Puentes de tierra por todas partes

wegenerRepasando recientemente algunas notas sobre cómo fue aceptándose la teoría de la deriva continental, volví a encontrarme con esos viejos amigos fantasma que fueron los puentes de tierra. Para quien no esté prevenido de qué va esto, sólo tiene que tomar un mapa del mundo impreso y armarse con unas tijeras. A continuación, habrá de recortar las siluetas de los continentes para, más tarde, montar un puzzle en el que, por ejemplo, África y América del Sur encajarán con bastante precisión. De acuerdo, no es más que una simplificación en la que se olvidan las plafaformas continentales y muchos otros detalles, pero para el caso nos servirá. Como puede comprobarse con facilidad, surge una idea al instante: ¡los continenes se mueven y una vez, en el pasado, estuvieron unidos! Se trata, nuevamente simplificando mucho, de la esencia de la teoría de la deriva continental de Alfred Wegener, que ya visitó TecOb hace años. Ahora bien, el que la idea sea intuitiva, sencilla y elegante, no significa que fuera rápidamente aceptada. A Wegener le llamaron de todo y pasaron muchas décadas hasta que la deriva continental fue aceptada mayoritariamente, más que nada porque en su momento no había un modo de explicar cómo se movían los continentes. Hoy, gracias a la tectónica de placas, conocemos bastante bien el mecanismo de ese movimiento pero, incluso hasta bien entrado el siglo XX, el movimiento continental seguía siendo cuestionado. La deriva continental era una solución muy válida para algunos problemas que daban bastantes dolores de cabeza, pero como no cabía en la mente de la mayoría de los geólogos de su tiempo que un meteorólogo les fuera a explicar a ellos algo «ya sabido», se les ocurrió un ardid al que se recurrió en muchas ocasiones. Se trataba de los «puentes de tierra».

¿Cómo explicar que fósiles de una misma especie se pudieran encontrar en ambos lados del Atlántico? Es sólo un ejemplo, pues había cientos de pequeños problemillas similares, que eran completamente inexplicables si se partía de la idea de que los continentes siempre habían ocupado las posiciones actuales. Así, con un mapa del mundo como arma principal, comenzaron a imaginarse fantasmales y gigantescos puentes de tierra que cruzaban los océanos del pasado y que ahora estarían sumergidos. En lejanos tiempos los animales a los que corresponden los problemáticos fósiles habrían recorrido esos puentes de tierra para ir saltando de continente en continente. En conclusión, como la realidad y las pruebas eran tozudas, pero no se podía aceptar que los continentes se desplazaban, se hizo lo posible por hacer que la opinión mayoritaria cuadrara con la realidad, aunque fuera a golpe de tinta e imaginación sin límites.

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Ejemplo de disposición de puentes de tierra. Fuente.

De ahí a imaginarse continentes perdidos como la Atlántica (Archatlantis, como fue llamada por algunos geólogos, sobre todo alemanes) o Lemuria, a modo de recursos con los que atacar a la deriva continental, sólo había un paso. Los puentes de tierra surgieron por todas partes, uniendo todos los continentes sobre los océanos. Se trató de uno de esos casos en los que el ofuscamiento llegó a niveles de ridículo, pero incluso así los puentes de tierra se imaginaban, se dibujaban y se defendían con toda la fuerza de la erudición que fue posible. Bill Bryson, en su siempre recomendable Una breve historia sobre casi todo, mencionaba de este modo el caso de los puentes de tierra:

Un reto de ese tipo habría sido bastante doloroso procediendo de un geólogo, pero Wegener no tenía un historial en geología. Era meteorólogo, Dios santo. Un hombre del tiempo… un hombre del tiempo alemán. Eran defectos que no tenían remedio. Así que los geólogos se esforzaron todo lo posible por refutar sus pruebas y menospreciar sus propuestas. Para eludir los problemas que planteaba la distribución de los fósiles, postularon «puentes de tierra» antiguos siempre que era necesario. Cuando se descubrió que un caballo antiguo llamado Hipparion había vivido en Francia y en Florida al mismo tiempo, se tendió un puente de tierra que cruzaba el Atlántico. Cuando se llegó a la conclusión de que habían existido simultáneamente tapires antiguos en Suramérica y en el sureste asiático, se tendió otro puente de tierra. Los mapas de los mares prehistóricos no tardaron en ser casi sólidos debido a los puentes de tierra hipotéticos que iban desde Norteamérica a Europa, de Brasil a África, del sureste asiático a Australia, desde Australia a la Antártida… Estos zarcillos conexores no sólo habían aparecido oportunamente siempre que hacía falta trasladar un organismo vivo de una masa continental a otra, sino que luego se habían esfumado dócilmente sin dejar rastro de su antigua existencia. De todo esto, claro, no había ninguna prueba —nada tan erróneo podía probarse—. Constituyó, sin embargo, la ortodoxia geológica durante casi medio siglo.

El concepto de puente de tierra, sin embargo, sigue presente en biogeografía en ciertos lugares, pues sí tiene validez para explicar algunos casos de distribución de especies, sobre todo cuando se tiene en cuenta el nivel de los océanos, inferior al actual, a lo largo de las glaciaciones. Ahí están los puentes de tierra de Bering, el que existió entre la Europa continental e Inglaterra, o entre el sur asiático e Indonesia. Sobrevive hasta nuestros días un ejemplo clásico, el itsmo de Panamá, pero de los imaginarios puentes de tierra que saltaban a lo largo de miles de kilómetros entre América y África, por ejemplo, no queda más que un bochornoso recuerdo.