Arturo Duperier en la orilla del mar radiante

Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, número 79, enero de 2012.

…se ha celebrado el entierro del catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid don Arturo Duperier, fallecido repentinamente en su domicilio al llegar de la Facultad. El profesor Duperier era una de las autoridades mundiales en radiaciones cósmicas y fue, con Einstein, el único extranjero invitado a inaugurar los cursos de la «Physical Society», de Londres. Precisamente en la capital inglesa, en el «Imperial College» fue donde realizó sus más destacadas investigaciones. Arturo Duperier había nacido el 12 de noviembre de 1896, en el pueblo abulense de Pedro Bernardo, hijo del farmacéutico del lugar, don Alfredo Duperier y de la maestra, doña Eugenia Vallesa. Estudió las primeras letras con su madre, el bachillerato en Avila, y la licenciatura y doctorado de Ciencias en Madrid.

La Vanguardia, edición del jueves, 12 febrero de 1959.

Especialista en radiación cósmica

Así, con tan sonoro tratamiento, despachaban los periódicos del día posterior a su muerte a don Arturo Duperier, uno de los físicos españoles que más alto han llegado a lo largo de nuestra historia y, por desgracia, una figura prácticamente olvidada en la actualidad.

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Arturo Duperier en su visita a Pedro Bernardo de 1952*.

Ahora bien, ¿especialista en radiación cósmica? Creo que el mejor homenaje que se le puede hacer a la figura de este gran científico es, antes incluso de repasar someramente su biografía, explicar un poco qué son los rayos cósmicos, parcela del mundo físico al que Arturo Duperier dedicó grandes esfuerzos.

Don Arturo contemplaba desde nuestro mundo lo que puede considerarse como la minúscula costa de un gigantesco océano lleno de radiación. Su objeto de estudio eran los rayos cósmicos, que no son otra cosa que partículas más pequeñas que los átomos procedentes del espacio exterior y dotadas de una gran energía en virtud de sus elevadas velocidades, que son en muchas ocasiones cercanas a la de la velocidad de la luz en el vacío. La humanidad ignoraba que vivía en las costas de este mar radiante hasta que la física se interesó por el origen de ciertos fenómenos atmosféricos que, al final, resultaron ser causados por estas radiaciones de alta energía que proceden del espacio.

Ya desde principios del siglo XX se había demostrado que la ionización en la atmósfera aumenta con la altitud, lo que indicaba que la energía en forma de radiación que causa esa ionización debía proceder del espacio exterior. Gran parte de esos rayos cósmicos son desviados por efecto del campo magnético terrestre, unos rayos cuyo origen no está muy claro. El Sol emite en ocasiones radiaciones que son similares, aunque de menor energía, que los rayos cósmicos procedentes de los confines del espacio. Sin embargo, los rayos cósmicos no parecen estar originados en estrellas comunes, sino en fenómenos celestes violentos como las explosiones de supernovas o en procesos relacionados con agujeros negros. Tras recorrer distancias asombrosas esas radiaciones caen sobre nosotros en forma de cascadas de partículas subatómicas creando todo un mar de radiación en la alta atmósfera al interaccionar los rayos cósmicos con los átomos atmosféricos. Del choque surgen partículas secundarias que se distribuyen de forma que la mayoría alcanzan la superficie en los polos gracias al campo magnético de la Tierra, que actúan a modo de “protección” contra lluvias de rayos cósmicos potencialmente peligrosas. Es, precisamente, la variación en la captación de rayos cósmicos en superficie uno de los campos en los que experimentó nuestro científico. Se captan más rayos cósmicos en altura, al tener éstos que recorrer menos trecho de atmósfera y, por tanto, con menor número de interacciones con átomos atmosféricos. La captación también varía con la latitud, siendo mayor cuanto más grande es ésta. Igualmente, los cambios en los ciclos solares también influyen a la hora de medir la cantidad de rayos cósmicos que llegan a la superficie terrestre.

De Pedro Bernardo al espacio profundo

El pueblo de Pedro Bernardo, situado al sur de la provincia de Ávila, recibió con entusiasmo al sabio en el homenaje que le rindieron sus paisanos en 1952. Por entonces, incluso a pesar de los problemas que hubo de pasar nuestro físico después de la Guerra Civil, era considerado como toda una figura digna de respeto, aunque en su propio país no era precisamente muy bueno el trato que recibió por parte de las autoridades del franquismo. Ahora bien, para las gentes de Pedro Bernardo era un héroe, y así se lo hicieron saber personalmente, cosa que a buen seguro fue de su agrado.

Como bien indica el recorte con el que he abierto este artículo, fue en Pedro Bernardo donde Arturo Duperier vio las primeras luces del mundo, hijo del boticario y de la maestra del pueblo, ¿puede acaso haber algo más tópico del mundo rural español de la época? Nacido el 12 de noviembre de 1896, el camino en la vida de Arturo estuvo a buen seguro marcado por las inquietudes intelectuales de sus padres, que le encaminaron a una vida de estudio. En Ávila cursó el Bachillerato y en la Universidad de Madrid consiguió las carreras de Ciencias Químicas y de Físicas con las máximas calificaciones. Ganó por oposición una plaza en el Observatorio Meteorológico, marchó a París para especializarse en diversas áreas de la ciencia meteorológica y pasó a colaborar con el inolvidable impulsor de la física en España, Blas Cabrera, en su cátedra.

En 1934 consiguió la Cátedra de Geofísica, con lo que pasó a dedicar grandes esfuerzos a investigar un campo por entonces recién nacido que le resultaba apasionante, los ya descritos rayos cósmicos. Hasta entonces casi nadie en España se había interesado por esas esquivas radiaciones que bombardean la Tierra procedentes del espacio exterior, pero eso no fue obstáculo para que en muy poco tiempo se convirtiera en una figura de talla mundial en esa especialidad.

Contrae matrimonio en 1935 y tiene toda la vida por delante, parece que el futuro será brillante y feliz, pero la gran mancha negra de la Guerra Civil, como en tantas otras ocasiones, se ocupó de torcer los renglones de su biografía. Tras la destrucción de la Ciudad Universitaria, Arturo decide emigrar, aceptando puestos sucesivos en varias universidades británicas, donde pasó a trabajar como investigador durante más de una década. Su buen hacer científico, materializado en artículos publicados en las revistas más conocidas de su especialidad, le llevan a ser citado por muchos otros colegas en sus investigaciones. Es así como la Royal Society of Physics le invita a pronunciar una conferencia anual muy especial, siempre destinada a grandes científicos británicos. Sólo en el caso de Einstein y de Arturo Duperier se hizo una excepción, como extranjeros invitados.

Fue esa la época en la que fue homenajeado en su pueblo y cuando se hablaba en ambientes académicos españoles de su regreso. Ahora bien, visto lo que sucedió más tarde, probablemente hubiera sido mejor que no volviera a su patria, que había cambiado mucho desde su marcha. El regreso, en 1953, le llevó a ocupar una cátedra en la Universidad de Madrid, donde continuó con sus estudios de los rayos cósmicos. Por desgracia, no pudo hacer gran cosa en su nuevo cargo, pues un infarto acabó con su vida el 10 de febrero de 1959.

Duperier y el franquismo

Si comento que el regreso me parece que fue una mala jugada es porque la situación no tuvo ninguna gracia, es más, si no fuera por lo surrealista del marco en el que sucedió, hubiera podido pertenecer a una comedia de escasa calidad. Pero aquí no hubo risas, sino llantos. En el año 1939, cuando Arturo se exilió, el trabajar en la Universidad de Birmingham o, posteriormente, en el Imperial College de Londres, fue para el sabio todo un cambio positivo. Se encontró en lo más alto de su profesión, tanto por el ambiente en el que vivió como en los medios técnicos con los que pudo contar. Así, logró apoyos para estudiar la variación de la intensidad de los rayos cósmicos que llegan a la superficie terrestre a nivel del mar a lo largo del tiempo y en ese proyecto trabajó en la Universidad de Manchester. Aquel proyecto, dirigido por el que llegó a ser Premio Nobel de Física en 1948 Patrick Maynard Stuart Blackett, hizo de Duperier toda una autoridad a nivel mundial.

Así pues, ¿qué le esperaba en España? No mucho, porque a pesar del interés que puso Joaquín Ruiz-Giménez, ministro de Educación Nacional, en su regreso, no fue mucho el apoyo ni el interés por parte de las autoridades en general ni de muchos colegas en particular. Por decirlo de forma sencilla, se le ofreció un buen puesto, pero poco apoyo material, posiblemente porque no se entendía por estas tierras muy bien qué era lo que investigaba, pero a la vez se pretendía tener “en casa” una figura de talla mundial para contar con prestigio. Al final, sucedió algo increíble, el pobre Arturo Duperier tuvo que conformarse con dar clases y conferencias, todo de forma teórica. ¿Qué le impedía a un experimentador avezado como él seguir con sus investigaciones de campo? Pues, nada más y nada menos que la aduana. Todos los instrumentos científicos, cedidos por instituciones británicas para que continuara con sus estudios en España, no pasaron de la aduana. Burocracia, papeleos y falta de interés, todo ello combinado hizo que durante años esos instrumentos quedaran almacenados, deteriorándose sin remedio, mientras Arturo soñaba con volver a escrutar los cielos en busca de los esquivos rayos cósmicos sin saber que la muerte acabaría de forma temprana con ese sueño.

No quiero terminar con esta breve semblanza sin enviar mi agradecimiento a José Manuel Blázquez por descubrirme la apasionante figura de Arturo Duperier.

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* Fuente: de un tríptico informativo sobre Duperier editado por el Ayuntamiento de Pedro Bernardo.