Dorothy Levitt, la chica más rápida del mundo

Fragmentos de uno de mis artículos inéditos (estaba destinado a la revista Historia de España y el mundo, pero la publicación de ese medio finalizó en febrero de este año), inspirado por la lectura de la novela de Celia Santos titulada «Más rápida que la vida» (Penguin Random House, 2020). Las imágenes de este post están tomadas del libro de Dorothy Levitt “The woman and the car”, 1909.


 El espejo de mano debe ser bastante grande para ser realmente útil, y es mejor levantarlo para utilizarlo. (…) No es para uso personal, sino que de vez en cuando se puede utilizar para ver lo que está detrás de ti. A veces escuchas un coche detrás y sientes la necesidad o la inclinación de mirar. Con el espejo puedes ver en un instante lo que está en la parte trasera de tu coche sin perder la vista delantera y sin soltar la mano derecha del volante.

Traducción personal de la mención que hace Dorothy Levitt sobre el retrovisor en su manual de conducción de 1909.

 

Año 1909, el prometedor siglo XX acaba de nacer y medio mundo de puebla vertiginosamente con máquinas ruidosas llamadas automóviles. Pero es un mundo de hombres, y lo seguirá siendo durante mucho tiempo. ¿Podrá una mujer alcanzar alguna posición elevada en el cerrado mundo de las carreras automovilísticas? Pongámonos en situación, aquello no sólo era inaudito sino inconcebible para la mayor parte de las sociedades de su tiempo. Algo imposible, indeseable y poco menos que un pecado. Pero en la lucha por la igualdad de sexos, junto con muchas otras pioneras, ese año de 1909 brilla con especial relevancia una mujer única y lo hace, de forma inesperada, con un libro que debió hacer que muchos hombres, y también muchas mujeres, se preguntaran si aquello era una broma de mal gusto o iba en serio.

En efecto, ese no tan lejano año vio la luz un manual de conducción muy especial, porque estaba destinado a enseñar a las mujeres cómo conducir, cómo mantener un vehículo mecánicamente y, en definitiva, buscaba revolucionar el mundo del motor haciendo que las mujeres entraran de lleno en aquel cerrado planeta hasta entonces sólo para hombres. El escándalo era inevitable, aunque muchos se lo tomaron como algo anecdótico, poco menos que la excepción que confirmaba la regla de que la conducción no era algo femenino. Se equivocaron, y la llama prendió pronto. El libro, escrito por la inquieta Dorothy Levitt, llevaba un título inequívocamente directo: “The Woman and the Car: A Chatty Little Handbook for all Women Who Motor or Who Want to Motor” o “La mujer y el automóvil: Un pequeño manual práctico para todas las mujeres que conducen o quieren conducir”. Ciertamente, ya había mujeres que conducían, pero la popularización del deseo de conducir, y de reparar automóviles, sólo estaba comenzando a calar entre las mujeres occidentales de entonces. El manual de Levitt enseñaba todos los detalles necesarios para conocer los automóviles de su tiempo, cómo arrancar un coche, cambiar de marchas, las formas de conducción, la mecánica básica y el mantenimiento del coche, e incluso cómo defenderse de posibles agresiones en rutas solitarias (recomendaba llevar un revólver si se iba a conducir sola por caminos) y cómo vestir, por ejemplo con un guardapolvos especial, para realizar reparaciones. El manual incluía fotografías en las que la autora demostraba todo lo que iba enseñando, todo descrito con un lenguaje sencillo y directo pensado, como ella bien comentaba en la introducción del libro, no para aquellas mujeres que ya se han se dedicaban al automovilismo, sino para «aquellas que quisieran hacerlo pero que no se atreven debido al nerviosismo, o bien se imaginan que es demasiado difícil entender los detalles técnicos necesarios».

El manual de conducción para mujeres de Levitt fue el más difundido de su época, pero no fue el primero. Otras mujeres ya habían lo habían intentado anteriormente, como Eliza Davis en 1906. Entre 1903 y 1908 Levitt había ido publicando una serie de artículos sobre automovilismo en la revista ilustrada The Graphic. Ese material sirvió de base para su manual, un libro que contiene un fragmento muy especial dedicado al espejo retrovisor. A principios del siglo XX gran parte de los accesorios del automóvil que hoy damos por imprescindibles estaban por crear, o al menos por ser estandarizados. Levitt incide en su libro en la gran importancia de contar con un espejo con el que poder conocer la situación del automóvil en medio del tráfico, cosa que no era tan clara para muchos por entonces. Dorothy sabía muy bien que contar con un espejo era una gran ventaja a la hora de conducir, tanto por seguridad como para tener ventaja en las carreras, pues ella misma había comprobado lo útiles que eran los espejos de las polveras en las competiciones. Lo que más tarde sería el espejo retrovisor conocido en todas partes y que montan todos los coches en diversas formas y número, incluyendo los modelos con cámara trasera, nació de la inquietud de Levitt y de su experiencia. En los consejos de su libro, afirma que era muy ventajoso «llevar un pequeño espejo de mano en un lugar conveniente cuando se condice para sostenerlo en alto de vez en cuando para ver el tráfico hacia atrás al conducir». El capítulo sobre el espejo de aquel manual de conducción hizo que la idea se popularizara y terminara por dar forma a nuestros retrovisores. Ciertamente, ya existían ideas similares patentadas anteriormente, incluso referidas a carruajes a caballo, pero fue la mención de Levitt lo que lo popularizó. La genial idea se materializó ante el gran público por primera vez cuando el piloto estadounidene Ray Harroun montó un primitivo retrovisor en la carrera inaugural de las 500 Millas de Indianápolis en 1911.

La mención al uso del espejo de una polvera habrá sin duda llamado la atención de quien lea estas letras porque, en efecto: ¡lo utilizó en competición! Y es que Dorothy no escribió su libro como algo teórico, en un intento de animar a las mujeres a romper las barreras de la conducción. Nada de eso, porque ella era en el momento de la publicación de su manual toda una estrella de las competiciones automovilísticas, siendo la primera mujer en ganar una carrera de coches en 1903 y logrando marcas de velocidad con automóvil y motocicletas (y no sólo en tierra, sino también con lanchas acuáticas).

Dorothy, británica nacida en 1882, era conocida como “la chica más rápida del mundo” por la prensa. Sus actividades en el mundo del motor y su ímpetu sin fin por la igualdad de las mujeres hacían que su presencia en la prensa escrita fuera una constante a principios del siglo XX. Se convirtió en toda una celebridad, llegando a enseñar a conducir a personalidades como la Reina Alejandra de Dinamarca, esposa del rey Eduardo VII del Reino Unido, entre otras aristócratas. Si bien no fue la primera mujer en competir en carreras automovilísticas (por ejemplo, la intrépida francesa Camille du Gast ya lo había hecho antes, junto a otras pioneras), sí fue la más destacada de su tiempo. La pasión por las máquinas veloces le venía de su afición a la hípica y de su trabajo como secretaria en un taller de coches de la clásica marca Napier & Son. Los caballos eran rápidos, pero esos vehículos que veía a diario en el taller, lo eran más. Y, además, le parecían bellos. En pocos meses aprendió todo lo posible sobre automóviles y pronto pasó a la acción. Aquello no cayó muy bien, era una mujer y, por ello, estaba entrando en un paraíso prohibido y “poco femenino”. A pesar de las críticas de los periódicos Dorothy no se detuvo. En su manual de conducción afirma que no conoce un placer mayor que el de conducir un vehículo de competición. Lo llevaba en la sangre y nada podía parar su pasión por la velocidad, ya fuera en automóvil, moto, lancha motora o, incluso, en su interés por a aviación. Además, era soltera, universitaria e independiente, lo que le hacía estar siempre en el punto de mira de las críticas morales. El piloto y empresario Selwyn Francis Edge reconoció su brillantez y proporcionó patrocinio, entrenamiento en Francia y vehículos. Levitt participó en numerosas carreras desde 1903, convirtiéndose en toda una estrella, aunque en algunas pruebas no se permitió su registro por ser mujer.