Traduciendo a escondidas…

SugitaHe aquí una historia fascinante pero poco difundida. ¿Qué pensar de una época y un país que castigaba con duras penas, incluso de muerte, a quien con extranjeros tuviera contacto? ¿Y si por necesidad necesitas de ese contacto pero ves a tu espalda la espada del verdugo? Da miedo, pero hubo quien se arriesgó y logró una proeza digna de ser ensalzada siglos después.

El octogenario médico japonés Gempaku Sugita, relató en 18151, cómo él y sus colegas lograron acceder a un saber «prohibido». Durante el siglo XVIII los mandatarios japoneses impusieron a la población la obligación de alejarse de cualquier occidental. Así, tener contacto con europeos o americanos, poseer objetos no japoneses o leer libros procedentes de esos lugares, estaba penado. Sin embargo, una vez al año los barcos holandeses podían realizar una estancia comercial en el puerto de Nagasaki. A raíz del contacto de unos estudiantes de medicina japoneses con un libro de anatomía holandés en el puerto, surgió en ellos el interés por conocer más de esa ciencia que parecía tan avanzada en occidente. Los estudiantes lograron hacerse clandestinamente con el libro, descubriendo maravillados las láminas en las que se dibujaban los órganos internos humanos, descripciones visuales mucho más útiles que las ofrecidas por sus maestros.

Había, sin embargo, un problema. Ya que el libro estaba escrito en holandés, ¿cómo entender lo que ponía en tan prohibida joya? El libro de contrabando terminó por ser traducido del holandés al japonés. Dicho así, parece sencillo, pero nada más lejos de la realidad. Sólo contaban con nociones arcaicas de holandés hablado, tenían a mano un pequeño diccionario, pero no sabían utilizarlo… ¡¡porque no comprendían los trazos de las letras del alfabeto occidental!! Con mucho tesón, ingenio y dedicación, aquellos futuros médicos lograron, con el paso de los meses, comprender lo que ponía en el libro, logrando traducir del holandés al japonés, desde un conocimiento prácticamente nulo del idioma, la grafía y los mecanismos de la lengua holandesa. Tal gesta es prácticamente inconcebible, una hazaña digna de ser recordada. Para hacernos una idea, sería como si, de repente, cayera en nuestras manos un libro escrito en japonés y nos diera por traducirlo al castellano… ¡¡sin tener ni idea de lengua y escritura japonesa!!

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1 Ver: Detectives del pasado. Maurice Pope. Editorial Oberón, 2003. Madrid, página 305.

Imagen: Gempaku Sugita, en 1812, con ochenta años de edad. Fuente: Modern Japanese medical history and the European infuence. Yoshio Izumi y Kazuo Isozumi. (PDF).