La saga de los Farragut. El papel de una familia menorquina en el nacimiento de los Estados Unidos.

FarragutEl presente artículo corresponde a una versión reducida del que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, número 63 de septiembre de 2010.

Cuando, después del combate, penetró Farragut en la enfermería, y a triste luz, en silencio que sólo interrumpían ayes o patrióticas exclamaciones, vio a los cirujanos afanados en su terrible ministerio, vio sangre por donde quiera, miembros segregados, tantos valientes unos heridos, otros moribundos o sin vida, sintió suma aflicción y espanto; más pudo al fin auxiliar a los facultativos. Por negra fatalidad, algunos pacientes, a tiempo que los curaban, habían perecido traspasados por astillas que desprendían los proyectiles ingleses. Conducido Farragut a bordo de la Febe, echóse a llorar por serle intolerable la humillación de su bandera. Convidóle a almorzar el capitán vencedor y, por vía de consuelo, díjole que probablemente se desquitarían los americanos en otra ocasión. «Así lo espero, señor», contestó con altivez el adolescente, y alejóse conmovido.

Fragmento de La Fragata Essex, dentro de la serie Episodios Norteamericanos,
publicada por Emilio Blanchet en Revista Contemporánea, primer trimestre de 1892.

El protagonista de la cita que abre hoy esta sección atendía al nombre de David Farragut, aunque su nombre original era James, decidió cambiarlo en 1812 en atención a su mentor y padre adoptivo, el capitán David Porter. Puede resultar sorprendente, pero Farragut contaba apenas catorce años de edad cuando participó en la batalla tan elogiosamente recordada por Emilio Blanchet, un combate que, sin duda, le sirvió para afianzar más sus convicciones y su valentía. Sucedió todo ello el 28 de marzo de 1814, cuando Porter, capitán del Essex, fue forzado a rendirse por las fragatas británicas HMS Phoebe y Cherub frente a la ciudad chilena de Valparaíso en el transcurso de la guerra anglo-americana de 1812.

He de reconocer que hay cierto elemento friki, como se dice hoy día, en mi interés por la familia Farragut. El apellido me sonaba de algo porque, cómo no, leyendo viejas crónicas de mediados del siglo XIX, sobre todo norteamericanas, de vez en cuando se citaba a cierto marino de singular apellido, pero no presté mucha atención. Fue, sin embargo, cuando hace ya muchos años tuve la oportunidad de asistir en un cine a una sesión de estreno de Star Trek VII: Generations –o, como se traduce en España: Star Trek, la próxima generación– cuando me picó definitivamente la curiosidad. ¿Y qué pinta un marino decimonónico en una película de ciencia ficción? Todo tiene su explicación, aunque sea de lo más rebuscado. Quienes conocen bien Star Trek saben que su creador, Gene Roddenberry, animó siempre a todos los guionistas a mimar detalles como los nombres de las naves espaciales que aparecieran en pantalla. Sin ir más lejos, la verdadera protagonista de la saga, la USS Enterprise, hace honor a una larga tradición de buques que, bajo el mismo nombre, han servido en varias marinas, entre ellos el primer portaaviones nuclear de la historia, todavía en servicio. Al final de la película mencionada, con la Enterprise destruida en un lejano planeta, el capitán Picard y su primer oficial atienden el rescate de los supervivientes que, he ahí el detalle, son transportados a una nave llamada USS Farragut. En cuanto pronunciaron el nombre me faltó tiempo para anotarlo mentalmente y pasar a buscar datos sobre ello. No es algo trivial porque, ¿quién era el tal Farragut y qué importancia llegó a tener para que incluso una ficción como aquella recordara su existencia? Muy simple: David Glasgow Farragut, en cuyo honor se han bautizado naves, no sólo en la ficción, como el novísimo destructor DDG-99 de la clase Arleigh Burke, fue todo un héroe de su país. David, de familia menorquina y con una vida llena de aventuras sorprendentes, fue el primer contraalmirante, vicealmirante y almirante de la Marina de los Estados Unidos.

De Menorca a América

La familia Farragut, o más antiguamente Ferragut, cuenta con larga tradición en Baleares. Fue Jordi Farragut, nacido en Ciudadela, Menorca, allá por 1755, e hijo de Antonio Farragut y Juana Mesquida, todo un personaje que merece ser recordado por su espíritu aventurero. Porque, si se piensa bien, ¿qué se le había perdido a un menorquín en medio de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos?

Hay muchos detalles que pueden explicar su destino. En primer lugar, el haber nacido en Menorca durante la ocupación británica de la isla, hizo que el trato con los ingleses fuera fluido y próximo. Por otra parte, nuevamente Menorca, como patria de intrépidos marinos, posiblemente influyó en el espíritu del joven Jordi a la hora de decidir dedicar su vida al mar. Durante años trabajó como marino mercante, después de estudiar náutica en Barcelona y, cruzando el Atlántico, fijó su atención en unas tierras que pronto iban a verse sacudidas por toda una revolución. En Norteamérica, donde le llamaban George, llegó a mandar un pequeño velero con el que comerciaba entre Cuba, México y su puerto base, Nueva Orleans. Nada excepcional, un español comerciando en el Golfo de México y, sin embargo, cuando estalló la Guerra de la Independencia, decidió meterse en el lío de lleno al lado de los revolucionarios.

Así, combatió al frente de diversos grupos armados, de forma un tanto caótica, llegando a alcanzar el grado de teniente en la Marina de Carolina del Sur. Luchó en batallas célebres en lugares como Charleston, Cowpens, Wilminton o Savannah, no sin sufrir heridas o la captura temporal por parte de los británicos. Todo ello de forma voluntaria y, sencillamente, impulsado por su creencia en la causa de los revolucionarios, que tomó como la suya propia.

El gran almirante Farragut

La valentía y el ardor guerrero no se transmite por los genes, naturalmente, pero el hijo de Jordi siguió su mismo camino, como si se tratara de él mismo, llevando hasta el límite lo que en principio no fue más que una aventura indiana. Jordi, después de la Guerra de la Independencia, se casó con Elizabeth Shine, trasladándose a vivir a Tennessee, en las cercanías de Knoxville, donde vivió como respetado oficial de la milicia local y responsable de un ferry. Curiosamente el hijo de los Farragut, David, vino al mundo en medio del agua o, para ser más preciso, en el interior de ese ferry gobernado por su padre en el río Tennessee, como si el destino bromeara desde el primer día haciendo referencia a las futuras aventuras del primer almirante que tuvo la Marina de los Estados Unidos.

David Farragut, sin duda influenciado por su padre, decidió alistarse en la Marina en 1810. Teniendo en cuenta que había nacido en 1801, no hay que hacer muchas cuentas para percatarse de que no era más que un niño pequeño y, sin embargo, en pocos años tuvo que luchar duramente por su vida, como en el citado incidente de Valparaíso con el que se abre este artículo. Su carrera en la Marina fue asombrosa, siendo llamado por diversos gobiernos para ocupar todo tipo de cargos como, por ejemplo, encargado en 1853 de la construcción y gestión durante muchos años de los importantes astilleros militares de Mare Island. Pero la burocracia y el glamour de la vida militar en tiempos de paz dieron paso nuevamente a una cruel guerra. A las puertas de la contienda civil, a pesar de vivir con su esposa en Norfolk, Virginia, declaró su inquebrantable lealtad por la Unión deseando participar en la guerra incluso cuando podía vivir retirado sin problemas y ya con una edad que no invitaba a ningún tipo de aventuras. Viendo que las cosas iban por mal camino y el conflicto entre el norte y el sur era inevitable, David se trasladó con su familia a Nueva York. Aunque ofreció sus servicios al ejército de la Unión, apenas le asignaron labores burocráticas y poco más. Cabe entender esa decisión debido a las dudas que surgieron sobre su lealtad, a fin de cuentas tanto David como su mujer eran originarios del sur, más su relación con la familia de David Porter hizo que los obstáculos abrieran para él todo un mundo de éxitos navales.

Farragut participó con sobresalientes resultados en el asedio de Nueva Orleans, con una flota reunida de una forma un tanto precipitada, con la que recuperó el control de la ciudad de manos de la Confederación en 1862, tras una serie de bombardeos y arriesgadas estrategias para tomar posiciones clave en la ciudad del sur. La flota de Farragut, de clásicos veleros y vapores con casco de madera, sufrió los ataques de algo nunca visto: el Merrimac, un navío de guerra construido por el sur con casco de hierro y un terrible espolón que se llevaba por delante todo lo que embistiera. Un pequeño y extraño buque, también de hierro, el Monitor, se hizo célebre entonces al librar a la flota de barcos de madera del gran depredador de hierro enviado por el sur. Mientras los monstruos de hierro, primeros acorazados de la historia, luchaban entre sí, la flota de Farragut continuó camino hacia el sur para cumplir su misión de capturar Nueva Orleans. Todo ello le valió un homenaje del Congreso de los Estados Unidos en el que, por primera vez en ese país, se le ofreció un cargo novedoso: contraalmirante. Es curioso, pero la Marina de los Estados Unidos, desde su nacimiento, había utilizado diversos tipos de grado, con denominación propia, para referirse a los oficiales, pero siempre huyendo de los términos empleados en Europa, como queriendo alejarse de cualquier recuerdo de la Marina Real Británica. Fueron los éxitos de Farragut los que hicieron al Congreso reconsiderar esa posición.

Posteriormente participó en una serie de largas campañas entre Vicksburg y Baton Rouge, hasta que en la batalla de la Bahía de Mobile, finalmente Farragut se convirtió en todo un héroe, cosa que, a fin de cuentas, parecía ser su objetivo desde el principio habida cuenta que, tras tantos años de trabajo burocrático, la lucha en el mar, tan añorada por él, le había sido vedada hasta entonces. Fue en el transcurso de esta batalla, al ver que su flota se hallaba desmoralizada tras observar cómo uno de sus acorazados se hundía al chocar con una barrera de minas, cuando Farragut tomó la decisión que le convirtió en una leyenda de los mares. Lejos de retirarse, ordenó al buque a su mando que tomara la iniciativa y penetrara en aguas enemigas a toda máquina, a pesar de que sabían de la existencia de varias barreras minadas que no podían ser vistas. Así, la flota siguió sus temerarios pasos y, aunque en un encuentro con un temible acorazado enemigo la nave insignia de Farragut sufrió graves daños, éste ni se inmutó, ordenando a cada paso continuar con el ataque sin mirar atrás. La victoria en la batalla resonó en todo el mundo, pues muchos capitanes, en igualdad de circunstancias, no hubieran dudado en retirarse para proteger su flota de lo que parecía un destino funesto.

No extrañará que, tras su gran éxito, Lincoln y el Congreso decidieran crear un nuevo rango para él en 1864, siguiendo nuevamente el ejemplo europeo, fue nombrado Vicealmirante. Dos años después, nuevamente el Congreso creó el rango superior de la Marina de los Estados Unidos, para honrar a Farragut. Así, el hijo de un aventurero menorquín comprometido con la causa de los rebeldes norteamericanos, se convirtió en el primer Almirante de la US Navy, preludio de un viaje a Europa, donde fue acogido con gran interés y tratado como un héroe y en el que, como no podía ser de otro modo, el ya anciano Almirante Farragut no olvidó recalar en Menorca para rendir homenaje a su familia y sus antepasados en medio de una algarabía sin igual.

Lectura recomendada: Jorge Ferragut y David Farragut, obra de Jesús Hernando Bayo (1995).