
Desconozco el origen exacto de tan utilizada frasecilla, aunque me lo puedo imaginar, pero mientras leía un artículo sobre las aventuras antárticas de Amundsen y la pesadilla helada de Scott, recordé uno de esos lugares de la Tierra que son todo menos acogedores. Así que, la próxima vez que mandes algo a tomar vientos, siempre podrás saber dónde ha ido a parar. En concreto, a la Commonwealth Bay, una franja costera de la Antártida con casi cincuenta kilómetros de longitud, repleta de pingüinos, descubierta en 1912 por el geólogo Douglas Mawson al mando de una expedición científica australiana.
Caminando contra el viento. Frank Hurley, 1912, área de Commonwealth Bay. Fuente: State Library of New South Wales.
El lugar es tan ventoso que registra, de media anual, vientos de 80 kilómetros por hora y no son raras las ocasiones en las que esos vientos superan los 240 kilómetros por hora. Se trata de vientos catabáticos, vamos, que marchan «pendiente abajo» desde las elevaciones que rodean la bahía hasta el océano. Esos vientos crean en ocasiones tormentas impresionantes que más vale contemplar en la lejanía y que convierten a este lugar en uno de los más desapacibles del planeta.
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