Hasta hace poco, desconocía que se hubiera pensado en construir un reloj atómico de bolsillo, pero sí, alguien lo ha hecho. Hay muchos relojes que se sincronizan con señales de radio procedentes de observatorios, pero tener tu propio reloj atómico para llevar a diario es jugar en otra liga. El fabricante de objetos exclusivos Hoptroff, de Londres, que es físico además de propietario de una boutique de altos vuelos, pensó en crear una pequeña maravilla con corazón de palpitante cesio. Su primer modelo de reloj atómico de bolsillo, el Hoptroff 10, data de 2013 y no es nada barato, viene a salir por unas 100.000 libras. Desconozco si hay más fabricantes de objetos similares, en todo caso no creo que sean muchos. Lo que si parece claro es que Hoptroff fue el primero en alumbrar una idea tan asombrosa como esta.
Me llegó eco de su existencia gracias a una nota de la IEEE. Vamos a lo que aquí interesa, ¿qué contiene en su interior? Hoptroff diseñó un reloj muy completo, mecánico y con un diseño arriesgado, pero lo más atractivo es lo que le da vida. Según datos del fabricante, vendría a tener una precisión de 1,5 segundos cada milenio. Alguien normal no necesita tanta precisión, simplemente es un elemento más en lo que es tecnología pensada para alguien excéntrico, y millonario, claro está. El núcleo del reloj está formado por un chip Quantum SA.45s.
Uno de los esquemas de la patente US 7215213, utilizada en el Quantum SA.45s.
No es un circuito pensado para el uso cotidiano, sino que su destino original es el de controlar tecnología militar o de satélite, teniendo en cuenta que se ideó para tener un control preciso del tiempo en lugares en los que las señales de GPS lo tienen difícil para penetrar o simplemente no llegan, como en las profundidades del océano o en el guiado muy preciso de misiles de crucero. El artilugio tiene su interés: una cámara hermética contiene gas de cesio en condiciones de temperatura controladas por un láser, un resonador de microondas se encarga de recibir las emisiones de los átomos de cesio cuando sus electrones cambian de nivel de energía. Y, de esa palpitación atómica, nace el ritmo que mantiene viva a esta joya mecánica.