
Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja en su edición del mes de febrero de 2012.
Se cumple ahora un siglo de la llegada de los primeros seres humanos al Polo Sur. La aventura no fue nada sencilla y se cobró numerosas vidas, pero ya se sabe, si está ahí tenemos que ir a por ello y conseguirlo, cueste lo que cueste. (…) Siempre ha habido fronteras que han atraído los sueños de cada época. Hoy posiblemente la última frontera sea el espacio, o puede que el fondo oceánico, pero hace cien años los polos eran lo más atractivo para los aventureros. Y, en efecto, llegaron donde nadie más había pisado antes el pie.
Fotografía de Vincent van Zeijst (CC).
La victoria de Amundsen
Fue el noruego Roald Amundsen quien ganó la partida, alcanzando con su expedición el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911, aunque el mundo no tuvo noticia de su gesta hasta principios del mes de marzo de 1912, cuando el grupo pudo por fin regresar a Australia, donde pudieron contar ya con los medios para dar a conocer su logro. Por desgracia, 35 días después de la llegada de Amundsen al Polo Sur, también llegó la expedición de su competidor, el británico Robert Scott. Y no fue desgraciada la aventura por llegar segundos, porque incluso así fue un logro sobresaliente, sino porque al contrario que le sucediera al grupo del noruego, los hombres de Scott sufrieron un terrible destino en su viaje de regreso del desierto helado, perdiendo la vida a finales de marzo de 1912.
Recientemente publicó el científico Amós Gil Martínez una serie de pequeñas reseñas sobre numerosos exploradores antártidos en la web oficial del Ejército de Tierra español dedicada a la Campaña Antártica. Fue un verdadero placer repasar las vidas de tantos pioneros pero, lo más curioso para mí, fue volver a descubrir algunas figuras que dejan intuir que, aunque se tratara de viajes accidentados y sin pretensión de descubrimiento, lograron atisbar los hielos antárticos por vez primera para ojos occidentales. Y, los primeros entre los pioneros, fueron osados marinos españoles que, llamados por la pasión de los mares australes, sufrieron todo tipo de contratiempos de los que, andando el tiempo, fueron las primeras noticias que llegaron a nuestro continente acerca de una misteriosa tierra perdida en los confines del planeta y cubierta por hielos perpetuos, eso que más tarde hemos dado en llamar como la Antártida.
Gabriel de Castilla, ¿descubridor de la Antártida?
Durante mucho tiempo fue ignorada la vida, todavía bastante desconocida, del general Don Gabriel de Castilla, nacido en Palencia hacia el año 1577. No sólo fue uno de los navegantes del Pacífico austral más audaces, sino que además llegó hasta aguas a las que ningún europeo volvería a poner la vista hasta entrado el siglo XVIII. Sin embargo, toda esa valentía y buen hacer casi se pierde dispersa en un mar de citas aquí y allá, sin que, hasta donde conozco, se haya realizado una biografía adecuada que recopile en un solo conjunto todo ello.
Ahora bien, ¿por qué mantener en interrogación su presunto descubrimiento del continente helado? Bien es cierto que los indicios parecen decirnos que avistó en 1603 el archipiélago antártico de las Shetland del Sur, pero todo permanece bajo cierto velo oscuro que no permite asegurarlo con firmeza, aunque bien parece que el descubrimiento fue real.
El lío viene realmente porque no hay ningún documento de la época que, como tal, nos cuente sobre las aventuras de Gabriel de Castilla en cercanías de la Antártida, sino que más bien son ecos aquí y allá, como los presentes en ciertos documentos holandeses, entre otros, los que hacen sospechar que fue un viaje realmente sobresaliente. Partió de la actualmente chilena Valparaíso a principios de 1603 con una flota de tres naves, el Jesús María, Nuestra Señora de la Visitación, buque que había pertenecido anteriormente a un corsario y el Nuestra Señora de las Mercedes. No había intención ni instrucciones por parte de quien organizó la expedición, el virrey de Perú, don Luis de Velasco y Castilla que, curiosamente, era primo de Gabriel, para salir a descubrir o explorar nuevas tierras, ni mucho menos. El objetivo, como había sucedido en otras ocasiones, era patrullar los mares del sur chileno para prevenir acciones de corsarios holandeses. Pero, he aquí que el destino, en forma de grave tormenta, desvió la flota, o al menos a parte de ella, muy al sur de lo que eran sus intenciones, hasta alcanzar los 64º de latitud sur. Tiempo después, un marino holandés que formó parte de la tripulación de uno de aquellos barcos, dejó constancia por escrito de algo sorprendente, a saber, que aquellos intrépidos barcos españoles llegaron a unas aguas donde reinaba la nieve. Otros documentos holandeses de la época mencionan también inmensas tierras que se extienden más allá de los 64º sur, con grandes montañas heladas.
Cabe recordar que no fue hasta 1773 cuando otro europeo se atrevió a descender hasta aquellos helados parajes, cuando el célebre capitán James Cook superó los 71º de latitud sur. Ahora bien, la atribución del descubrimiento de la Antártida por parte de Gabriel de Castilla, como ha quedado dicho, seguirá siendo dudosa mientras no aparezcan datos en los archivos que sean más contundentes. Hay investigadores que atribuyen ese descubrimiento a muchos otros marinos, como el holandés Dirk Gerritsz, que habría llegado igualmente a las antárticas islas Shetland del Sur pero antes que Gabriel de Castilla, concretamente en 1599, también desviado por una tormenta. Como en el caso anterior, hay bastantes dudas sobre lo que realmente sucedió.
Otros navegantes antárticos españoles
A pesar de que no hay seguridad acerca de lo que pudo avistar el palentino en las frías aguas australes en 1603, su aventura ha merecido el reconocimiento y el honor de dar nombre a una de las dos bases que España posee en la Antártida, concretamente en la isla Decepción de las Shetland del Sur, esas islas que posiblemente logró contemplar el propio Gabriel.
Y todo seguiría así, jugando a imaginar si primero fue Gabriel de Castilla o bien se trató de Dirk Gerritsz, si no fuera porque existen noticias sobre otros posibles jugadores en la partida del descubrimiento de las tierras Antárticas. Ahí están, por ejemplo, dos hermanos singulares que no dejaban nada al azar. Su espíritu de observación y meticulosidad hacen que no exista duda alguna acerca de su logro, que no fue otro que haber llegado más allá de los 56º sur, más allá de Tierra del Fuego, para descubrir las islas Diego Ramírez, bautizadas en honor de Diego Ramírez de Arellano, piloto de la expedición. Me refiero a los hermanos Gonzalo y Bartolomé García de Nodal, gallegos nacidos en Pontevedra. Fueron sobresalientes marinos encargados por el rey Felipe III de explorar los mares al sur de la Patagonia. El descubrimiento sucedió en 1619, y de él no cabe duda pues con precisión asombrosa y científica exactitud, los hermanos anotaron todos los datos de su viaje en una relación que todavía hoy puede consultarse y que destaca por su minuciosidad. Pero, claro, aunque en este caso no hay dudas, nadie se atreve a decir que los dos hermanos descubrieron la Antártida, aunque muy cerca estuvieron, porque las islas Diego Ramírez se consideran el punto más austral de América, pero no pertenecerían propiamente a tierras antárticas.
Ah pero, todavía hay otro jugador en la partida y, en este caso, su viaje fue digno de una película de acción y bien podría ser considerado como el verdadero descubridor de la Antártida, aunque nuevamente fuera por accidente gracias a otra tormenta.
Es más, en este caso no cabe duda en cuanto a calendario, si alguien de los mencionados llegó antes a tierras heladas del sur, ninguno se acercó a fecha tan temprana como… ¡1526! La odisea del marino español Francisco de Hoces merece ser recordada. Fue nombrado capitán de la carabela San Lesmes, una nave que formaba parte de la expedición de García Jofre de Loaísa que partió de España en 1525 rumbo a las islas Molucas, en Indonesia. Cuando la expedición se hallaba en aguas del estrecho de Magallanes, la San Lesmes tuvo que girar hacia el sur para evitar una gran tempestad, lo que hizo que descubrieran por primera vez un paso al sur del cabo de Hornos, más allá de los 55º de latitud sur. Eso, simplemente, ya convertía a Francisco de Hoces en un capitán digno de entrar en los libros de historia, pero por desgracia lo que en derecho debiera llamarse Mar de Hoces, es conocido mundialmente como Pasaje de Drake, y eso que el pirata inglés llegó a esas aguas más de medio siglo después.
Hasta aquí lo más certero que se puede conocer sobre la suerte de la San Lesmes, el resto ya entra dentro del campo de lo hipotético y de la leyenda. Existen indicios que hacen suponer que la nave no sólo superó los 55º de latitud sur, sino que llegó mucho más allá, posiblemente atisbando el propio continente helado, lo que convertiría a Francisco de Hoces en el verdadero descubridor de la Antártida. Su barco regresó al estrecho de Magallanes para reunirse de nuevo con la flota. Poco después el capitán de Hoces era relevado por enfermedad, pero no termina aquí la aventura de la San Lesmes, porque al mando de un nuevo capitán, Diego Alonso de Solís, otra tormenta hace que se pierda su pista. Desde el 1 de junio de 1526 nadie sabe qué sucedió con la nave ni con la tripulación, desapareció de los registros, pero según algunos investigadores el barco continuó su viaje hacia el Pacífico, donde llegaría hasta Nueva Zelanda y Australia, siendo así no sólo el primer barco occidental en llegar a la Antártida, sino el primero en alcanzar esas otras lejanas tierras.