La Gran Aurora

imgPrimer día de septiembre, un jueves cualquiera perdido en el calendario del año 1859, los rayos del sol atraviesan las lentes de un telescopio para proyectarse sobre una delgada placa. Reflejado en la límpida superficie no parece gran cosa, el gran horno de fusión que es nuestra estrella se presenta como un simple círculo luminoso, pero no inmaculado. En frente, sorprendido, Richard C. Carrington, astrónomo de profesión, dibuja con su carboncillo sobre un cuaderno de bocetos las posiciones de las manchas que aparecen en el círculo. En efecto, el Sol está manchado, es más, las máculas son más numerosas y grandes de lo habitual, algo está cambiando en la superficie del astro que da vida a la Tierra. Cerca de la hora del almuerzo, justo cuando se encuentra dibujando con detalle un grupo de manchas sorprendentemente grandes, algo llama su atención. Un fogonazo de luz se cuela por el telescopio y, tras rebotar en la pantalla, llega a los ojos del asombrado Carrington. Ha sucedido algo extraño, un mensaje desde el sol acaba de llegar de forma directa a la mente del sabio. ¡Hay que alertar al mundo! ¡Va a sucerder algo!

Leo en el número de octubre de 2008 de Investigación y Ciencia, gracias a un artículo de Sten F. Odenwald y James L. Green, titulado Supertormenta Solar, que nadie acudió a la llamada porque, aislado en su observatorio, no había nadie allí para escuchar la llamada del obsevador solar. Puede que mi forma de dramatizarlo haya sido demasiado emotiva, pero sin duda percibió el astrónomo algo excepcional en el inesperado destello luminoso. Lo que nadie se esperaba llegó casi veinte horas más tarde. El destello procedía de una fulguración solar surgida de un gran grupo de manchas solares. La luz tardó apenas unos minutos en recorrer la distancia entre la estrella y nuestro planeta, pero las eyecciones de masa coronales, gigantescas burbujas de gas ionizado, todavía tardaron muchas horas, incluso días, en llegar a las cercanías de la Tierra, interaccionando entonces con nuestro campo magnético y generándose corrientes inducidas en el interior de infraestructuras metálicas y eléctricas en superficie. Pero, no adelantaré qué sucedió a causa de tales corrientes y, sobre todo, lo que podría suceder si volviera a pasar algo así, cuando una gran tormenta solar vuelva a golpear con sus torrentes de protones de alta energía a nuestro mundo, cosa que, tarde o temprano llegará, porque tormentas así se repiten cada cierto tiempo.

Regreso hacia atrás, para visitar de nuevo al asombrado Carrington. Él mismo escribió acerca de lo que, más tarde, ha sido conocido como la Fulguración de Carrington:

(…) mientras estaba ocupado en hacer mi acostumbrada observación de las formas y posiciones de las manchas solares, fui testigo de una aparición que creo debe ser extremadamente rara. Proyectaba la imagen del disco solar, como suelo hacer habitualente, sobre una plancha de cristal revestido con temple de color paja pálido, y a una distancia y mediante una amplificación que presenta una imagen de unas 11 pulgadas de diámetro. Había obtenido los diagramas de todos los grupos y manchas aisladas y en ese momento estaba ocupado en contar con el cronómetro y registrar los contactos de los puntos con las cruces usadas en la observación, cuando dentro del área del gran grupo norte (cuyo tamaño había generado previamente un gran revuelo), estallan dos zonas de brillante intensidad y luz blanca (…) Mi primera impresión fue que por algún casual había penetrado un rayo de luz en la pantalla adosada a la lente de objeto, la brillantez fue igual a la de la luz directa del sol; pero de inmediato se interrumpe la observación actual y causa que la imagen se mueva (…) Me di cuenta que era testigo no preparado de un acontecimiento diferente. Por consiguiente, registré la hora del cronómetro y presencié el aumento del estallido y estando algo agitado por la sorpresa, corrí apresuradamente a llamar a alguien para que fuese testigo de la exhibición conmigo y aúnque regresé antes de 60 segundos, me avergoncé al ver que había cambiado y se había debilitado. Muy poco después desapareció la última huella. En ese lapso de 5 minutos, las dos zonas de luz recorrieron la distancia de 35.000 millas1

El mundo contempló en aquellos días fenómenos extraordinarios, pues varias fueron las «burbujas» que llegaron a la Tierra. Desde finales de agosto, hasta la primera semana de septiembre, los cielos de la Tierra se iluminaron como árboles de navidad. En la noche del 28 de agosto gigantescas cortinas luminosas sorprendieron a los habitantes de gran parte de América. La Gran Aurora, como fue conocida, barrió los cielos nocturnos en latitudes donde raramente de observan auroras boreales. La gente pudo, durante varias noches, leer los periódicos a la luz de las refulgentes auroras, azuladas y verdosas, fantasmales huellas celestes de la mayor tormenta solar registrada en los últimos siglos. Se sabe, gracias a registros en testigos de hielo, que episodios tan grandes sólo suceden cada medio milenio, aunque tormentas más pequeñas son mucho más comunes. El espectáculo en el cielo parece que también se repitió en el sur. Si en el artículo de Investigación y Ciencia se muestra sobre todo interés por lo que sucedió en América del Norte, citando las observaciones de grandes auroras en Florida y Cuba, he encontrado igualmente datos que parecen confirmar la existencia de inusuales auroras australes, esto es, el equivalente en el hemisferio sur, durante aquel verano. Por ejemplo, léase el siguiente fragmento procedente de una publicación chilena2:

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Vale y, aparte de la diversión, los juegos nocturnos y algún que otro susto, ¿pasó algo más? Pues sí, las auroras, muestras visibles de la «lucha» entre el campo magnético terrestre y los vientos solares, sólo eran una de las formas de manifestarse que tomó la gran tormenta solar. Los capitanes de muchos barcos registraron en sus cuadernos de bitácora la aparición de fantasmagóricas luces en el cielo incluso cerca del ecuador, la bóveda celeste se tiñó de rojo y los instrumentos de medición magnéticos se vovieron locos. Las líneas telegráficas, infectadas por las corrientes inducidas por la tormenta, tornaron casi inútiles, las descargas estáticas impedían recibir o transmitir mensajes con claridad. La cosa no pasó de ahí, pero lo grave no está en el pasado, sino en nuestro futuro. Dejo a los lectores de TecOb que imaginen lo que podría suceder si, ahora mismo, una gigantesca tormenta solar, como la de 1859, golpeara de nuevo nuestro mundo. Imaginen lo que podría suceder con los circuitos de nuestros satélites artificiales, las memorias magnéticas, las líneas eléctricas y de comunicaciones… Imaginen.
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1 Extracto de: Descripción de una Aparición Singular vista en el Sol el 1 de Septiembre de 1859 por Richard C. Carrington, Noticias Mensuales de la Royal Astronomical Society, vol. 20, 13-15, 1860. Traducción de J. Méndez.
2 Véase el artículo completo en: Anales de la Universidad de Chile, septiembre de 1859. (PDF).

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