más que un esbozo muy sencillo que recopila una pequeña parte del material acumulado en meses. Mi intención es desarrollar los puntos más sobresalientes en próximos artículos mucho más detallados y cuidados.