
Sigo en modo «pausa», pero voy a aprovechar un instante para incorporar al blog mi último texto publicado en papel. Aunque el tema ya lo traté en TecOb hace años, lo hice de forma muy esquemática. 🙂
AVISO: Este artículo lo publiqué originalmente en el número 45, febrero 2009, de Historia de Iberia Vieja.
El tomo (…) está adornado con ilustraciones de Gómez Soler y está escrito por el fecundo y aplaudido autor dramático don Enrique Gaspar. Comprende el libro tres partes, una novela, Anacronópete, cartas descriptivas de un Viaje a China y un cuento, Metempsicosis. Gaspar, solamente conocido como escritor de comedias, destaca aquí como novelista y cuentista de muy agudo ingenio. Anacronópete es una relación fantástica al modo de los Julio Verne, apenas cediendo a éstos en punto a erudición científica del autor y aventajándole acaso en originalidad y extrañeza. No queremos dar idea de su novísimo argumento por no privar a los lectores del placer de la sorpresa.
La Dinastía, Barcelona. Viernes, 18 de febrero de 1887.
No debe sorprendernos que, como en el texto anterior, tomado de una publicación de la época, el tema central del Anacronópete supusiera una auténtica novedad. Puede que, en otras circunstancias, como por ejemplo de haber sido escrito en la Inglaterra de finales del siglo XIX y, claro está, en inglés, el pequeño libro de Enrique Gaspar hubiera sido considerado hoy día como el precursor incuestionable de toda la literatura sobre viajes en el tiempo. Pero no, la que puede ser tomada como la primera novela del género, cayó en el olvido al poco de ver la luz. Rescatemos ahora esta historia, aunque sea muy brevemente, del abismo de los libros oscuros.
Literatura y viajes en el tiempo
Nos hemos acostumbrado a ello, la ciencia contempla su posibilidad teórica y el cine nos recuerda, cada poco tiempo, que viajar en el tiempo gracias a la tecnología es uno de los ingredientes de ficción más atractivos. Las posibilidades son infinitas, ya sea viajando al pasado o al futuro, sorteando paradojas temporales que podrían destruir el universo o, simplemente, dando un vuelta al pasado reciente para vernos a nosotros mismos y, de paso, otear un poco el horizonte futuro a ver si se logra dar con los números de la lotería y convertirnos en ganadores de vuelta a nuestro presente. El espacio se quedó pequeño, si jugamos con el tiempo las tramas narrativas pueden complicarse hasta límites insospechados como, por ejemplo, sucede en películas como Primer, del año 2004, obra de Shane Carruth, tan compleja que requiere tener en la mano un complicado mapa donde se plasman las diversas líneas temporales que aparecen en pantalla para llegar a comprender por completo la trama.
Es cuestión de costumbre, casi todo el mundo ha visto alguna de las partes de Regreso al Futuro o, al menos, ha oído hablar de máquinas del tiempo, aunque todavía no sean más que un artificio teórico. Pero, si miramos atrás, comprobaremos que lo actualmente asumido en la ficción, llegó a convertirse en un fenómeno sensacional cuando apareció por primera vez. Aunque los artificios literarios para jugar con el tiempo ya habían aparecido en algunas obras, siempre se recurría a ángeles, estados de la mente o incluso a relojes que podían hacer correr el tiempo en reversa, pero a nadie se le ocurrió la idea de construir un verdadero navío del tiempo, una máquina para surcar las épocas como quien viaja por carretera o mar.
H.G. Wells, considerado padre de la ciencia ficción, es recordado por ser el célebre autor de La Máquina del Tiempo, la novela fundacional indiscutible para el género de los crononautas. El libro apareció en 1895, si bien anteriormente Wells ya había realizado un intento de viaje literario en el tiempo gracias a la tecnología en su pequeña obra de 1888 The Chronic Argonauts. Sí, el insigne Wells ha sido inmortalizado por haber alumbrado algunas de las mejores obras de fantasía y ciencia ficción de la historia, además de ser recordado como pabre de la máquina del tiempo pero, cosas del espacio-tiempo, poco antes un español, excéntrico autor de comedias, tuvo la misma idea, aunque el éxito no acompañó tal aventura.
Enrique Gaspar, el diplomático comediante
No parece que hubiera nada en este mundo que apasionara más a don Enrique que la comedia en su más amplia extensión. El buen humor, la ironía y hasta la socarronería, inundan las zarzuelas, novelas, cuentos y obras de teatro de Enrique Lucio Eugenio Gaspar y Rimbau, madrileño nacido en 1842. Su vida, al igual que su obra, sería digna de dar vida a una novela de aventuras. El amor por el teatro era cosa de familia, sus padres fueron actores y, aunque estudió filosofía y trabajó incluso en un banco, nada hacía que la comedia y, en general, las ficciones nacidas de la tinta y la pluma, abandonaran su mente. Ya desde muy jovencito había escrito y publicado comedias y zarzuelas, llegando a convertirse en colaborador esencial en muchas publicaciones de entretenimiento de la época.
Este pionero de lo que es conocido como teatro social logró casarse con una hija de la aristocracia, cosa que no hizo nada de gracia a los padres de ella, a fin de cuentas, ¿qué podía ofrecer un comediante que tuviera algún valor? Antes de cumplir los treinta años llegó a convertirse en diplomático y, así, recorrió el mundo. Sus viajes por Europa, sobre todo por Francia y Grecia y, cómo no, su estancia en China, donde obtuvo el cargo de cónsul en Macao y Hong-Kong, nutrieron de color y experiencias a sus obras.
Poco difundida está su obra en la actualidad y, sin embargo, puede considerarse a Enrique Gaspar como un innovador sorprendente. Nunca dejó de escribir, daba igual que se encontrara de misión diplomática en Oriente o de viaje con su familia por Francia, siempre rondaba su cabeza alguna historia que convertir en zarzuela o en obra de teatro. Escribió decenas de piezas dramáticas, algunas tan curiosas como El estómago, de 1874, donde este órgano digestivo toma el control de los personajes. Su estilo era directo, le interesaba mucho más contar una historia, sobre todo con trasfondo social, que la poesía y las metáforas. He aquí la causa de su escaso reconocimiento a lo largo de las décadas, porque en su propio tiempo fue ensalzado, pero también ignorado y hasta menospreciado. No trató de cultivar el arte, lo suyo eran los relatos sobre ideas innovadoras. Se adelantó a su tiempo y pagó por ello, empleó el humor como arma para tratar temas demasiado calientes para sus contemporáneos, desde la hipocresía de los políticos, hasta el feminismo y la lucha de clases, sus personajes estaban realmente vivos, tal y como puede comprobarse a través de sus magistrales diálogos.
El anacronópete
Mucho tiempo antes de que H.G. Wells viera editado su relato relacionado con máquinas del tiempo, la mente de Enrique Gaspar ya albergaba la idea de dar vida a toda una novela sobre viajes temporales. De su infatigable imaginación nació Anacronópete, que puede ser considerada sin afan de exagerar como la primera novela en la que una máquina del tiempo aparece como elemento central. Editada en Barcelona a principios de 1887, esta sorprendente novela con forma de zarzuela se adelantó a muchas narraciones de ciencia ficción y, aunque no pueda ser considerada una obra maestra de la literatura, sí sorprende por su contenido y, como toda obra de Gaspar, por su humor y por esa curiosa sensación de viveza que transmiten sus personajes.
El título en sí ya es original, Anacronópete, máquina para viajar en el tiempo cuyo nombre parte de tres raíces griegas: Ana, que significa atrás, cronos, el tiempo y petes, el que vuela. Todo ello, unido, nos da una descripción de la función de la máquina: volar atrás en el tiempo. La acción se sitúa en París, concretamente el 10 de julio de 1878, cuando el insigne científico, ingeniero e inventor zaragozano Sindulfo García, presenta ante al mundo su máquina para viajar en el tiempo. El lugar no podía ser más representativo, una Exposición Universal, en pleno corazón de la, por entonces, capital del mundo. La máquina está dotada de un fuselaje de metal, que cuenta con cuatro grandes palas mecánicas para desplazarse flotando por los aires, alimentada por electricidad. No hay ningún detalle dejado al azar, porque si se viaja atrás en el tiempo, los ocupantes podrían rejuvenecer. El problema se soluciona acudiendo a un accesorio que genera un fluido protector del tiempo, el fluido García.
A partir de esta construcción mecánica, Gaspar levanta un edificio en tres actos donde abundan todo tipo de historias centradas en la crítica social sobre diversos aspectos de su época. Las aventuras se suceden, permitiendo a los ocupantes de la nave contemplar épocas pasadas como la conquista de Granada o la erupción del Vesubio que asoló Pompeya en el año 79, todo ello sin olvidar los toques de humor ácido y los amoríos. Por fortuna para el lector actual, esta obra precursora de la ciencia ficción puede ser encontrada con cierta facilidad gracias a varias ediciones modernas.
Don Sindulfo y su máquina
Veamos aquí, a modo de curiosidad, un pequeño fragmento de la obra en el que el científico aragonés habla de su máquina, el Anacronópete:
…su misión es volar hacia atrás en el tiempo, porque en efecto, merced a él puede uno desayunarse a las siete en París, en el siglo XIX; almorzar a las doce en Rusia con Pedro el Grande; comer a las cinco en Madrid con Miguel de Cervantes Saavedra —si tiene con qué aquel día— y, haciendo noche en el camino, desembarcar con Colón al amanecer en las playas de la virgen América. Su motor es la electricidad, fluido a que la ciencia no ha podido hacer viajar aun sin conductores por más que estuviese cerca de conseguirlo y que yo he logrado someter dominando su velocidad. Es decir, que lo mismo puedo dar en un segundo, como locomoción media, dos vueltas al mundo con mi aparato, que hacerlo andar a paso de carreta, subirlo, bajarlo o pararlo en seco.
Lectura online: Texto completo de la obra.
ACTUALIZACIÓN: Nueva edición de El Anacronópete (muy cuidada edición en papel).