El escultor mecánico de Sir Arthur Conan Doyle

Después de leer en Microsiervos una nota acerca de cierta especie de fotomatón que, por medio de impresión 3D, ofrece modelos en miniatura de sus usuarios, caí en la cuenta de haber visto algo similar hace tiempo, al menos en lo que a copiar un modelo tridimensional se refiere. Hoy, repasando algunas fichas en mi archivo, apareció la referencia. Salvando las distancias, y los años pasados, surge la máquina de esculturas ideada por el ingeniero y escultor italiano Augusto Bontempi, que logró varias patentes para esta idea entre 1898 y 1902. Nada tiene que ver el mecanismo de Bontempi con las modernas impresoras 3D, pero la idea de lograr copias tridimensionales de objetos reales viene a ser la misma.

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La máquina escultora de Bontempi. Fuente: Caras y Caretas, num. 260. 26 de septiembre de 1903.

Se cuenta que la máquina podía hacer copias de cualquier objeto, incluyendo el busto el algún voluntario que se sometiera al procedimiento, aunque al parecer esto nunca se llevó a la práctica. En teoría, el sujeto debía quedarse quieto, literalmente como una estatua, mientras un operador guiaba con habilidad un punzón de madera sobre la superficie del modelo. El mecanismo del ingenio amplificaba ese movimiento y lo transmitía a una serie de «impresoras», tantas como copias se deseara obtener, que funcionaban guiando taladros de punta de acero que reproducían los movimientos sobre un bloque de piedra. Si el modelo era algo inanimado, el resultado sería mucho más perfecto, como puede imaginarse. Es más, tengo la sensación de que para un modelo humano aquello debía resultar toda una tortura y nadie tuvo las narices de intentarlo. Por lo tanto, la máquina de Bontempi estaba pensada para crear copias de objetos, y no de personas vivas tal y como por error se mencionaba en algún periódico de la época como en el que aparece mencionado en la imagen con la que abro este post.

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Proceso de copia de un busto y ejemplo de talla de la máquina de Bontempi sobre un modelo de capitel.Fuente: The English illustrated magazine (1906).

El escultor mecánico, tal y como fue conocido, llamó mucho la atención en los primeros años del siglo XX, pero muy pronto cayó en el olvido. Tanto, que las referencias que tengo en mi archivo son muy escasas y se limitan a unos pocos recortes de periódico de la época y poco más. Parece que nadie volvió a prestar atención al ingenio escultor desde entonces. Entiendo que no tuvo éxito, o que era demasiado complejo, pero la idea es atractiva y adelantada a su tiempo, pues aunque a lo largo de la pasada centuria se construyeron otras máquinas parecidas en cuanto a objetivo, ésta es la primera de ese tipo de la que tengo noticia.

Si Bontempi había pensado en revolucionar el mundo de las artes o la industria, pronto se le quitaron de la cabeza semenjantes ideas. Y eso fue así porque, ilusionado, presentó ante la prensa su «robot» para copiar esculturas, pensando que todo iban a ser elogios. Sí, la máquina funcionaba, pero lo que recogió fue una lluvia de gestos contradictorios y bastantes insultos. Los escultores profesionales gastaron todo el diccionario de palabras malsonantes contra él y los críticos de arte, e incluso los arquitectos e interioristas, lo miraron con desprecio. ¡Mecanizar el arte! Vaya pecado, eso era algo horrible. Me pregunto qué pensarían aquellos «guardianes» de la pureza estética de la tecnología de nuestro tiempo.

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Varios momentos en el proceso de copia de un objeto a lo largo de horas de trabajo. Fuente: The English illustrated magazine (1906).

Para fortuna del joven e idealista que creó la máquina, el genial Sir Arthur Conan Doyle, padre literario de Sherlock Holmes, vio en ella todo un eco del futuro y compró los derechos de la patente para Inglaterra. Más tarde, financió la contrucción y montaje de varias de estas máquinas para deleite de amigos y curiosos. Las copias eran bastante buenas, pero siempre necesitaban el toque fino de un artesano para considerarse terminadas.

Más información: Patentes de Augusto Bontempi.

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