En el verano de 1924, hace ahora 94 años, se vivió una auténtica fiebre marciana, aunque no tan fuerte como la vista años antes con el tema de los presuntos canales de Marte y, también, con la publicación de La guerra de los mundos (1898) de H. G. Wells (la fiebre se repetiría en 1938 con la dramatización radiofónica de esa novela por parte de Orson Welles). En 1924 el motivo fue astronómico: el planeta Marte se encontraba en una de sus máximas aproximaciones a la Tierra, como ha sucedido en este verano de 2018. Por ese motivo, Marte aparecía en la prensa casi a diario, por lo general en tono jocoso y preguntándose por los marcianos y sus quehaceres.
Repasemos algunas de las notas «marcianas» publicadas en ese tiempo, a modo de divertimento para esta tarde de viernes. En el número del 20 de agosto de la revista Nuevo Mundo, se comentaba que…
EL planeta Marte, cuya órbita envuelve a la de la Tierra, se ha acercado a nosotros hasta el punto de no existir entre ambos cuerpos celestes más de cincuenta y seis millones de kilómetros. Como esta distancia constituye un mínimo, todos los observatorios han dirigido sus más poderosos instrumentos, maravilla de la óptica y la mecánica, al astro rojizo que tanto preocupa a los humanos. (…) Sobre la superficie marciana, vista en el campo de potentes telescopios, se aprecian los casquetes polares, análogos a los de nuestro globo, a cuyas interesantes transformaciones asistimos a través del amarillento velo de una atmósfera tan tenue que no basta para mitigar los rigores de la temperatura. Como en nuestro planeta, se observan en Marte las tres zonas: tórrida, templada y glacial y se ha comprobado la existencia de agua, si bien en escasas cantidades, en el fondo de los que antes fueron extensos mares, o condensada en los helados casquetes polares, desde los cuales, al comenzar la fusión primareval, va a repartirse por la superficie del planeta ya, como creía Lowell, por esos misteriosos canales, gigantesca obra de seres de gran inteligencia, ya por la acción natural del viento que traslada la condensación nubosa para devolverla como benéfica lluvia sobre los valles donde se refugió la vida, tras la desaparición, por un lento y seguro trabajo de erosión, de las altas montañas y las prolongadas cordilleras.
La época de la pasión, y el terror, por los marcianos, había pasado ya hacía tiempo (aunque, como he comentado, todavía quedaba el «susto» de Orson Welles), por eso el tema se veía con bastante cautela por la mayor parte de los medios. He aquí, por ejemplo, lo que comentaba la revista Alrededor del Mundo el 24 de septiembre de 1924:
La palma de todas las fantasías forjadas con el planeta Marte, pertenece a los periodistas americanos, que en días memorables sorprendieron al mundo con la noticia de que los marcianos habían enviado a la Tierra innumerables señales por telegrafía sin hilos, señales misteriosas e incomprensibles que habían quitado el sueño al propio Marconi. Según los informes de esos periodistas, los habitantes de Marte debían estar sumamente adelantados en el conocimiento de las ciencias aplicadas, ya que no se contentaban con cruzar su suelo con grandes canales de comunicación entre sus mares interiores, sino que habían descubierto antes que nosotros las ondas hertzianas…
Al hilo de cierta obra del zóólogo francés Edmond Perrier, el cronista continúa sus comentarios marcianos:
Se puede imaginar que los habitantes de Marte son grandes, y al mismo tiempo con más gráciles miembros que nuestros escandinavos. Tendrán, o deben tener, el cráneo relativamente más ensanchado, porque los músculos masticadores tienen que elevarse sin cesar sobre su asiento. Un cráneo tan desarrollado tiene que encerrar un cerebro muy desenvuelto, y con sentidos muy sutiles; es probable que la frente de los marcianos sea más alta y más larga que la nuestra y su cráneo más voluminoso. Su enorme cabeza, su vasta caja torácica, sis miembros largos y delgados, les darán un aspecto general bastante diferente al que ofrecemos nosotros. Su nariz potente, con ventanas móviles, sus ojos grandes, sus largas orejas, etc., les harán constituir un tipo de belleza que nosotros no apreciaríamos mucho, a menos que nos cautivaran con una inteligencia extraordinaria que más que nada fuera sobrehumana…
Es curioso comprobar cómo ese «modelo» de marciano, o extraterrestre en general, se ha mantenido en la fantasía popular con el paso del tiempo. Al leer la descripción de 1924 del «marciano típico», no he podido dejar de acordarme de esos «grises» del supuesto incidente de Kelly–Hopkinsville de 1955, solo que en este caso eran bastante pequeños, pero igualmente cabezones.
El caso es que, con la cercanía de Marte de ese verano, experimentadores de «telegrafía sin hilos», astrónomos aficionados y profesionales y, en general, todo el mundo, volvió la vista, los telescopios, prismáticos y antenas hacia el planeta rojo, por si fuera posible vislumbrar alguna huella de la supuesta civilización marciana. Hay quien se lo tomó de forma divertida y calculó el coste de un vuelo a Marte en aeroplano, tal como fue publicado en El Imparcial, edición del domingo 24 de agosto de 1924:
…suponiendo que lo hiciéramos en aeroplano, sin aterrizajes forzosos, en marcha continua, con una velocidad media de 130 kilómetros por hora y que nuestra llegada coincidiera con la oposición del astro, que es cuando está a 56 millones de kilómetros de la Tierra, tardaríamos cuarenta y nueve años y dos meses. (…) Como nadie puede garantizarnos que haya cantinas en nuestra etérea ruta, suponiendo que en nuestra compañía no fueran más que tres pilotos, para conducir por turno el aparato, con arreglo a la jornada legal, tendríamos que llevar unas 215 toneladas de viandas, a razón de tres kilos por día y persona. Como la comida es menester remojarla, calculando que no bebiéramos diariamente entre todos nada más que ocho litros de vino y cuatro de agua, precisaríamos 2.150 hectolitros. Cigarrillos, a base de 30 por persona y día, unos dos millones y medio, y cajas de cerillas, a razón de tres diarias, 53.500. Únase a esto tres millones de litros de gasolina y uno de aceite. (…)
El tono de broma era general, pero había quien se lo tomaba muy en serio, como no podía ser de otro modo. He aquí un recorte del suplemento de La escuela moderna, del 19 de julio de 1924 en el que, por cierto, se discreta erróneamente en cuanto a la distancia al planeta Marte respecto a otros medios de la época…
Próximamente publicaré aquí mi traducción de un artículo de Nikola Tesla al respecto del tema de las comunicaciones de radio con otras civilizaciones. Mientras, queda recordar que muchos pioneros de la radio se mantuvieron atentos ese verano, intentando escuchar señales marcianas. Tal como comentaba Thomas H. White en un artículo al respecto en el año 2000:
Hoy en día, siempre que alguien oye una estación de radio, es seguro asumir que las señales se originaron en la Tierra. Sin embargo, en el verano de 1924 no se tenía la misma certeza. En agosto algunos estaban haciendo cuidadosamente ajustes de última hora en sus aparatos de radio, esperando escuchar señales de Marte. Algunos, gracias a estaciones como WHAS, reclamarían temporalmente el éxito. (…) Un editorial del New York Times respaldó la sugerencia de que una prueba del teorema de Pitágoras fuera tallada a gran escala en las estepas siberianas. Esto no sólo sería lo suficientemente grande como para ser visto fácilmente, sino que los marcianos excavadores de canales estarían impresionados con nuestras propias habilidades de ingeniería y matemáticas. Un profesor poco conocido de la Universidad Clark, llamado R. H. Goddard, estaba experimentando con cohetería, la cual, según él, algún día vincularía los planetas, pero su trabajo apenas estaba despegando [Goddard llegaría a ser uno de los pioneros más célebres de la astronáutica].
(…) Los terrestres ahora tenían la tecnología necesaria para recibir señales a través de vastas extensiones del espacio. El 23 de agosto Marte y la Tierra estarían a 55,7 millones de kilómetros uno del otro, su acercamiento más cercano desde 1804. Quizás por primera vez los marcianos nos encontrarían escuchando. A pesar del escepticismo (Marconi lo denominó «absurdo fantástico»), se organizaron planes en varios frentes. Aparentemente no se intentaron transmitir señales a Marte. Las potencias de transmisión eran demasiado limitadas, y se sabía que la recién descubierta ionosfera absorbería y dispersaría cualquier señal enviada desde la Tierra en las frecuencias entonces en uso. Aunque sin duda algunos locutores no pudieron resistir la tentación de saludar «a nuestros oyentes marcianos». Se esperaba que las transmisiones marcianas más poderosas fueran capaces de cerrar la brecha. Por lo tanto, la tarea en la Tierra sería interceptar estas transmisiones. Y cada casa con radio era un detector potencial.
El profesor David Todd, ex jefe del departamento de astronomía del Amherst College, trabajó para organizar períodos de silencio en la radio, para ayudar a la recepción de cualquier señal interplanetaria. El General de División Charles Saltzman respondió ordenando a todas las estaciones militares estadounidenses que controlaran y reportaran cualquier señal inusual, pero no ordenó ningún recorte en las transmisiones normales. El Almirante Edward W. Eberlen, Jefe de Operaciones Navales, hizo lo mismo en su rama militar. El profesor Todd había pedido que cada estación de radio mantuviera un silencio de cinco minutos cada hora durante un período de dos días. Sólo la CMR en Washington DC parecía haber cumplido con esta solicitud, aunque se informó de que funcionarios de otros países estaban «interesados».
La interpretación de las señales también merecía atención. Una transmisión en marciano podría ser en la forma de un discurso pronunciado en una lengua alienígena, o la Tierra podría ser invadida por una melodía marciana cantarina. Pero la mayoría esperaba que cualquier transmisión usara un código basado en alguna clave matemática. William F. Friedman, Jefe de la Sección de Código en la Oficina del Oficial Jefe de Señales del Ejército, anunció que estaba disponible para interpretar cualquier código de otro mundo. Friedman ya se había ganado el reconocimiento descifrando una serie de mensajes entre dos acusados en el escándalo de Teapot Dome.
El rastreo se centró en la noche del sábado, cuando los dos planetas estaban más cerca. Sin embargo, se reportaron señales extrañas incluso antes. Los operadores de radio de Vancouver informaron el jueves que estaban recibiendo una serie de «cuatro grupos de guiones en grupos de cuatro». Tanto la forma como el origen de las extrañas señales no fueron identificados, y se prometió una estrecha vigilancia. En Londres, un sistema de 24 tubos especialmente construido recogió «notas duras» de origen desconocido. Los ingenieros de WOR en Newark, New Jersey, reportaron sonidos similares en casi la misma longitud de onda. Un bostoniano informó de un extraño zumbido, que terminó con un abrupto «zzip».
En medio de toda esta actividad se encontraba la estación WHAS en Louisville, Kentucky. Por coincidencia, las maniobras militares cerca de Louisville fueron programadas para el viernes, el día antes de la aproximación más cercana de Marte. Se consideró que las maniobras eran una oportunidad para (…) transmitir en vivo el progreso de la batalla simulada. (…) El innovador programa de WHAS presentaba una transmisión remota transmitida por líneas telefónicas directamente desde el «frente». (…) Al parecer, el segmento final del programa de radio fue pensado por algunos oyentes como originario de Marte. Imaginen la reacción de una persona desprevenida, buscando evidencia de vida en Marte, encontrándose con este extraño programa. Cada quince segundos se escuchaba un fuerte «bong», mientras que los ruidosos informes de la artillería abrumaban el micrófono. Mientras las armas pequeñas sonaban como un código extraño, claramente no Morse…
Finalmente se resolvieron los diversos informes misteriosos. Los operadores del set de 24 tubos decidieron que no habían oído nada más exótico que «una combinación de ruidos de la atmósfera y heterodinámica». (Los ingenieros de la RCA calcularon que, para que las señales se originaran en Marte, se requería un transmisor de un millón de megavatios, consumiendo el equivalente a 2,7 millones de toneladas métricas de carbón por hora. Los ingenieros sugirieron que los marcianos tendrían mejores usos para sus talentos y recursos). Las señales de Vancouver fueron identificadas como un nuevo tipo de baliza que se estaba desarrollando para ayudar a la navegación en las vías navegables interiores del estado de Washington. (…)
El consenso final fue que no había evidencia de que el planeta rojo hubiera mostrado ningún interés en hablar con nosotros, aunque, como señaló el New York Times, «…los hombres nunca dejarían de intentar establecer comunicación con Marte». Camille Flammarion, astrónomo francés de 82 años, confiaba no sólo en que los marcianos serían muy superiores a los terrícolas, sino que en última instancia se pondrían en contacto con nosotros a través de los medios de la telepatía mental. (Catorce años después, el famoso programa de Orson Welles «La Guerra de los Mundos» convencería a muchos de que los marcianos estaban haciendo un contacto directo inesperado y muy desagradable).